Mons. Castagna: 'La Confirmación, el sacramento del Espíritu Santo'
- 6 de junio, 2025
- Corrientes (AICA)
El arzobispo emérito de Corrientes afirmó que "el perdón de los pecados supone la infusión del Espíritu, que, desde el Misterio Trinitario, realiza su obra de perdón y santidad".

Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, afirmó que "el perdón de los pecados supone la infusión del Espíritu, que, desde el Misterio Trinitario, realiza su obra de perdón y santidad".
"El desaliento, que trae aparejado el estado de pecado, es superado por el Santo Espíritu que, el día de Pentecostés, desciende, sobre la Iglesia original, representada por María y los apóstoles", recordó.
"Aquel acontecimiento se prolonga, con todo su vigor - en el transcurso de la historia - hasta que el tiempo y el espacio alcancen su fin", sostuvo.
El arzobispo explicó que "la solemnidad, que se celebra este domingo, reactualiza aquel momento y nos hace partícipes de los dones del Espíritu Santo".
"El sacramento, que hoy los celebra y actualiza, es la Confirmación", indicó.
Texto de la sugerencia
1. La infusión del Espíritu para el perdón de los pecados. Pentecostés es la gran promesa cumplida por Jesús. El Paráclito es el Dios artífice de la Encarnación, y de la Iglesia. El Tiempo litúrgico, cuyo epicentro es la Pascua, lo celebra con una destacada solemnidad. Jesús se aparece resucitado a unos hombres que se encuentran en proceso de superar el miedo, causado por quienes llevaron al Señor a la Cruz. Para que no creyeran padecer una ilusión, y comprobaran que, el mismo Señor muerto en la Cruz, está vivo y glorificado, les muestra los efectos de la crucifixión: "Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado" (Juan 20, 20). La alegría de aquellos discípulos constituye el don del Espíritu Santo, que el Señor les infunde. Les transmite el Espíritu y en él les confiere la misión que había recibido de su Padre: "Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes" (Juan 20, 21). Jesús lo refiere todo al Espíritu: procede de Él y del Padre. Su misión se realiza mediante el perdón de los pecados. La Redención se expresa en la desaparición del pecado. En el léxico de Juan, Cristo es el Cordero que quita el pecado del mundo. Vincula, la potestad delegada de perdonar los pecados, al Don del Espíritu Santo: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y será retenidos a los que ustedes se los retengan" (Juan 20, 22-23). Los Apóstoles, y quienes participan de su ministerio sacerdotal, reciben, mediante la Ordenación sagrada, la facultad y el mandato de perdonar los pecados. La réplica de Dios al incalificable pecado del mundo es el ofrecimiento del perdón. Lo importante es suscitar las condiciones adecuadas para que el perdón venza definitivamente el pecado. Los gestos nobles y justos, que aparecen con frecuencia entre los hombres, predisponen al perdón de Dios y, por lo mismo, al regreso a la inocencia original. Es muy grave perder la perspectiva de las condiciones que hacen posible el perdón divino. La evangelización se pone al servicio de la acción reconciliadora, que le es propia. Junto a los hombres y mujeres que, desde las mejores intenciones, se prestan a colaborar con honestidad en el bien común, la Iglesia establece relaciones que facilitan la creación de esas saludables condiciones.
2. Sólo Cristo resucitado conduce a la verdad. Pentecostés muestra la obra artesanal de Dios, y se empeña en la Creación, que obtiene su perfecta realización en la libertad y el amor de los hijos. El pecado frena ese propósito divino y, en los hombres inconversos, malogra el bien que debiera regir la Obra reconciliadora de Dios. El don del Espíritu Santo, mediante el Cordero inmolado y glorificado, "quita el pecado del mundo", y renueva -en santidad- a la humanidad. En el lenguaje común se expresa, a veces contradiciéndolo, el deseo de bien y de verdad. Sólo Cristo resucitado conduce a los hombres a la verdad anhelada, y así los prepara para el bien obrar. Por cierto, Él es la Verdad y la Vida, y así mismo es el Camino que conduce a vivir, con seguridad, esos valores. La condescendencia amorosa del Padre, predispone, mediante el amor -hasta la Cruz de su Hijo- a quienes desean reorientar sus vidas. Cuando desciende el Espíritu Santo se produce la reconciliación y la paz, en la única Verdad: Cristo. Así se restablece el orden y la capacidad de lograrlo. Cuando esos valores aparecen impracticables, indican que Cristo ha sido descartado, explícita o implícitamente. La promesa principal de Jesús a sus discípulos es el Don del Espíritu Santo. A pesar de su importancia, el Espíritu Santo es tratado, en el transcurso de la historia, como el gran Desconocido. Pentecostés es Dios mismo, que en la tercera Persona de la Santísima Trinidad, lleva a su término la Pascua que, a su vez en el Hijo realiza. La Iglesia, en su enseñanza y en su Litúrgica, destaca la peculiar actividad del Divino Espíritu. Los Apóstoles, en la fundación y desarrollo de la Iglesia de Cristo, descubren progresivamente la presencia y necesidad del Espíritu. En la celebración del Bautismo se destaca la acción del Divino Espíritu, que produce la creación y recreación del hombre. Es objeto de nuestra fe. Al recitar el Credo, la Iglesia manifiesta la centralidad del Espíritu, junto al Padre y al Hijo. En sus principales acontecimientos, mantiene explícitamente esa centralidad. Es preciso que la incorporemos en nuestra espiritualidad cristiana, particularmente en la oración pública y privada. Se han producido verdaderos progresos en las actuales prácticas devocionales. Existe una razón silenciosa, que cobra gran importancia en la práctica religiosa, al ser inspirada por la Palabra, en sus diversas celebraciones.
3. La Confirmación, el Sacramento del Espíritu Santo. Ciertamente el perdón de los pecados supone la infusión del Espíritu, que, desde el Misterio Trinitario, realiza su obra de perdón y santidad. El desaliento, que trae aparejado el estado de pecado, es superado por el Santo Espíritu que, el día de Pentecostés, desciende, sobre la Iglesia original, representada por María y los Apóstoles. Aquel acontecimiento se prolonga, con todo su vigor -en el transcurso de la historia- hasta que el tiempo y el espacio alcancen su fin. La Solemnidad, que hoy celebramos, reactualiza aquel momento, y nos hace partícipes de los dones del Espíritu Santo. El Sacramento, que hoy los celebra y actualiza, es la Confirmación. El bautizado es conducido al Obispo que, desde su plenitud sacerdotal, produce en él un estado de madurez, que lo constituye en miembro adulto de la Iglesia. Desde entonces asume la responsabilidad misionera de toda la Iglesia. Por lo mismo, la catequesis de este Sacramento conduce, al bautizado, a la plena conciencia de ser responsable de la evangelización del mundo. El ejemplo de la primitiva Iglesia, con su eficacia evangelizadora, ilumina a los actuales cristianos. Aunque se imponga la inconciencia de su presencia, el Santo Espíritu no deja de estar dando vida a la Iglesia, actuando "como el alma": "Y para que nos renováramos incesantemente en Él nos concedió participar de su Espíritu, quien, siendo uno solo en la Cabeza y en los miembros, de tal modo vivifica todo el cuerpo, lo une y lo mueve, que su oficio pudo ser comparado por los Santos Padres con la función que ejerce el principio de vida o el alma en el cuerpo humano". (Concilio Vaticano II - Lumen Gentium n° 8). Para que cada miembro de la Iglesia se mantenga y crezca vivo, es preciso un trato familiar con el Espíritu, mediante la escucha constante de la Palabra y la celebración de los Sacramentos. El relato que transmite el Libro de los Hechos colma todas las expectativas y mantiene abiertos los canales a la Vida Eterna, anticipada por la gracia. Pentecostés lleva la Pascua a su plenitud y perfecto cumplimiento. Por ello, la Liturgia de la Iglesia le otorga un lugar particularmente destacado. La catequesis correspondiente prepara el espíritu para que, cada miembro de la Iglesia, ocupe responsablemente su lugar en la Misión universal. Es una catequesis desarrollada convenientemente y puesta en plena actividad mediante el Sacramento de la Confirmación. Su aplicación en la vida de los bautizados se vuelve imprescindible.
4. Pentecostés desafía al mundo incrédulo y corrupto. Pentecostés señala el momento culminante de la vida cristiana. Depender del Espíritu Santo, inspira el camino a seguir y otorga su vitalidad sobrenatural a quienes deben recorrerlo. Los Apóstoles, a partir de Pentecostés, se encuentran con un pueblo incrédulo y un mundo idolátrico y corrompido. La incredulidad y la corrupción siguen desafiando a la actual Iglesia, e intentan seducir a los más incautos, autocalificados creyentes. El mal no es vencido con un discurso condenatorio sino con la presencia del Espíritu, en quienes están animados por Él. Cuando Jesús confía la misión que recibió de su Padre, lo hace infundiendo el Espíritu del Padre y suyo: "Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes" (Juan 20, 21). De inmediato, el mismo texto afirma: "Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo".+