Mons. Castagna: 'El ministerio apostólico al servicio de la fe'

  • 27 de junio, 2025
  • Corrientes (AICA)
El arzobispo emérito de Corrientes afirmó que "el ministerio petrino y paulino, por voluntad del mismo Cristo, es fundamento de la Iglesia y garante de su misión evangelizadora"

Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, afirmó que "el ministerio petrino y paulino, por voluntad del mismo Cristo, es fundamento de la Iglesia y garante de su misión evangelizadora". 

"La conducción de Pedro y la predicación de Pablo equilibran el servicio de la Iglesia al mundo. Pedro, que hoy se llama León, y Pablo que estimula la actividad misionera -en quienes son sus sucesores- están presentes hoy, y desarrollan una labor irremplazable", puntualizó. 

"La memoria solemne de los dos apóstoles nos ofrece la seguridad en la fe que intentamos profesar, desde el Bautismo", recordó y profundizó: "El mundo necesita, de los cristianos, el testimonio constante y continuo de la fe". 

El arzobispo consideró que para lograrlo "no deben distanciarse de los medios, dedicados exclusivamente a mantener viva la fe". 

"Si se produce un olvido de su práctica, como ocurre con tanta frecuencia, la fe religiosa decae, o es contaminada por elementos ideológicos contrarios a ella", advirtió.

Texto de la sugerencia
1. San Pedro y San Pablo. Este domingo coincide con la Solemnidad de San Pedro y San Pablo. El texto de San Mateo nos ofrece la conmovedora profesión de fe del Apóstol Pedro. Su ministerio constituye la garantía para andar en la Verdad, aunque la situación del mundo actual -y de algunos miembros de la misma Iglesia- presente algunos signos desalentadores. La Iglesia celebra a los dos Apóstoles como signos, elegidos por Jesús, para que - tanto por el primado de Pedro como por el carisma singular de Pablo - pueda encontrar en ellos su secreto de indefectibilidad y permanencia en el mundo. ¡Qué claro es el texto bíblico! "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella" (Mateo 16, 17-18). Creer en Cristo es prestar, en absoluto, nuestra fe a su palabra y enseñanza. A lo largo de veinte siglos no todos los sucesores de Pedro fueron tan santos como Pedro ni todos los obispos fueron como Pablo. No obstante, la promesa de asistir a su Iglesia no ha dejado de cumplirse. Cristo, mediante su Espíritu, no ha permitido que el poder de la Muerte prevalezca contra ella. Es preciso que hoy renovemos nuestra fe, garantizada por Pedro y predicada por Pablo. Sus sucesores hacen que Cristo sea hoy anunciado al mundo como salvación. Para ello, debemos renovar nuestra fidelidad a su Palabra, y esforzarnos por vivir de Ella, al servicio de nuestros hermanos hambrientos y necesitados. La Iglesia está edificada sobre los Doce y Pablo, y requiere de sus actuales miembros actitudes que mantengan despierto el testimonio de la Resurrección. De esa manera, el "Dios entre nosotros" se constituye en el centro innegable del bien que nuestros contemporáneos necesitan alcanzar. La indiferencia, con la que es tratada la profesión de fe de Pedro, será vencida y superada por la pública confesión eucarística. La Solemnidad de Corpus ocupa un lugar, del que no puede ser desalojada por el materialismo y la incredulidad.

2. El ministerio apostólico al servicio de la fe. Los santos testimonian una fe inquebrantable en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Algunos comprobados milagros eucarísticos favorecen la fe, sin sustituirla, ya que la fe viene de la Palabra, y se desarrolla en contacto con la Palabra. El "anuncio", presente en el ministerio que Cristo encomienda a los Apóstoles, no puede ser reemplazado. No es fácil trasladarse imaginativamente a aquellos primeros tiempos de la Iglesia. En ellos, los Apóstoles y sus inmediatos sucesores, desempeñan una tarea orientadora para la historia eclesial. Para recuperar, en sus distantes momentos, la vigencia de la única misión que Jesús encomienda a los Doce y a Pablo, es preciso volver a ellos y decidir actualizaciones que respondan a los desafíos de la actualidad. Los santos Apóstoles y misioneros manifiestan la puesta al día de la misma e indeformable palabra, deducida de la única y eterna Palabra. La fidelidad a la persona de Cristo, Verbo Eterno, constituye el hábito constante de los santos Apóstoles y misioneros, como también de los Padres, situados en los primeros cuatro siglos del cristianismo. La Tradición indestructible, garantizada por la acción del Espíritu Santo, asegura -con su asistencia- la indefectibilidad de la Iglesia actual. Jesús promete su presencia en la Iglesia -entre sus discípulos-"hasta el fin  de los tiempos". Basta leer la Santa Escritura, con espíritu de fe, para asistir a quienes corren el riesgo de contaminar sus creencias religiosas o perderlas. En pueblos cristianos, como el nuestro, se necesita una presencia de su propia Iglesia, suministrándoles el alimento adecuada para el desarrollo de su fe religiosa. Aunque todo dependa de la gracia de Dios, será necesario nuestro humilde consentimiento a la acción del Santo Espíritu, que purifica y santifica, mediante el ministerio de Pedro y los Apóstoles. Ese ministerio, petrino y apostólico, tiene la misión insustituible de ofrecer a Cristo como "Pan del Cielo". El pueblo cristiano, y todo el mundo, desfallece si no se alimenta de ese Pan. La celebración de la Misa, no es una mera liturgia, es la mesa tendida sobre el cual se parte el Pan del Cuerpo de Cristo y se ofrece el Cáliz de su Sangre. Sin Pedro y Pablo, no hay Eucaristía, la Iglesia se desnutre, hasta el extremo de la inanición mortal. Por ello, debemos rechazar todo intento de decoración folclórica, opuesta a la naturaleza misma de la Eucaristía. La Santa Misa es el momento central de la vida cristiana y una verdadera e imprescindible necesidad.

3. Jesús, como lo veían Pedro y Pablo. Cristo, ofrecido a nuestra necesidad de perdón y de santidad, es el Pan que alimenta, nos muestra el rostro del Padre y nos da el Espíritu. Los santos, muchos de ellos canonizados o beatificados por la Iglesia, concentran su atención en la persona de Jesús, como lo veían Pedro y Pablo. La experiencia de ambos Apóstoles, establece una referencia que va más allá de una misión institucionalizada. En ellos está Cristo realizando lo que el Padre le encomendó realizar en el mundo. La vigencia actual del ministerio de Pedro y Pablo aparece como signo del amor que Dios profesa al mundo. A través del mismo se repite hoy la acción misericordiosa, que resuelve el drama del pecado y de la muerte, y, de esa manera, logra la reconciliación y la paz. No existe otro sendero de redención, para un mundo sumergido en el conflicto, causado por el odio y la violencia. El Ministerio petrino y paulino, por voluntad del mismo Cristo, es fundamento de la Iglesia y garante de su misión evangelizadora. La conducción de Pedro y la predicación de Pablo equilibran el servicio de la Iglesia al mundo. Pedro, que hoy se llama León, y Pablo que estimula la actividad misionera -en quienes son sus sucesores- están presentes hoy, y desarrollan una labor irremplazable. La memoria solemne de los dos Apóstoles nos ofrece la seguridad en la fe que intentamos profesar, desde el Bautismo. El mundo necesita, de los cristianos, el testimonio constante y continuo de la fe. Para lograrlo no deben distanciarse de los medios, dedicados exclusivamente a mantener viva la fe. Si se produce un olvido de su práctica, como ocurre con tanta frecuencia, la fe religiosa decae, o es contaminada por elementos ideológicos contrarios a ella. En Pedro, encabezando a sus hermanos Apóstoles, Cristo asegura que la fe no decaerá, y su contenido será debidamente actualizado: "Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido poder para zarandearlos como el trigo, pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, después que hayas vuelto, confirma a tus hermanos" (Lucas 22, 31- 32). La fidelidad inquebrantable de Pablo, armado con la espada de la Palabra de Dios, y la firme conducción de Pedro, la Iglesia atraviesa las borrascas que el mundo no cesa de oponerle. Su seguridad es Cristo. El Espíritu Paráclito la consolida, incluso contra los amagos de quienes, desde su interior, la ponen a prueba.

4. La Cruz es un estandarte, no un instrumento de muerte. A veces nos preguntamos por qué Jesús prohíbe a sus discípulos que difundan su verdadera identidad: "Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías" (Mateo 16, 20). La hora de la revelación aún no había llegado. Aquel pueblo esperanzado e incrédulo ofrecía una resistencia, de muy vieja data, a quien viniera a presentarse como el Mesías. Aún no había superado los prejuicios acumulados, a causa de tan diversas interpretaciones y fallidas experiencias. En el momento, que podría ser considerado como el "fracaso" de la acción del Señor, se produce la revelación de toda la Verdad: Cristo vence, con su muerte y resurrección, al pecado y a la muerte. Por ello la Cruz es un estandarte, no un instrumento de suplicio y de muerte. Lo será en lo sucesivo, hasta el final de los tiempos.+