Mons. Marino: 50 años de fidelidad a Cristo y amor a la Iglesia

  • 15 de noviembre, 2021
  • Mar del Plata (Buenos Aires) (AICA)
El obispo emérito de Mar del Plata, monseñor Antonio Marino, presidió la misa de cierre de la 119° Asamblea Plenaria del Episcopado, en acción de gracias por sus 50 años sacerdotales.

En vísperas de sus Bodas de Oro Sacerdotales, el obispo emérito de Mar del Plata, monseñor Antonio Marino, presidió el viernes 12 de noviembre, la misa de clausura de la 119° Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Argentina.

Cerca de un centenar de obispos participaron de la Eucaristía en acción de gracias por estos 50 años de vida sacerdotal que el prelado celebra el 27 de noviembre. Monseñor Marino centró su mensaje en la fidelidad de Dios y el profundo amor que siente a la Iglesia y que experimentó a lo largo de estos años en los distintos oficios que llevó adelante.

El prelado comenzó su homilía advirtiendo que "en lugar de escuchar y ver la presencia de Dios en la naturaleza, prevalece la fascinación de una ciencia que con frecuencia está cerrada a una mirada religiosa. La ciencia moderna parecería haber arrebatado a la religión la comprensión profunda del mundo", alertó. "Como si la apertura a la trascendencia y a lo que excede el ámbito de la ciencia empírica, significara el abandono de la razón y el ingreso en el mundo del puro sentimiento y de las emociones".

"En el Evangelio de San Lucas, Jesús nos exhorta a una permanente actitud de vigilia y a no perder el tiempo, ocupados en lo inmediato y despreocupados de lo definitivo", explicó el obispo, y ante esto "podemos ser inconscientes, o distraídos y divertidos ante lo único serio, cuando según Jesús deberíamos estar dispuestos a dar la propia vida con tal de salvarnos", advirtió. "El discípulo de Cristo debe crecer siempre en el arte de interpretar el tiempo, porque en definitiva, en cualquier momento y lugar puede venir a buscarnos el Hijo del hombre".

Y en la memoria de San Josafat, recordó que "hizo de la unidad de la Iglesia su causa y su pasión", y se propuso la reforma del clero secular y la purificación de la Iglesia. "Convocó sínodos, compuso un catecismo, y se destacó por su atención a los pobres, enfermos y prisioneros", destacó, animando a inspirarse en su figura para este tiempo de sínodo. 

Monseñor Marino reflexionó luego sobre los 50 años transcurridos desde su ordenación sacerdotal: "La misión del sacerdote y del obispo, en sus ámbitos respectivos, incluye esta tarea pedagógica esencial de saber interpretar nuestra historia, manteniendo vivo el anhelo de la segunda venida del Señor, que es recordada en cada Eucaristía. Es nuestro oficio despertar el ardiente deseo del encuentro definitivo con Cristo al término de nuestra vida personal, como Buen Pastor y Juez misericordioso. Y también sostener la vigilante atención a sus venidas cotidianas en la vida de la Iglesia, del mundo, de nuestra patria; en las cosas que suceden en nuestras relaciones de familia y en nuestro entorno de cada día".

"En estos cincuenta años de ministerio, primero como simple sacerdote y luego como obispo, en la extensa experiencia pastoral y con el auxilio del Señor, he aprendido muchas cosas", reconoció, y enumeró: "Ante todo el amor a la Iglesia. El verdadero amor hacia ella consiste en amarla tal cual es y como ha sido, sin nunca tomar distancia de ella, a causa de las manchas y pecados de sus hijos".

"Amo a la Iglesia real de la que soy miembro. Ella es inseparable de Cristo quien la fundó y la hizo su esposa para siempre. La amo en toda su larga historia de dos milenios, desde sus orígenes hasta el día de hoy. No me hacen retroceder los escándalos que nos avergüenzan a todos, ni sus crisis y tensiones del presente; como tampoco los errores del pasado me convierten en su detractor", aclaró. "La Iglesia no es tal sino por su unión esencial con Cristo quien la hace santa. Por eso mismo, el peso de su santidad esencial es siempre mayor que el pecado de sus hijos. Ella es mi casa y mi madre. En ella nací por el bautismo; a ella me glorío de pertenecer; ella modeló mi alma, mi mentalidad; desde niño me concedió todo bien; en ella quiero vivir y morir", aseguró.

"Aprendí también a esperar y abrirme a los tiempos y caminos de Dios, que son muy distintos de los nuestros", continuó. Cada tanto, afirmó, "Él nos regala un tenue anticipo del bien superior que nos prepara, un destello de su gloria que nos hace intuir, más allá de nuestras representaciones mentales, que todo terminará bien, porque como dice el Señor de la historia en el Apocalipsis: 'Yo hago nuevas todas las cosas'", citó. "Por eso aprendí que nuestra vida no fracasa cuando vemos hundirse legítimas expectativas y esperanzas apostólicas. Sólo fracasa si perdemos la fidelidad en nuestro amor a Cristo, verdadero término de nuestra esperanza".

Por esto mismo, continuó, "creo que el Espíritu Santo es la primavera de la Iglesia. Enviado por el Padre y por el Hijo, es el encargado de rejuvenecerla. Es Él quien desbarata nuestros pronósticos más sombríos y hace renacer la esperanza de encontrar el camino después del rigor de las pruebas. Él es por excelencia Creator Spiritus, Espíritu Creador".

"He conocido muchos obispos y sacerdotes ejemplares, y también muchos laicos admirables. Algunos de ellos verdaderos santos sin aureola ni mayor atractivo exterior. Hace años, las lecturas primero y la vida pastoral después, me llevaron a descubrir con gozo, que además de la santidad canonizada, existe en la Iglesia una santidad anónima que es muy real", consideró.

"En el ministerio pastoral, pude entender más a fondo la enseñanza de nuestro Divino Maestro y Gran Pastor de las ovejas: 'separados de mí, nada pueden hacer'", destacó. Y evocando a San Agustín expresó que, "ante las dificultades y la falta de éxito, sin dejar de hablarle de Dios, es más importante orar por aquel que se nos ha confiado". Por eso, "siendo imprescindibles para el apóstol tanto la oración como la acción, más puede la primera que la segunda, porque más puede Dios que el solo hombre", sostuvo.

Para finalizar, monseñor Marino leyó unas palabras escritas por él hace 50 años, durante unos ejercicios espirituales en la abadía de Los Toldos: “Tú conoces mi debilidad, yo conozco tu misericordia. Que la hora de mi muerte sea la plenitud y consumación de mi sacerdocio, al participar de la tuya, la Hora sacerdotal por excelencia”.

» Texto completo de la homilía

Monseñor Antonio Marino
Nació en Buenos Aires el 11 de marzo de 1942; ordenado sacerdote el 27 de noviembre de 1971, por el cardenal Juan Carlos Aramburu en la catedral de Buenos Aires; elegido obispo titular de Basti y auxiliar de La Plata el 11 de abril de 2003 por Juan Pablo II; ordenado obispo el 31 de mayo de 2003 en la catedral de La Plata, por monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata (co-consagrantes, monseñor Estanislao Esteban Karlic, arzobispo emérito de Paraná y monseñor Mario José Serra, obispo titular de Mentesa y auxiliar emérito de Buenos Aires); trasladado como obispo de Mar del Plata el 6 de abril de 2011 por Benedicto XVI, tomó posesión e inició su ministerio pastoral como sexto obispo de Mar del Plata, el 4 de junio de 2011. Renunció por edad el 18 de julio de 2017. Es doctor en Teología Dogmática por la Pontificia Universidad Gregoriana (Roma, 1978). Su lema episcopal es: «Amoris oficium».+