Jueves 25 de abril de 2024

Arrepentirse de verdad, el sendero de la reconciliación

  • 13 de septiembre, 2012
  • Corrientes (AICA)
"La incapacidad para el arrepentimiento significa inhabilitación para el amor. ¡Cuán pocos saben arrepentirse de verdad! Mientras cada uno no decida asumir la propia responsabilidad en los errores y crímenes cometidos, sin pretender constituirse en juez de nadie, no se arribará a la paz por el sendero de una auténtica reconciliación", advirtió el arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, en su sugerencia para la homilía del próximo domingo. El prelado lamentó que esto no se entienda cuando, a veces, se aborda el tema en "los populares medios de comunicación y desde los niveles mismos de cierta conducción política y extraño ejercicio de la justicia" y admitió: "Es verdad que, en muchos, no aparecen aún signos claros de arrepentimiento, pero, en otros muchos tampoco aparecen los necesarios signos de la compasión", criticó. El prelado sostuvo que "mientras el odio no ceda, y se produzca la reconstrucción de un puente de cercanía cordial entre las personas y sect
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"La incapacidad para el arrepentimiento significa inhabilitación para el amor. ¡Cuán pocos saben arrepentirse de verdad! Mientras cada uno no decida asumir la propia responsabilidad en los errores y crímenes cometidos, sin pretender constituirse en juez de nadie, no se arribará a la paz por el sendero de una auténtica reconciliación", advirtió el arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, en su sugerencia para la homilía del próximo domingo.

El prelado lamentó que esto no se entienda cuando, a veces, se aborda el tema en "los populares medios de comunicación y desde los niveles mismos de cierta conducción política y extraño ejercicio de la justicia".

"Es verdad que, en muchos, no aparecen aún signos claros de arrepentimiento, pero, en otros muchos tampoco aparecen los necesarios signos de la compasión", criticó.

"Cristo, padeciendo la inmerecida y humillante cruz, ?ha derribado el muro de separación? (San Pablo) y, por lo mismo, ha interrumpido el ?espiral de la violencia?, hasta ahora intocado. Mientras el odio no ceda, y se produzca la reconstrucción de un puente de cercanía cordial entre las personas y sectores, la solución de fondo, para llegar a la paz anhelada, se vuelve peligrosamente más distante", subrayó.

Texto de la sugerencia
Identificarlo para conocerlo (y amarlo). Jesús sabe que los hombres necesitan identificarlo para llegar a conocerlo. Su pregunta no responde a la pretensión de escuchar el vano reconocimiento de quienes son sus más cercanos y han tomado partido a su favor. Ellos, por lo visto, también necesitan identificarlo. El hecho de sentirse atraídos por el magnetismo de su persona no puede aún ser considerado como un auténtico conocimiento de Cristo. Tampoco Pedro, que sabe designarlo con los términos mesiánicos más exactos, lo conoce bien. Queda en evidencia de inmediato, cuando merece del Maestro la más severa reprimenda: "Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió (a Pedro), diciendo: ?¡Retírate, va detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres?" (Marcos 8, 33). Sus discípulos necesitan amarlo con la humildad con que Él los ama a ellos. Vale decir, con un amor verdadero, libre de todo egoísmo. Debieron emplear para ello una experiencia dolorosa de humillaciones y silencios, de retornos a la casa olvidada del Padre y de esperanzado arrepentimiento. Los once Apóstoles constituyen modelos imitables, contrariados únicamente por el desesperado Judas Iscariote.

El sendero de la reconciliación. La incapacidad para el arrepentimiento significa inhabilitación para el amor. ¡Cuán pocos saben arrepentirse de verdad! Mientras cada uno no decida asumir la propia responsabilidad en los errores y crímenes cometidos, sin pretender constituirse en juez de nadie, no se arribará a la paz por el sendero de una auténtica reconciliación. No es así como se lo entiende a veces cuando se aborda el tema en los populares medios de comunicación y desde los niveles mismos de cierta conducción política y extraño ejercicio de la justicia. Es verdad que, en muchos, no aparecen aún signos claros de arrepentimiento, pero, en otros muchos tampoco aparecen los necesarios signos de la compasión. Cristo, padeciendo la inmerecida y humillante cruz, "ha derribado el muro de separación" (San Pablo) y, por lo mismo, ha interrumpido el "espiral de la violencia", hasta ahora intocado. Mientras el odio no ceda, y se produzca la reconstrucción de un puente de cercanía cordial entre las personas y sectores, la solución de fondo, para llegar a la paz anhelada, se vuelve peligrosamente más distante.

Exigencias del texto anunciado. El texto evangélico, que es parte de la liturgia de este domingo, ofrece aspectos esenciales de la totalidad del mensaje de Cristo. Después de la sorpresiva indagación sobre su identidad, y de la respuesta inspirada de Pedro, Jesús da un paso adelante en la tenebrosa perspectiva de la Pasión: "Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad" (Marcos 8, 31-32). La consecuencia del acontecimiento anunciado condiciona la vida de sus seguidores. "El que quiera venir en pos de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga" (ibídem 8, 34). Las exigencias morales del Evangelio incluyen, en primer lugar, un combate perseverante por aniquilar el odio y reemplazarlo por el amor. Se advierten ciertos cabildeos, en la puesta en práctica de la caridad cristiana, que intentan disminuir su valor.

El Espíritu hace hombres vencedores del pecado. Se nos mete dentro, también entre personas e instituciones de la Iglesia. El pecado tiene poder sobre los hombres y la construcción de sus diversas sociedades. Cristo lo ha vencido, y lo vence ciertamente en quienes se adhieren a Él por una sincera y continua conversión. La misión que el Señor transmite a la Iglesia consiste en anunciar y hacer efectivo el logro de su victoria sobre "el pecado y la muerte". La fe es acceso a la gracia del Señor resucitado. Gracia que es "poder de Dios para la salvación de todos los que creen" (Romanos 1, 16). Jesús sigue llamando a todos los que, al responderle, se convierten en elegidos. A través de ese prisma debe ser entendida la inquietante afirmación: "Muchos son los llamados y pocos los elegidos".+