Sábado 23 de noviembre de 2024

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Con María, caminemos juntos

Homilía de monseñor Luis Armando Collazuol, obispo de Concordia, en las fiestas patronales patronales en honor de María Inmaculada de Concordia (Federación, 11 de septiembre de 2022)

1. El designio eterno de Dios es realizar la Redención del mundo. “Él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (2 Tim 2,4).

En su Providencia y Misericordia, Dios Padre quiso que a la Encarnación de su Hijo Redentor precediera la aceptación de parte de la Madre elegida y predestinada, la Santísima Virgen María.

“Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer… para hacernos sus hijos adoptivos” (Gal 4,4-5). Proclamamos esta fe en el Credo: “fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen”.

Enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular, María, la joven virgen de Nazaret, es saludada por el ángel en la Anunciación como “llena de gracia” (Lc 1,28). Ella responde al enviado celestial: “Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho” (Lc 1,38).

Así María, aceptando la Palabra divina, fue hecha Madre de Jesús y dio al mundo a quien es la Vida misma que renueva todas las cosas. Abrazando la voluntad salvífica de Dios con corazón generoso y santo, se consagró totalmente a sí misma a la Persona y a la obra de su Hijo. Como humilde servidora suya desde Belén hasta el Calvario, colaboró con la libre obediencia a Él al misterio de la Redención.

Redimida de un modo eminente con la gracia divina en atención a los futuros méritos de su Hijo, y unida a Él con estrecho e indisoluble vínculo, es conocida y honrada por el Pueblo cristiano como la Hija predilecta de Dios Padre, la Madre virginal de Dios Hijo, y la Esposa santa de Dios Espíritu Santo.

2. En la Iglesia se nos revela y continúa este Misterio divino de Salvación. El Señor Glorioso, por la efusión del Espíritu Santo, la constituyó como su Cuerpo.

Así como por el designio de Dios la Virgen María fue llamada a colaborar de un modo singular y único en el Misterio de Cristo, así ese designio la eleva ahora a participar de un modo eminente en el Misterio de la Iglesia, en la obra divina de la redención y la santificación de los fieles.

María es verdadera Madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella Cabeza. A ella, la Madre de Jesús, la saludamos también como Madre y modelo de la Iglesia. Como Iglesia diocesana sinodal, con María caminemos juntos.

3. Caminemos juntos, en comunión mística y fraterna.

Nuestra Madre, María, camina entre nosotros como lo hizo entre los discípulos de Jesús cuando lo seguían de Galilea a Jerusalén. María nos congrega como lo hizo con los apóstoles y los discípulos después de la Pascua de su Hijo, orando con ellos mientras aguardaban Pentecostés. Como miembro eminente y del todo singular de la Iglesia, María, nuestra Madre, es modelo destacadísimo en la fe, la esperanza y la caridad, que nos congregan en unidad y concordia.

4. Caminemos juntos, con participación activa en la vida de nuestras comunidades.

Participemos con un compromiso eclesial más permanente, con una celebración viva en las asambleas litúrgicas y una colaboración intensa en las tareas apostólicas. Como una mamá

que anima la vida de la familia y enseña a los hijos a colaborar en las cosas y tareas del hogar, en la Iglesia familia María es nuestra Madre y Maestra. Conservando en su corazón las palabras del Señor, nos instruye con su ejemplo. Siendo modelo de vida evangélica, de ella nosotros aprendemos a amar a Dios sobre todas las cosas, a contemplar la Palabra de Jesús y a servir a los hermanos con diligencia.

5. Caminemos juntos por los senderos de la misión.

Nuestra Iglesia diocesana, como toda la Iglesia, es misionera por naturaleza. La Iglesia nace de la acción evangelizadora de Jesús, y a su vez es enviada por Él a continuarla. Es el anuncio y la obra del Señor lo que ella está llamada a ofrecer. La comunidad de los cristianos no está nunca cerrada en sí misma.

Por eso evangelizar es nuestra dicha, nuestra vocación y la expresión de nuestra identidad más profunda como comunidad eclesial.

En los cambios amplios y profundos de la sociedad actual esta tarea y misión es cada vez más urgente.

Como comunidad “existimos para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su Muerte y Resurrección gloriosa” (Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 14).

6. María es la Estrella de la evangelización.

En la mañana de Pentecostés ella presidió con su oración el comienzo de la evangelización bajo el influjo del Espíritu Santo. Ella es la Estrella de una evangelización siempre nueva. Para nuestra América Latina, el Papa San Juan Pablo II iba repitiendo: “nueva en su ardor, nueva en sus métodos, nueva en sus expresiones”.

En estos tiempos difíciles y llenos de esperanza, dóciles al mandato del Señor, como Iglesia diocesana recorramos los caminos de nuestras parroquias y comunidades llevando con cercanía y entusiasmo la Luz del Evangelio. María está con nosotros llevando a Jesús, que es la Luz del mundo.

Cuando el Papa Francisco nos invita a contagiarnos y vivir la alegría de evangelizar, nos dice:

“Con el Espíritu Santo, en medio del pueblo siempre está María. Ella reunía a los discípulos para invocarlo (Hch 1,14), y así hizo posible la explosión misionera que se produjo en Pentecostés. Ella es la Madre de la Iglesia evangelizadora y sin ella no terminamos de comprender el espíritu de la nueva evangelización” (Francisco, Evangelii Gaudium, 284).

¡Ven con nosotros al caminar! cantamos a nuestra Madre. Somos peregrinos en este mundo, marchamos contentos hacia Dios, cantamos también. La Iglesia, a la que todos estamos llamados en Cristo y en la cual conseguimos la santidad por la gracia de Dios, alcanzará su consumada plenitud en la gloria celestial. “María es signo de esperanza cierta y de consuelo para el Pueblo peregrinante de Dios” (Vaticano II, Lumen Gentium, 68).

La celebración de nuestra fiesta patronal diocesana en honor de la Virgen lleve a que su Hijo nos habite y nos llene de su presencia, como llenó el corazón y la vida de María.

María Inmaculada de la Concordia, ilumina nuestra esperanza, peregrina con nosotros hacia el Cielo.

Mons. Luis Armando Collazuol, obispo de Concordia