Honorio Rey, un pionero de los Focolares en la Argentina

  • 8 de mayo, 2025
  • Buenos Aires (AICA)
El primer focolarino de la Argentina y director de la revista Ciudad Nueva, en la que trabajó durante 40 años, falleció a fines de abril.

Honorio Rey, quien fuera el primer focolarino de la Argentina y director de la revista Ciudad Nueva, donde trabajó durante 40 años, partió al cielo en la tarde del lunes 28 de abril.

Honorio Rey nació el 12 de marzo 1937 en el seno de una familia chacarera en el pueblo de Cinco Saltos, Río Negro, criándose en ese ambiente de trabajo, y rodeado de "conejos, alfalfa, peras y manzanas", como él mismo le narraba a sus nietos. 

Después de ir a estudiar a Bahía Blanca y regresar a Cinco Saltos, escuchando los consejos de algunos amigos volvió a elegir el estudio y buscar "un sueño de un mundo distinto", esta vez en Tucumán. A través de un sacerdote escuchó sobre "un grupo que había nacido en Italia, que quería vivir el Evangelio". Se trataba de los Focolares y un año después conoció a un italiano, el primer focolarino que venía desde Recife e iba camino a Santa María de Catamarca, para difundir el Ideal de la Unidad de Chiara Lubich, allá por el año 1959.

Incluso tiempo después, en los pasillos del hospital de niños de Tucumán, mientras esperaba al sacerdote que era su guía espiritual, se encuentra con "un señor grande, abogado, italiano ... era Victorio Sabbione, quien lo invita a conocer el primer focolar en la Argentina", narra Norberto Cartecchini, focolarino amigo de Honorio.

Años más tarde, en los comienzos de la década del 60, ya en Buenos Aires, comenzó a ayudar a "ensobrar, junto a otros jóvenes, una carta circular en la que los miembros del grupo inicial del Movimiento de los Focolares compartían sus experiencias de vida", tal cual contaba el propio Honorio, sin saber que un año más tarde, en 1963, esas circulares se estaban transformando en una publicación naciente, llamada Ciudad Nueva.     

Precisamente su larga trayectoria en Ciudad Nueva la podemos recordar a través del testimonio de Carlos Mana, quien junto a Honorio y tantos otros han llevado adelante la Editorial durante muchos años.

Honorio comenzó a trabajar ("hacer") Ciudad Nueva cuando volvió de Grottaferrata, Italia, donde había hecho la escuela de focolarinos, promediando la década del 60, hasta los primeros años del nuevo siglo.

Con Honorio trabajamos juntos desde julio de 1984 hasta que él dejó Ciudad Nueva, aunque luego siguió colaborando desde la Mariápolis Lía, en O'Higgins.

Recuerdo momentos vividos juntos de alegría por algún logro o también, en momentos difíciles, donde había que remar juntos, por ejemplo durante la campaña de suscripciones. Un día descubrimos que los dos teníamos la misma práctica: antes de llegar a Ciudad Nueva cada uno pasaba por una iglesia y pensando en los miembros del Movimiento que ya habían fallecido y que cuando estaban entre nosotros solían hacer una determinada cantidad de suscripciones, les pedíamos que nos ayudaran a que ese día llegaran más suscripciones todavía.

Otra vez recuerdo que estábamos en época de hiperinflación, por la mañana viene quien se encargaba de la administración y me dice: mañana entra el cheque de la imprenta y en el banco no tenemos lo suficiente. Vamos a tener que cubrir. Solo que no había cómo cubrir y era una suma grande: 5.128 pesos (era durante el período en el que un dólar valía un peso). Voy a la oficina de Honorio para comentarle y está hablando por teléfono. Cuando corta le comento y me dice que lo había llamado un viejo amigo que venía de otro país y que pasaría por Ciudad Nueva para dejarnos algo que tenía para nosotros. Estuvimos todo el día pendiente y casi cuando ya se terminaba la tarde llegó esta persona. Lo atendió en la salita de recepción, le ofrecimos un café y estábamos todos pendientes de esa conversación que duró bastante tiempo. Después que lo despidió, Honorio sonriente vino con un sobre. Contamos y había 5000 dólares. Enseguida nos fuimos a fijar en el banco cuánto había y exactamente teníamos 128 pesos. Un festejo y una alegría enorme: la Providencia no se había hecho esperar.

O la vez que, durante el proceso militar, se había publicado la cifra de desaparecidos. Cuando llegó la revista impresa se dieron cuenta que no se podía enviar a los suscriptores. Aún si eran datos ciertos no era prudente en ese momento. Pasamos toda una noche cortando esa página en cada revista.

Así podría contar cientos de experiencias: cuando Chiara Lubich visitó Ciudad Nueva y justamente hablando con Honorio dijo cosas que luego se revelarían muy importantes para todo el Movimiento.

Honorio era un apasionado del diálogo y los procesos de paz. Luego de diciembre de 1983, cuando retornó la democracia a la Argentina, él reunió por largo tiempo un grupo de reconciliación, donde había personas de distintas tendencias hasta hacía poco muy enfrentados. Creó una amistad con cada uno y entre ellos que perduró en el tiempo.

Ante ideas nuevas no se echaba atrás. Las aceptaba con entusiasmo y ponía todo de sí. Un día le propuse escribir un libro sobre su relación con los hijos, al poco tiempo había reunido un volumen que tituló: ¿Por qué sos mi papá?. Lo mismo cuando se le propuso escribir la historia de Victorio Sabbione. No se dio descanso hasta que logró reunir el material y darle forma con mucha creatividad de tal modo que surgió un libro muy ameno e interesante a lo largo de las páginas. Una cosa muy difícil de lograr en una biografía.

Ya antes de que yo llegara a Ciudad Nueva tuvimos algún encuentro profesional. Yo estaba terminando la Universidad. En todos los años compartidos aprendí mucho de él en cuanto al periodismo. Pero lo que más me queda en el corazón es haber encontrado un amigo, un hermano mayor, con el que recorrimos mucho camino juntos también en los años siguientes en la Mariápolis de O'Higgins. ¡Gracias Honorio y hasta la vista!

Honorio ha dejado este mundo de la misma manera en que vivió: silenciosamente, sin hacer ruido, con la delicadeza de quien no quiere preocupar a nadie. Pero su vida fue todo lo contrario de silenciosa: dejó huellas firmes, profundas, luminosas, como las de quien sabe que cada paso puede ser semilla de algo eterno.

Como pionero, Honorio fue uno de los que estampó su firma en el acta de donación del antiguo convento y las tierras adyacentes que, con los años, se transformaría en lo que es hoy la Mariápolis Lía.

Junto a María Inés, su esposa, tuvieron cuatro hijos (Andrés, Santiago, Clara y Juan) y cuatro nietos (Vera, Elio, Felipe y Simón), fueron protagonistas por muchos años en el Movimiento Familias Nuevas y en su vida de familia supieron anclarse en el Evangelio, haciendo de lo cotidiano un espacio de comunión y testimonio.

Con su mirada serena, su atención discreta a cada necesidad, su buen humor permanente y esa fe que no se anunciaba pero se respiraba, se ganó el cariño de todos. Su presencia ha sido regalo para generaciones.

El movimiento de los Focolares en el cono sur y cada rincón de la Mariápolis Lía, guardan su memoria como una luz encendida y se inclina con gratitud ante una vida que ahora continúa en la plenitud del Amor.+ (Colaboración periodística para AICA de Santiago Durante, actual director de Ciudad Nueva)