Sábado 20 de abril de 2024

Denuncian la existencia de una guerra, con el aval de la ONU, para destruir la familia

  • 23 de septiembre, 2014
  • Madrid (España) (AICA)
Hace poco se realizó en Panamá el Congreso Latinoamericano de Pastoral Familiar, organizado por el Celam y coordinado por el obispo argentino Raúl Martín, que reunió a más de 300 obispos, sacerdotes, religiosos y laicos preocupados por el contexto actual que atraviesa la familia como institución. El papa Francisco se hizo presente con una carta recordando que la familia es un "centro de amor", que debe ser capaz de resistir los embates de la manipulación y dominación de los "centros de poder". Unos días después, el escritor y catedrático panameño Miguel Antonio Espino Perigault escribió un artículo, que publicó Análisis Digital, del arzobispado de Madrid, donde bajo el título "La guerra del fin del mundo", denuncia que está en marcha una guerra para destruir la familia, cuyo cuartel general está en la ONU "secuestrada por una pandilla de malandrines al servicio de un funesto utópico Nuevo Orden Mundial".
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El 9 de agosto pasado se clausuró en la ciudad de Panamá el primer Congreso Latinoamericano de Pastoral Familiar (Colpafa), organizado por el Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), que reunió a más de 300 obispos, sacerdotes, religiosos y laicos preocupados por el contexto actual que atraviesa la familia como institución, con el deseo de profundizar su atención pastoral y meditar su lugar en la acción evangelizadora de la Iglesia.

El congreso contó con la presencia del presidente del Consejo Pontificio para la Familia, monseñor Vincenzo Paglia, y fue coordinado por el presidente del Departamento de Familia, Vida y Juventud del Celam, monseñor Raúl Martín, obispo de Santa Rosa en la Argentina.

El papa Francisco se hizo presente mediante una carta que leyó monseñor Martín, en la que el pontífice recordó a los participantes que la familia es un "centro de amor", donde reina el respeto y la comunión, que debe ser capaz de resistir a los embates de la manipulación y de la dominación de los "centros de poder" mundanos.

Pocos días después, el escritor y profesor universitario de Panamá Miguel Antonio Espino Perigault escribió un artículo, publicado por el portal Análisis Digital, del arzobispado de Madrid, en el que bajo el título "La guerra del fin del mundo", el escritor panameño denuncia que se está llevando a cabo una verdadera guerra con el objetivo de la destrucción de la familia, y cuyo cuartel general está en las Naciones Unidas (ONU) "secuestrada por una pandilla de malandrines al servicio de un funesto utópico Nuevo Orden Mundial".

La guerra del fin del mundo

La célebre novela (1981) de Mario Vargas Llosa sobre la revolución de Canudos, a finales del siglo diecinueve, en la región nordeste del Brasil, nos presta el título para describir una realidad política de nuestros tiempos, calificados, en muchos aspectos, de apocalípticos. Una realidad que supera a la descrita en la novela de fondo histórico, mencionada; pues se trata de una realidad, no solamente brasileña o latinoamericana, sino universal. Lo del fin del mundo es muy apropiado para referirnos a una guerra real, que se lleva a cabo, casi silenciosamente, contra la cultura cristiana y sus valores; contra la Cultura de la Vida, definida por san Juan Pablo II. El campo de batalla es el lenguaje, y las armas la mentira y la presión política. El objetivo principal es la destrucción de la familia.

El cuartel general del enemigo se ubica en Nueva York -¿la nueva Babel?- sede de las Naciones Unidas (ONU), secuestrada por una pandilla de malandrines al servicio de un funesto utópico Nuevo Orden Mundial, materialista y anticristiano. Una guerra que, al contrario de su función en la literatura, corrompe al lenguaje y lo distorsiona asignando a palabras maliciosamente seleccionadas, significados equívocos de un nuevo lenguaje de vocabulario engañoso, identificado como "lenguaje de género"; un lenguaje que ha sido calificado como hijo bastardo del neomarxismo y la revolución sexual de los años sesenta del siglo pasado.

Los ataques, constantes y desde múltiples fuentes, se dirigen, principalmente, contra las palabras "familia" y "matrimonio" para alterar su significado. Se complementa la confusión con la utilización malintencionada de la palabra "género", un término ambiguo, según el lenguaje homónimo; un barbarismo aplicado, erróneamente, a la sexualidad humana. Una palabrita irresponsablemente utilizada en el mundillo esnob.

Los cambios en el lenguaje se producen normalmente por los cambios culturales. Pero, aquí se trata de forzar el cambio cultural transformando el lenguaje. Una estrategia y táctica política ya utilizada, por ejemplo, en el idioma alemán por el nazismo, en su momento.

El cambio de significado de las palabras mencionadas, en documentos oficiales de una organización como la ONU, facilita las presiones políticas para exigir a los países miembros cambios en sus leyes, especialmente las relacionadas con la familia y el matrimonio.

Paralelamente a los esfuerzos desde la ONU, hasta ahora fallidos, los grupos del homosexualismo político (LGBT) trabajan en cada país por estos objetivos destructores. Su principal empeño es la aprobación, en cada país, de la ley de Salud Sexual y Reproductiva, que elimina la patria potestad y facilita la educación y práctica sexual y del homosexualismo a los niños, como materia escolar.

Bajo la guía del papa Francisco, la Iglesia lleva adelante nuevas batallas por el fortalecimiento de la familia como célula básica y "tejido de la sociedad", como él la llama. Siguiendo la línea de los últimos papas, Francisco convocó a un Sínodo Extraordinario sobre el tema para el próximo mes de octubre, y un Sínodo General para 2015. En nuestro país, Panamá, acaba de celebrarse el Primer Congreso Latinoamericano de Pastoral Familiar, un importantísimo acontecimiento que pasó sin pena ni gloria, organizado por el Consejo Episcopal Latinoamericano.

Además de la labor evangelizadora de la Iglesia en todo el mundo y la defensa de la cultura cristiana, el mundo civilizado cuenta con la defensa de esos valores por parte de la Federación Rusa. Pero no se logra el apoyo de los países latinoamericanos cuyas cancillerías suelen seguir una política favorecedora del homosexualismo político. Esta lamentable situación debe superarse. Para ello se requieren dirigentes con la visión cristiana de la cultura y con el valor de defenderla. Y, lo más importante, que el pueblo lo exija.+