Viernes 19 de abril de 2024

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Fiesta diocesana de Nuestra Señora del Rosario

Homilía de monseñor Marcelo Daniel Colombo, arzobispo de Mendoza, en la Fiesta diocesana de Nuestra Señora del Rosaio (Parque Agnesi, San Martín, Mendoza, 2 de octubre de 2022)

Queridos hermanos,

Una vez más queremos honrar a nuestra Madre, la Virgen del Rosario, con esta celebración de la Fiesta Diocesana. A partir de la feliz iniciativa de distintas instancias y organismos de nuestra Arquidiócesis, hemos venido a este hermoso parque para compartir en el Decanato Este, la alegría de nuestra fe.

Precisamente la palabra “alegría” sintetiza las lecturas que hemos escuchado y, sobre todo, el Evangelio apenas proclamado. Alégrate “hija de Sión”, alégrate María, alégrate Iglesia de Cristo, el Señor está entre nosotros. Él quiere hacernos un espacio de esperanza, de unidad y de paz para los hombres. El Señor nos hace pueblo, convocándonos con su Palabra, alimentándonos y confortándonos con sus sacramentos, estrechándonos en los vínculos de comunión fraterna y de corresponsabilidad eclesial.

La presencia de María junto a los Apóstoles, en los tiempos de la Iglesia naciente, haciéndose una con ellos en la intimidad de la oración y la reflexión, serena nuestro espíritu y nos anima a esperar el triunfo de Dios. Ella siempre estará sosteniendo nuestra esperanza y nuestro andar apostólico porque nos expresa el gozo de tener a Dios dentro de sí; por eso, nuestro entusiasmo, más allá de nuestras fragilidades y de nuestros errores, más allá de las vicisitudes y las pruebas, de los desalientos provisionales y las derrotas pasajeras. En Ella, la llena de gracia, vibra el testimonio de la presencia de Dios, que desalienta toda mezquindad y fragilidad humana. En Ella se conjugan el sueño de Dios y los sueños de los hombres.

A lo largo de este día, hemos querido tomar como marco de referencia y reflexión, el conjunto de los sueños del Papa Francisco presentados en su exhortación apostólica Querida Amazonia, de 2020. Son cuatro miradas del Santo Padre, a partir de esa importante instancia de discernimiento eclesial que fue el Sínodo sobre Amazonia, donde convergieron la reflexión de los participantes con las voces de todos los fieles, especialmente de las comunidades indígenas que allí viven.

Los cuatro grandes sueños que Francisco propone, fruto del discernimiento sinodal son: el sueño social, el sueño cultural, el sueño ecológico y el eclesial.

El sueño social promueve la defensa de los más débiles mediante el sentido de comunidad y la práctica de la fraternidad y del diálogo social, para recuperar la dignidad de cada persona y de cada territorio.

Por el sueño cultural, el Papa Francisco propone la recuperación de la cultura del encuentro, donde hay una disponibilidad de los participantes en un auténtico diálogo e interacción para enriquecerse recíprocamente.

En el sueño ecológico, cada ser humano, que también es parte de la creación, asume conscientemente su deber de cuidar de la casa común para que todo llegue a cumplir su propio fin. Con corazón creyente, no es posible tener una mirada superficial o utilitaria.

En el sueño eclesial, Francisco propone encontrar nuevos caminos para la Iglesia en Amazonia, a partir de la acción de todos, laicos y religiosos, con atención a las nuevas formas de inculturación.

¿Cómo traducir entre nosotros estos cuatro sueños? ¿Cómo acercarlos a nuestro más acá mendocino y nacional? También esta Iglesia, peregrina y en salida, se reconoce portadora de los sueños de Dios para su pueblo.

En nuestro sueño social, nos alegra el camino recorrido por las distintas pastorales y servicios a nuestros hermanos más pobres, a quienes se ayuda a partir de la solidaridad típicamente mendocina de tantos buenos samaritanos presentes entre nosotros. Pero es necesario fortalecer espacios y estructuras de promoción, para que nuestros hermanos, hoy asistidos, tengan horizontes y puedan crecer y desarrollarse con dignidad. En este sueño social, no dejamos de preguntarnos por una decidida participación política y social de los creyentes, muchos de ellos actuando ya en instituciones, partidos políticos, asociaciones y sectores sociales. Es un imperativo imprescindible, nacido de la ética cristiana del nosotros, que los creyentes que actúan en esos espacios, ejerzan una ministerialidad pública de su fe, que suscite cambios y transformaciones sociales.

En nuestro sueño cultural, es muy importante recuperar el diálogo auténtico y pleno desprovisto de malicias y segundas intenciones. Con dolor, se dan en nuestra sociedad, actitudes de encierro dentro de las propias convicciones políticas o sectoriales, y frecuentes discriminaciones y señalamientos desde una falsa superioridad que nos llevan a excluir, descartar, desconsiderar lo que los otros piensan, saben o desean aportar. Esta iglesia mendocina testimonia en esta celebración, el deseo de servir a la sociedad en la cual cumple su misión, sin mesianismos -ya que sólo Cristo es el Mesías- aportando la riqueza de su don, sabiendo del valor de su misión, conferido por el mismo Señor.

Nuestro sueño ecológico nos invita a seguir cuidando la Casa común. No desde dogmatismos o simples slogans sin fundamento. Nosotros somos la tierra, nosotros somos el aire, nosotros somos el agua…. En este Tiempo de la Creación, a poco de su conclusión, queremos reiterar con toda la convicción de nuestra fe que cada acción que vulnera la sacralidad de la Casa común y sus recursos es un puñetazo que nos damos como humanidad, desfigurando creciente e irreversiblemente el don de Dios. Trabajar por el cuidado de la creación es velar con inteligencia y creatividad, por la utilización prudente y responsable de los recursos ambientales. Sólo es posible un auténtico desarrollo, cuidando la Casa común, con nosotros dentro.

En nuestro sueño eclesial, nos alegra el camino que vamos haciendo en cuanto a la participación sinodal de fieles y comunidades. La flamante constitución del Consejo Arquidiocesano de Pastoral como fruto de estos años de escucha y discernimiento eclesial, es un signo que nos alienta a fortalecernos en la reflexión y la participación de todos. En esta perspectiva, nos resulta muy iluminador uno de los aportes del proceso sinodal nacional, en relación con una espiritualidad de la sinodalidad.

“La espiritualidad de la sinodalidad es vital, es una espiritualidad de cercanía, de acogida y de servicio, al estilo de nuestra Madre, María, que se deja impulsar y guiar por la fuerza del Espíritu Santo, que habita en cada uno. Esta espiritualidad nos llama a ser familia. Es importante descubrir las “confirmaciones” que Dios nos va dando, porque Dios habla en la comunidad. Sentimos la presencia de Dios, que abraza cada realidad y nos regala los dones necesarios para ponerlos al servicio de la Iglesia y la sociedad.” (cfr. Doc. de síntesis nacional, n. 23)

En este sueño eclesial, quiero destacar la importancia del trabajo de los sacerdotes. Como testigos del Resucitado y padres de la comunidad, son los animadores naturales de los procesos de fe, de crecimiento y de compromiso de los fieles. Servidores del Pan de Vida, se hacen ellos mismos ofrenda para su pueblo. Cristo los envía a las comunidades, para testimoniar con su fraternidad sacerdotal, unidos a su obispo, la permanencia en el tiempo de la comunidad discipular y misionera. ¡Gracias queridos hermanos sacerdotes por su participación de este sueño apostólico de Dios para su pueblo!

Las diferentes áreas pastorales diocesanas, en relación con los migrantes, las personas en situación de calle, los privados de libertad o frágiles en su salud, las víctimas de la trata de personas, así como la Pastoral de la Diversidad, de reciente creación, expresan también nuestra vocación eclesial de abrazar todas las vidas sin exclusiones ni discriminaciones. Escucha, diálogo e inclusión son dimensiones siempre necesarias en la vida de la Iglesia (cfr. Doc. de síntesis nacional, n. 27). Todos hermanos, todos Hijos de Dios, nadie debe sentirse apartado del afecto de la familia que es la Iglesia.

La visita pastoral a las primeras ocho parroquias, primera etapa del camino emprendido para conocer a todas nuestras comunidades, ha sido para mí una oportunidad muy hermosa de llegar a tantos hermanos, muchos de ellos de comunidades muy alejadas o apartadas, de valorar allí la fecundidad ministerial de nuestros sacerdotes, diáconos, religiosos y la presencia de innumerables agentes de pastoral, de imaginar y reflexionar con todos ellos los desafíos pastorales de los próximos años en nuevas formas de vida eclesial.

Deseo destacar la acción de las distintas Cáritas parroquiales, tanto aquellas que se han lanzado creativamente a asistir a espacios dolorosos y dramáticos, como las que se resignifican permanentemente, alentando inclusive la participación de los jóvenes de confirmación como misioneros de la caridad en el barrio. Asistencia, promoción, diálogo intergeneracional, signos de una Iglesia fraternal y samaritana. ¡Gracias Cáritas! Gracias equipo arquidiocesano y equipos parroquiales.

Quiero hacer, llegar junto al aliento, un recuerdo cariñoso a todos los equipos de catequistas, de ministros y de retiros parroquiales. He podido percibir un deseo muy grande de parte de nuestros laicos, de suscitar en el corazón de personas alejadas de la fe o de la vida sacramental, un auténtico encuentro con Cristo, un encuentro vital que anime sus vidas y las haga verdaderamente nuevas. Sea en la catequesis familiar como en las distintas modalidades de catequesis de adultos, muchos de nuestros agentes de pastoral actúan apostólicamente como verdaderos pescadores de hombres. Los valiosos aportes del magisterio de la Iglesia, como en Amoris Laetitia con las orientaciones sobre el matrimonio y la familia, les serán muy útiles para contener, animar y sostener a tantas personas en sus distintas situaciones de fragilidad. Déjense ayudar por estos ricos aportes para actualizar contenidos catequísticos, de charlas y de jornadas, inclusive aquellas que preparan la llegada a sacramentos tan significativos como el bautismo y el matrimonio.

La importante experiencia arquidiocesana en el acompañamiento y la formación de las vocaciones al diaconado permanente, así como los nuevos horizontes de la ministerialidad laical, en cuanto a los catequistas y la institución de ministras lectoras y acólitas, se revelan como un camino concreto según el corazón de Cristo y de su Iglesia para llegar a todos con la creciente participación de los fieles. Las nuevas herramientas pedagógicas de que dispone la Iglesia, así como una mayor sensibilidad misionera de tantos creyentes, apoyan esta ministerialidad en salida que alentamos como Iglesia.

Hoy nos alegran con su presencia numerosos jóvenes, muchos de ellos preparándose para recibir la confirmación o celebrando haber acogido ya los dones del E. Santo. Como les decía hace unos días en mi saludo de primavera, Uds. son el ahora de Dios para la Iglesia, pero también el ahora de nuestra Patria que los necesita de cuerpo entero, con amor y pasión evangélica. Gracias por venir y procuren continuar esos hermosos caminos de formación y servicio, iniciados en sus parroquias y comunidades.

En esta tarde luminosa y eclesial, los invito a acompañar el crecimiento de este sueño pastoral con una renovada oración por las vocaciones, especialmente las sacerdotales, para que los jóvenes llamados por Dios lo escuchen y estén disponibles, dejando de lado distracciones o mostrándose indiferentes ante algo tan serio como es el bien del Pueblo de Dios y la propia plenitud. Si es Él quien los convoca, con la ayuda de personas preparadas para ese discernimiento tan delicado, los invito a que diga un sí confiado y disponible. Agradezco al Seminario Arquidiocesano, a sus formadores y seminaristas, por el testimonio de búsqueda profunda de la voluntad de Dios. Junto a ellos, la Pastoral Vocacional, la Obra por las Vocaciones Sacerdotales y la Fundación Compartir, son un apoyo imprescindible para profundizar en el camino de la animación y acompañamiento de la llamada de Dios.

Queridos hermanos, participemos de los sueños de Dios para la Iglesia en Mendoza, estrechemos nuestras vidas para testimoniar la vigencia de un amor que transforma, de un amor valiente y fiel, como el del Señor y como el de su Madre santísima, que canta con alegría la presencia de Dios en su vida.

Mons. Marcelo Daniel Colomno, arzobispo de Mendoza