Serán canonizados 800 mártires del siglo XV

  • 6 de febrero, 2013
  • Ciudad del Vaticano
El próximo lunes, 11 de febrero, a las 11, en el Palacio Apostólico del Vaticano, se celebrará el Consistorio Ordinario Público para la canonización de ochocientos mártires, muertos en el siglo XV por los musulmanes del imperio otomano. Se trata de Antonio Primaldo y sus 800 compañeros. Antonio Primaldo es el único nombre que se trasmitió de los ochocientos desconocidos pescadores, artesanos, pastores y agricultores de la pequeña ciudad italiana de Otranto, en la Apulia, cuya sangre, hace cinco siglos, fue esparcida sólo porque eran cristianos, en una incursión del ejército otomano, el 29 de julio de 1480.
El próximo lunes, 11 de febrero, a las 11, en el Palacio Apostólico del Vaticano, se celebrará el Consistorio Ordinario Público para la canonización de ochocientos mártires, muertos en el siglo XVI por los musulmanes del imperio otomano. Se trata de Antonio Primaldo y sus 800 compañeros. Antonio Primaldo es el único nombre que se trasmitió de los ochocientos desconocidos pescadores, artesanos, pastores y agricultores de la pequeña ciudad italiana de Otranto, en la Apulia, cuya sangre, hace cinco siglos, fue esparcida sólo porque eran cristianos, en una incursión del ejército otomano, el 29 de julio de 1480. Ese día, a primeras horas de la mañana, desde las murallas de Otranto se hizo visible en el horizonte una flota de 90 galeras, 15 mahonas y 48 galeotas, con 18.000 soldados a bordo. La armada era guiada por el bajá Agometh, que estaba a las órdenes de Mahoma II, llamado Fatih, el Conquistador, o sea el sultán que en 1451, apenas a los 21 años, había ascendido a jefe de la tribu de los otomanos. En 1453, guiando un ejército de 260.000 turcos, Mahoma II conquistó Bizancio, la "segunda Roma", y desde entonces abrigaba el proyecto de llegar a la Roma verdadera, y transformar la basílica de San Pedro en establo para sus caballos. En junio de 1480 juzgó maduro el tiempo para completar la obra: quitó el asedio a Rodi, defendida con coraje por sus caballeros, y dirigió su flota hacia el mar Adriático. Otranto era -y es- la ciudad más oriental de Italia. La importancia de su puerto le había hecho asumir el papel de puente entre oriente y occidente. Circundado por el asedio, el castillo, dentro de cuyas murallas se habían refugiado todos los habitantes del barrio, estaba defendida por solo 400 soldados que no tardaron en abandonar la ciudad, quedando en ella solo sus habitantes. Después de quince días de asedio, al amanecer del 12 de agosto, los otomanos concentran el fuego contra uno de los puntos más débiles de las murallas, abren una brecha, irrumpen en las calles, masacran a quien se le ponía a tiro y llegan a la catedral donde se había refugiado buena parte de los habitantes. Derriban la puerta y cercan al arzobispo Stefano, que estaba con los atuendos pontificales y con el crucifijo en la mano. Al ser intimado de no nombrar más a Cristo, ya que desde aquel momento mandaba Mahoma, el arzobispo respondió exhortando a los asaltantes a la conversión, y por esto se le cortó la cabeza con una cimitarra. Entre aquellos héroes hubo uno de nombre Antonio Primaldo, sastre de profesión, avanzado de edad, quien, en nombre de todos, afirmó: "Todos creemos en Jesucristo, Hijo de Dios, y estamos dispuestos a morir mil veces por Él". Agometh decreta la condena a muerte de todos los ochocientos prisioneros. A la mañana siguiente estos son conducidos con sogas al cuello y con las manos atadas a la espalda, a la colina de la Minerva, pocos cientos de metros fuera de la ciudad. Repitieron todos la profesión de fe y la generosa respuesta dada antes; por ello el tirano ordenó que se procediese a la decapitación y, antes que a los otros, fuese cortada la cabeza al viejo Primaldo, que le resultaba muy odioso, porque no dejaba de hacer de apóstol entre los suyos, más aún, antes de inclinar la cabeza sobre la roca, afirmaba a sus compañeros que veía el cielo abierto y los ángeles animando; que se mantuvieran fuertes en la fe y que mirasen el cielo ya abierto para recibirlos. Dobló la frente, se le cortó la cabeza, pero el cuerpo se puso de pie: y a pesar de los esfuerzos de los asesinos, permaneció erguido inmóvil, hasta que todos fueron decapitados. El prodigio evidentemente estrepitoso habría sido una lección para la salvación de aquellos infieles, si no hubieran sido rebeldes a la luz que ilumina a todo hombre que vive en el mundo. Un solo verdugo, de nombre Berlabei, valerosamente creyó en el milagro y, declarándose en alta voz cristiano, fue condenado a la pena del palo. Benedicto XVI firmó el 20 de diciembre de 2012 el decreto con el cual se reconoce un milagro gracias a la intercesión de este grupo de mártires.+