Viernes 22 de noviembre de 2024

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¿Qué mensaje dan hoy las Vírgenes consagradas?

Homilía de monseñor Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata, en el encuentro anual del Orden de las Vírgenes Consagradas (Catedral de La Plata, 9 de octubre de 2022)

Estamos celebrando esta Misa en el marco del Encuentro de Vírgenes consagradas de todo el país, que hoy han venido a festejar a La Plata. Ya que estamos en el Año vocacional de la Arquidiócesis, por los 100 años de nuestro Seminario, es una buena ocasión para recoger el mensaje propio de esa vocación de la Virgen consagrada.

Porque el Evangelio se puede vivir de diversas maneras, y cada una de ellas refleja algo de la riqueza inagotable del Señor. La vocación de la Virgen consagrada es una de esas maneras y todos los demás miembros de la Iglesia tenemos que percibir el mensaje que esa vocación transmite.

El Evangelio habla de un grupo de vírgenes que esperaban al Señor, algunas con las lámparas apagadas, porque habían descuidado recargar el aceite, y otras con las lámparas bien encendidas, con una llama viva.

Esta lámpara de aceite ha pasado a ser todo un símbolo de las Vírgenes consagradas, pero es importante descubrir el verdadero sentido de esa lámpara. Lo vamos a resumir en 3 puntos:

1) En primer lugar, la lámpara encendida no era para mirarse a sí misma, sino para reconocer el rostro del Señor que venía. La primera referencia de la Virgen es Jesús. En esta vocación tiene que estar toda la atención puesta en él. Pero es una atención constante, porque el Señor llega en cualquier momento, y en realidad está llegando siempre, en distintos momentos y en diversas circunstancias. Él está siempre viniendo, y ha querido que hubiera en la Iglesia una vocación que le prestara atención constante, con la lámpara encendida para reconocerlo. No se trata entonces de algunos momentos de oración en soledad, se trata de una constante vigilancia para reconocer a Cristo y adorarlo, en medio de cada tarea, en la aridez y el cansancio de cada ocupación, y muchas veces de reconocerlo en los demás. Es ese gozo de estar en su presencia permanente, a veces con más concentración y lucidez, otras veces descansando en su presencia, otras veces en medio de un trabajo exigente a través de una jaculatoria o elevando el corazón a él, recordando su rostro, pero siempre con el corazón atento a Cristo, con la vigilancia del amor de la esposa. ¿No es acaso lo que vive una esposa enamorada? Y ese amor esponsal a Cristo está llamado a crecer siempre más hacia las cumbres del matrimonio espiritual.

2) Pero la Virgen consagrada no es una monja de clausura, tampoco es una ermitaña. Y es muy importante acordarse siempre de eso. De hecho, el Orden de las Vírgenes consagradas había desparecido de la Iglesia durante muchos siglos, y no se quería reponerlo. Esto recién ocurrió hace pocas décadas. ¿Por qué la resistencia? Porque se pensaba que no aportaba nada especial: ya estaban las religiosas, para las de vocación contemplativa estaban los monasterios, para las más solitarias estaba la vida ermitaña. Muchos decían que se corría el riesgo de que algunas mujeres solteras se consagraran para sentirse superiores a los demás.

Finalmente se reconoció que hay algo especial en esta vocación, algo distinto, un aporte propio y significativo para la Iglesia. Porque esa lámpara es para que esté en un lugar visible, no escondida, no oculta. El mismo Evangelio dice que no se enciende una lámpara para esconderla sino para que ilumine a todos. Pues bien, las vírgenes consagradas aportan la luz de esa lámpara en el mundo, viviendo como uno más, llevando una vida de trabajo en un lugar de la tierra, sin integrarse a una congregación religiosa pero sacando de su consagración una entrega generosa que ilumina a los demás en ese lugar donde viven y mueren. Es una lámpara consagrada que se consume en el servicio en medio del mundo para dar luz en la oscuridad de este camino de la vida. Ustedes saben que la consagración virginal, más que un sentido físico tiene el sentido de una disponibilidad total, que hace que todas las energías de la persona se encaucen en el servicio a Cristo en la Iglesia. No hay una frustración, no hay una sexualidad reprimida, sino una energía encauzada de otra manera en un camino de feliz don de sí misma.

Las vírgenes consagradas están plenamente en el mundo: “in saeculo viventes” dicen los documentos. No en un convento, sino en una casa común, con un trabajo, iluminando en medio de la sociedad como uno más.

Este estar “en el mundo” propio de la virgen consagrada implica no despreciar el mundo como si hubiera que escaparse, cuidarse de tener demasiado contacto, preservarse, con una mirada negativa de todo lo que sea “no espiritual” o profano. Fíjense que llamativo en una lectura de hoy (1 Reyes 5, 10-17), cuenta que la sabiduría que Dios había dado a Salomón era muy grande. Pero cuando explica en qué consistía esa sabiduría, dice que Salomón era capaz de hablar sobre las plantas, los árboles, los animales, los reptiles, y que incluso podía ser constructor. Esto muestra que para la Biblia la sabiduría no es sólo algo espiritual, separado del mundo, sino que es una luz divina que también nos ayuda a mirar bien este mundo y a valorarlo. Las vírgenes viven bien insertas en este mundo, no evadidas.

Por lo tanto, hay que evitar todo lo que las asemeje a ermitañas, o que viven su alianza con Cristo de un modo intimista, encerrado. Por esta razón, por ejemplo, aunque el Obispo puede autorizar que tengan el Santísimo en su propia casa, puede ser en algunas ocasiones o circunstancias, como se autorizó frecuentemente en la Cuarentena, pero no es ideal que sea permanente. Lo mejor es que vayan a adorar en la parroquia, y que la gente las vea allí, entre ellos, adorando al Señor de forma visible y testimonial en medio de la comunidad.

Nunca deben parecer mujeres raras, solteras extrañas, monjas frustradas. La instrucción que habla de las vírgenes, llamada “Ecclesiae sponsa imago” dice que “la consagración las reserva para Dios sin hacerlas ajenas al ambiente donde viven” (37). De hecho, uno lee los Hechos de los Apóstoles y allí cuenta varias veces que los Apóstoles no eran vistos como bichos raros, aislados, resentidos, sino que “eran apreciados por todo el pueblo”. La instrucción dice que las vírgenes viven “según un estilo de cercanía a la gente de su tiempo” (38), y el Papa Benedicto había remarcado que se consagran «sin ningún cambio exterior particular» (Benedicto XVI, Encuentro Internacional de 2008). Es como la Virgen en Nazaret, totalmente consagrada y santificada, pero una más en Nazaret.

La virgen consagrada, como cualquier persona de una sociedad, vive de un trabajo y da testimonio de amor en ese trabajo. A veces los laicos nos dicen a los curas o a las monjas: ustedes hablan de evangelizar en el mundo pero ustedes no saben lo que es trabajar en una empresa, este en medio de esta sociedad violenta expuestos a todo. Y es verdad. Pero no les podrían decir lo mismo a las vírgenes consagradas porque ellas llevan una vida como cualquiera, inmersas en la sociedad, expuestas, e incluso con trabajos muy exigentes y desafiantes. Aquí hay una virgen que atiende en la recepción de un hospital y pueden imaginarse todos los reclamos, insultos y quejas que recibirá de la gente enojada, alterada, perturbada.

Pero la virginidad tiene que volverse fecunda también en un trabajo evangelizador activo, no sólo cuidando la liturgia en el templo, sino con otros compromisos que las hagan sal de la tierra y luz del mundo.

Dice la Instrucción:

“Su entrega a la Iglesia se manifiesta al reconocerse « marcada a fuego » por la « misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar », en la pasión por elanuncio del Evangelio, para la edificación de la comunidad cristiana y para su testimonio profético de comunión fraterna, de amistad ofrecida a todos, de proximidad atenta a las necesidades materiales y espirituales de los hombres de su tiempo, del compromiso en buscar el bien común de la sociedad” (39). 

Y los documentos de la Iglesia piden a las vírgenes consagradas una cercanía especial a los pobres y a los que sufren, un rostro misericordioso y cercano. La virginidad consagrada y la atención puesta en Cristo, son entonces un combustible de una entrega ejemplar. Por eso dice la instrucción que esta virginidad es fecunda, y se convierte en una maternidad que da vida a los demás, que brilla en medio de la gente, que estimula, que alienta, que empuja.

3) No obstante todo lo dicho, algunos dicen: “Pero si hay laicas consagradas, que tiene de diferente esto”. Sí, pero las Vírgenes consagradas, a diferencia de las laicas consagradas, no pertenecen a un Instituto. Su relación con la Iglesia es sólo a través de la Diócesis donde están insertas y del Obispo de esa Diócesis. Y aquí entramos en el punto crucial que distingue a las vírgenes consagradas de cualquier otra forma de consagración. Su consagración las ubica no en una estructura o en la asociación de un Instituto, sino en un territorio, en una Iglesia local.

La instrucción “Ecclesiae sponsa imago” de hecho destaca como característica de la virgen consagrada “su típico arraigo en la comunidad eclesial local bajo la guía del Obispo diocesano” (5). Explica que en el pasado las Vírgenes consagradas desaparecieron cuando empezaron a asociarse formando congregaciones bajo la guía de un superior propio. Cuando se recupera el orden de la Vírgenes se lo recupera en aquel sentido original que era una consagración en la Diócesis y no en una congregación o Instituto. Porque hubo un “redescubrimiento contextual de la identidad propia de la Iglesia particular” (6), es decir, de la Diócesis.

Esto no significa que tienen que estar a cada rato hablando con el Obispo o pidiendo lugares especiales en la Diócesis, o exigiendo que el Obispo les de charlas o retiros. No, porque eso se convertiría en una especie de privilegio más que una consagración de humildad y servicio. Significa que tienen que prestar atención a lo que pasa en su Diócesis, amar su Diócesis, estar atentas a las comunicaciones que envía el Obispo y ver cómo pueden colaborar para que se cumplan, prestar especial atención y esforzarse por aplicar las líneas pastorales de la Diócesis donde están. La Instrucción lo dice de manera muy directa: “Prestan una atención constante al magisterio del Obispo diocesano y se dejan interpelar por sus opciones pastorales, con el fin de acogerlas de forma responsable, con inteligencia y creatividad” (43). Y en esto deben ser un signo para los sacerdotes y para los laicos, recordando a otros, aun a riesgo de parecen insistentes, las orientaciones de la Iglesia diocesana, las invitaciones, las propuestas de la Diócesis. Tienen que ser personas reconocidas en su Diócesis, y recordadas después de su muerte, no porque fueron solteras, sino por su apasionada entrega en el crecimiento y la misión evangelizadora de su Diócesis, entrega facilitada y alimentada tanto por su amor de esposas a Cristo, como por la disponibilidad total del corazón que les permite su consagración.

Porque según la carta a los Efesios, esa Iglesia es la esposa de Cristo que tenemos que cuidar. La virgen es esposa del Señor en cuanto está inserta en la Esposa amada de Cristo que es su Iglesia, y concretamente esta Iglesia particular.

Entonces deben ser mujeres caracterizadas por su intensa y visible inserción diocesana. Insiste varias veces la instrucción que son vírgenes “arraigadas en la comunidad diocesana reunida alrededor del Obispo” (7 ,22, 37, 42). “Arraigadas”, es decir con la raíz penetrando ese lugar, esa parte de la Iglesia donde están encarnadas.

Por eso, en lo concreto de su forma de vida, es siempre el Obispo diocesano quien debe aprobarla. Dice la Instrucción que “para los aspectos más importantes de su proyecto de vida las consagradas se confrontan con el Obispo diocesano, en actitud de obediencia filial y evalúan con él las opciones que han tomado” (28). Es decir, la forma concreta de su compromiso diocesano, las tareas que asumen y el estilo propio de su consagración debe coincidir con las líneas que marca el Obispo para su Diócesis y aun con una clara aprobación del Obispo.

Todo esto se vive no como un peso, sino con alegría y gratitud. Si no, uno tendría que repensar su vocación y preguntarse si no hay un llamado a una vida contemplativa o ermitaña, que es otra cosa, tiene otro sentido muy diferente. Pero si uno discierne que es esta su vocación, entonces hay que vivirla como es realmente. Si uno no se siente feliz, no es que hay que cambiar esa vocación para que se adapte a uno, es uno el que tiene que transformarse o sino pensar en otra vocación diferente.

Esta es una celebración, vinimos a celebrar este don del Señor a su Iglesia, venimos a valorarlo y a agradecerlo, pero también a dejarnos interpelar para vivirlo más plenamente. Más que sentirse una privilegiada o un ser especial, la virgen consagrada lo vive en una humildad agradecida, con la gratitud de sentirse tiernamente agraciada por el Señor, inmerecidamente obsequiada por un hermoso don para su Iglesia. Gracias a todas ustedes por intentar vivirlo de esa manera.

Mons. Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata