Viernes 19 de abril de 2024

El arrepentimiento sincero merece un perdón sin medida

  • 4 de octubre, 2013
  • Corrientes (AICA)
El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, destaca cómo "Jesús entabla un diálogo personal con sus discípulos. La familiaridad de aquella conversación facilita el tratamiento de temas diversos y puntuales: el arrepentimiento y el perdón, la fe y el servicio humilde". En su sugerencia para la homilía del próximo domingo, el prelado predica sobre "el perdón y a su condición irreemplazable: el arrepentimiento humilde" y "el verdadero poder de la fe", además de destacar la mirada misericordiosa del papa Francisco. "El arrepentimiento sincero merece un perdón sin medida. Así lo decide Dios y exhorta a que los hombres lo adopten en sus relaciones con los semejantes", recuerda. El principal ofendido es Dios y, no obstante, reacciona ofreciendo generosamente el perdón. El único obstáculo a la concesión del perdón es la ausencia de arrepentimiento. Dios quiere perdonar, el hombre - no arrepentido ? es quien se niega a ser perdonado", subraya.
Doná a AICA.org
El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, destaca cómo "Jesús entabla un diálogo personal con sus discípulos. La familiaridad de aquella conversación facilita el tratamiento de temas diversos y puntuales: el arrepentimiento y el perdón, la fe y el servicio humilde".

En su sugerencia para la homilía del próximo domingo, el prelado predica sobre "el perdón y a su condición irreemplazable: el arrepentimiento humilde" y "el verdadero poder de la fe", además de destacar la mirada misericordiosa del papa Francisco.

"Jesús no tolera límites al perdón dispensado a quien está honestamente arrepentido. Nosotros somos beneficiarios de una cultura de reglamentaciones y canjes. El arrepentimiento sincero merece un perdón sin medida. Así lo decide Dios y exhorta a que los hombres lo adopten en sus relaciones con los semejantes", recuerda.

"El principal ofendido es Dios y, no obstante, reacciona ofreciendo generosamente el perdón. El único obstáculo a la concesión del perdón es la ausencia de arrepentimiento. Dios quiere perdonar, el hombre - no arrepentido ? es quien se niega a ser perdonado", subraya.

Texto de la sugerencia
El arrepentimiento sincero merece un perdón sin medida. Jesús entabla un diálogo personal con sus discípulos. La familiaridad de aquella conversación facilita el tratamiento de temas diversos y puntuales: el arrepentimiento y el perdón, la fe y el servicio humilde. Como lo vinimos haciendo durante los domingos anteriores, intentamos profundizar su mensaje y abarcar la amplitud asombrosa de su magisterio. Ello nos exige trascender la superficie de su prédica, dejar que su gracia llegue a nuestro corazón y haga posible un comportamiento nuevo y coherente. Hemos entresacado, de los siete versículos del texto, hoy proclamado, tres aspectos de innegable actualidad. El primero toca al perdón y a su condición irreemplazable: el arrepentimiento humilde. Jesús no tolera límites al perdón dispensado a quien está honestamente arrepentido. Nosotros somos beneficiarios de una cultura de reglamentaciones y canjes. El arrepentimiento sincero merece un perdón sin medida. Así lo decide Dios y exhorta a que los hombres lo adopten en sus relaciones con los semejantes. El principal ofendido es Dios y, no obstante, reacciona ofreciendo generosamente el perdón. El único obstáculo a la concesión del perdón es la ausencia de arrepentimiento. Dios quiere perdonar, el hombre - no arrepentido ? es quien se niega a ser perdonado.

El verdadero poder de la fe. Otro tema es la fe. La palabra de Jesús reclama la fe de sus oyentes. Es el motivo que inspira a los discípulos el ruego escueto y directo: "Los Apóstoles dijeron al Señor: auméntanos la fe" (Lucas 17, 5). Tienen fe pero no les alcanza aún para comprender la integridad de la enseñanza de su Maestro. Más que la enseñanza, es la persona del Señor la que suscita y alimenta la fe. La simple aceptación de una doctrina no basta para "trasladar montañas". El Maestro prepara los corazones de sus discípulos para que realicen las obras que le ha encomendado el Padre. La fe adhiere de tal modo a la persona del Señor que ocasiona una perfecta identificación con Él: "Como el Padre me envió, yo los envío a ustedes". El traslado de la montaña constituye una alegoría referida a toda la obra del Salvador. Los Apóstoles son los dispensadores de la gracia: del perdón y de la santidad. Es más prodigioso el perdón y la santidad que obra el Espíritu que el traslado espectacular de una montaña. Cuando los Apóstoles solicitan el aumento de la fe manifiestan el deseo de unirse más a su Maestro y, de esa manera, pronunciar sus palabras y realizar sus obras.

La mirada misericordiosa del Papa Francisco. Así será siempre, sobre todo a partir de la Ascensión y de Pentecostés. Lo es ahora, por mediación de la Iglesia, heredera legítima de los Apóstoles. En ella está la palabra de Cristo y se ofrece sacramentalmente la gracia que redime y renueva. Es responsabilidad de todos los creyentes y de sus ministros sagrados mantenerla vigente, con la verdad que guarda y expone, con la vida santa que se manifiesta en sus mejores hijos e hijas. Sigo, con particular atención, la enseñanza y los movimientos del Papa Francisco. No se aparta un ápice de lo que la Iglesia ha enseñado, en una continuidad sin fisuras, durante su multisecular historia. Lo importante en él son los gestos, el acercamiento a la realidad palpitante, a veces muy dolorosa. De esa manera, expone ante la mirada atónita del mundo actual, la fisonomía misericordiosa de Dios. Sin negar la existencia del pecado y del error, Jesús revela el amor que Dios profesa a la persona humana, aunque el pecado y el error la hayan herido mortalmente. Esto me recuerda la expresión firme del Señor: "No he venido a juzgar sino a salvar"? "Misericordia quiero, no sacrificios?". El amor de Dios es misericordia y. a tanto llega que entrega a su Unigénito. En Él hace efectivo el don de Sí, recorriendo el sendero insólito de la Cruz.

¿Quién es el hombre para que te acuerde de él? Con los santos de todos los tiempos, contemplo asombrado el crucifijo y me pregunto, sin esperar más respuesta que lo contemplado, interiormente estremecido por el espectáculo: "¿Hubo necesidad de llegar a ese extremo? ""¿Quién es el hombre para que te acuerdes de él?" ¿Quién soy yo, mi Señor, para que hayas decidido mostrarme de esa manera tu amor?" La misericordia es, ciertamente, consecuencia del amor sin medida. Responde a lo que hizo Dios al crearnos; nuestra dignidad no procede de nuestros merecimientos sino de su obra en nosotros. Aquí encaja muy bien el himno de la Virgen: "porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo!" (Lucas 1, 49). Hace pocos días, comentando la parábola del "hijo pródigo", presentábamos a Cristo, como un tercer hermano, que vino a revelarnos que somos hijos de Dios y, en consecuencia, hermanos entre nosotros. Seguimos desconociendo esa inefable dignidad y comportándonos, en nuestra universal familia, como huérfanos y enemigos.+