El Santo Padre se postró para adorar la Cruz de Cristo

  • 29 de marzo, 2013
  • Ciudad del Vaticano
El papa Francisco inició con la Adoración de la Cruz los oficios del Viernes Santo ante más de cuatro mil fieles congregados en la basílica de San Pedro del Vaticano. Poco después de las cinco de la tarde ingresó al templo con vestiduras litúrgicas de color rojo intenso y comenzó la celebración postrado en el suelo, en señal de adoración y respeto a la Cruz.
El papa Francisco inició con la Adoración de la Cruz los oficios del Viernes Santo ante más de cuatro mil fieles congregados en la basílica de San Pedro del Vaticano. Poco después de las cinco de la tarde ingresó al templo con vestiduras litúrgicas de color rojo intenso y comenzó la celebración postrado en el suelo, en señal de adoración y respeto a la Cruz. Luego inició la ceremonia con una oración en latín: "Recuerda, padre, de tu misericordia. Santifica y protege siempre esta familia, por la cual Cristo, tu hijo, inauguró en su sangre el misterio pascual". De inmediato se pasó a la declamación de dos lecturas, una pronunciada en italiano y la otra en español. Además de un salmo, en la celebración se cantó el Evangelio sobre la pasión del Señor, según San Juan. Lo hicieron tres diáconos, con las partes del narrador, de la sinagoga y Jesús. Y el coro de la Capilla Pontificia Sixtina, que hace las veces del del pueblo, de los jefes de sacerdotes y de las guardias. Volver a la simplicidad y linealidad de los orígenes Después, el predicador de la Casa Pontificia, Raniero Cantalamessa, pronunció su meditación. El predicador franciscano recordó el cuento de Franz Kafka "Un mensaje imperial". "Habla de un rey que, en el lecho de muerte, llama a su lado a un súbdito y le susurra al oído un mensaje. Es tan importante el mensaje que hace que se lo repita, a su vez, al oído. Entonces, lo saluda con un gesto y el mensajero se pone en camino". El mensajero, escribió Kafka, "Extendiendo primero un brazo, luego el otro, se abre paso a través de la multitud como ninguno. Pero la multitud es muy grande; sus alojamientos son infinitos. ¡Si ante él se abriera el campo libre, cómo volaría! En cambio, qué vanos son sus esfuerzos; todavía está abriéndose paso a través de las cámaras del palacio interno, de las cuales no saldrá nunca. Y aunque lo lograra, no significaría nada: todavía tendría que esforzarse para descender las escaleras. Y si esto lo consiguiera, no habría adelantado nada: tendría que cruzar los patios; y después de los patios el segundo palacio circundante. Y cuando finalmente atravesara la última puerta --aunque esto nunca, nunca podría suceder--, todavía le faltaría cruzar la ciudad imperial, el centro del mundo, donde se amontonan montañas de su escoria. Allí en medio, nadie puede abrirse paso a través de ella, y menos aún con el mensaje de un muerto". "Desde su lecho de muerte ?continuó Cantalamessa? también Cristo confió a su Iglesia un mensaje: "Vayan por todo el mundo, prediquen la buena noticia a toda criatura". La Evangelización, continuó el franciscano, "tiene un origen místico; es un don que viene de la Cruz de Cristo, de ese costado abierto, de esa sangre y de ese agua. El amor de Cristo, como ese trinitario del que es la manifestación histórica, tiende a expandirse y alcanzar a todas las criaturas, "especialmente a las más necesitadas de misericordia". La Evangelización cristiana no es conquista, no es propaganda; es el don de Dios al mundo en su Hijo Jesús". "Tenemos que hacer todo lo posible ?indicó Cantalamessa? para que la Iglesia no se convierta nunca en aquel castillo complicado y atestado descrito por Kafka, y para que el mensaje pueda salir de ella libre y feliz como cuando inició su recorrido. Sabemos cuáles son los impedimentos que puedan retener al mensajero: los muros divisorios, empezando por aquellos que separan a las varias iglesias cristianas entre ellas, el exceso de burocracia, las partes de ceremoniales, leyes y controversias pasadas, convertidas en escombros. Sucede como con algunos edificios antiguos. A través de los siglos, y para adaptarse a las exigencias del momento, se les ha llenado de tabiques, escalinatas, de cuartos y cuartitos. Llega un momento en que nos damos cuenta de que todas estas adaptaciones ya no responden a las exigencias actuales, es más, éstas son un obstáculo, y entonces se hace necesario tener el valor de derribarlas y reportar el edificio a la simplicidad y linealidad de sus orígenes". Tras el sermón del predicador de la Casa Pontificia, Raniero Cantalamessa, se distribuyó la comunión. Es el único día del año en que no se dice misa.+