Ejercicios de Cuaresma: 'El Papa nos acompaña incluso en su ausencia', dijo fray Pasolini

  • 10 de marzo, 2025
  • Ciudad del Vaticano (AICA)
El predicador de la Casa Pontificia afirmó que el pontífice está junto a quienes "viven el misterio del sufrimiento".

"La esperanza de la vida eterna", es el tema de los ejercicios espirituales de Cuaresma para la Curia Romana, iniciados este domingo 9 de marzo y que durarán hasta el viernes 14, en el Aula Pablo VI. Las meditaciones están a cargo del padre Roberto Pasolini OFM Cap, predicador de la Casa Pontificia, quien manifestó que "la ausencia del Papa no será una ausencia total, en primer lugar porque nos reuniremos en oración por él con mayor intensidad. Y, además, porque su misma ausencia nos ofrecerá una palabra".

"Con el Santo Padre viviremos una comunión espiritual", afirmó el padre Pasolini en ese sentido.

Sobre el tema de los ejercicios para esta Cuaresma, el predicador explicó a los medios vaticanos que la expresión "la esperanza de la vida eterna" la tomó del Nuevo Testamento, y que es en sí misma un poco el corazón de la esperanza cristiana, es decir, el hecho de que la vida que Dios ya nos ha dado en este mundo es un bien, algo que sólo tiene sentido en el marco de la vida terrena, pero que apunta a una eternidad de la que ya tenemos signos e indicios que nos permiten captarla plenamente.

Según explicó el fraile capuchino, los ejercicios partirán de algunos conceptos teológicos del Catecismo sobre la vida eterna, para luego entrar en la tradición. Después, se conducirá a los participantes de los ejercicios por un camino más bíblico, escuchando lo que dicen las Escrituras sobre la vida eterna, precisamente para recuperar el sentido de esta vida ya en el horizonte de la vida humana, y así ya "gustar" los aspectos de la vida eterna que nos es posible vivir y abrazar también desde ahora.

El fin será el comienzo
En la primera meditación, que tuvo lugar en la tarde del domingo, Fray Pasolini explicó que la fe de la Iglesia, fundada en la resurrección de Cristo, ofreció siempre al mundo la esperanza de una vida más allá de la muerte. Sin embargo, con el paso del tiempo, esta promesa se ha difuminado y hoy no es tanto contestada como ignorada. Frente a esta indiferencia, los creyentes están llamados a redescubrir el valor y la belleza de la vida eterna, a devolverle su auténtico sentido. Esta tarea es aún más urgente en este año santo del Jubileo y en el momento de profundo sufrimiento que atraviesa el Santo Padre.


La muerte, según el Catecismo de la Iglesia (CIC), es el momento en que se hace el juicio particular, evaluando la aceptación o el rechazo de la gracia de Dios. Sin embargo, la salvación no sólo está reservada a quienes han conocido formalmente a Cristo: el Concilio Vaticano II reconoce que quienes siguen su conciencia en una búsqueda sincera de Dios pueden acceder a la vida eterna. El CIC subraya que el juicio final no se basa en meros actos exteriores, sino en el amor vivido, haciéndose eco del pensamiento de San Juan de la Cruz: 'En la tarde de la vida, seremos juzgados por el amor'.

El destino último del hombre se divide en tres posibilidades: el paraíso, la condenación eterna (infierno) y la purificación final (purgatorio). El paraíso representa la plena realización del ser humano, una comunión eterna con Cristo, en la que cada persona encuentra su verdadera identidad. El infierno, en cambio, se describe como la separación definitiva de Dios, aunque la Iglesia nunca ha afirmado con certeza que alguien esté efectivamente condenado allí. El purgatorio, por último, se considera un proceso de purificación para aquellos que, aunque en gracia de Dios, aún no están preparados para el cielo. Y, quizá, en este último "destino" se encuentre la originalidad de la revelación cristiana. La posibilidad de un último "momento" de purificación es la oportunidad de reconciliarse hasta el final con el amor infinito de Dios.

La reflexión de la Iglesia sobre la eternidad de la vida no pretende generar miedo, sino alimentar la esperanza, subrayando que nuestro destino depende de la libertad con que elijamos vivir en el amor. La verdadera purificación no consiste en llegar a ser perfectos, sino en aceptarnos plenamente a la luz del amor de Dios, superando la ilusión de que tenemos que ser "otros" para merecer la salvación.

"Al final, nuestro destino no está escrito en el miedo, sino en la esperanza. La muerte no es una derrota, sino el momento en que por fin veremos el rostro de Dios, y descubriremos que el final... era sólo el principio".

El acceso a la vida eterna depende de la capacidad de vivir el amor
En la meditación de este lunes 10 de marzo, el padre Pasolini se centró en el criterio de acceso al Reino, subrayando que éste no depende de las prestaciones morales, sino del amor al prójimo. 

El predicador enfatizó que la verdadera sorpresa del juicio final será descubrir que Dios no tenía ninguna expectativa de nosotros, más allá de reconocernos como sus hijos. 

La parábola del Juicio Final, narrada en el Evangelio de Mateo y representada en el famoso fresco de Miguel Ángel, se interpreta comúnmente como un llamado a la caridad. Sin embargo, un análisis más atento revela una perspectiva sorprendente: no se trata de un juicio en el sentido tradicional, sino de una afirmación que revela la realidad ya vivida por cada persona. 

El criterio de acceso al Reino no es la afiliación religiosa, sino el amor concreto hacia los hermanos, que, en la perspectiva evangélica, representan a los discípulos de Cristo. La responsabilidad de los cristianos no es, pues, principalmente hacer el bien, sino permitir que otros lo hagan.

Además, la parábola cambia el sentido común del juicio: tanto los justos como los malvados muestran asombro ante las palabras del Rey, señal de que el bien realizado en ellos fue experimentado de manera natural e inconsciente. Esto sugiere que el acceso a la vida eterna no depende del desempeño moral, sino de la capacidad de vivir en el amor sin cálculos.

El Catecismo afirma que, al final de los tiempos, el Reino de Dios se manifestará plenamente, transformando la humanidad y el cosmos en "nuevos cielos y nueva tierra" (CEC 1042-1044). Esta esperanza tiene su raíz en la promesa de Cristo, que nos llama a vivir ya ahora en esta perspectiva, sin ansiedad de rendimiento, sino con la confianza de que es Dios mismo quien transforma nuestra humanidad a su imagen y semejanza, según ese plan de amor que es desde el principio.

Jesús anunció la vida eterna, no como una realidad futura y lejana, sino como una condición ya accesible a quienes escuchan su palabra y creen en el Padre (Jn 5,24). El Evangelio nos invita a reconocer que la vida eterna ya ha comenzado: se manifiesta en nuestro modo de vivir y de amar, abriéndonos a la presencia transformadora de Dios.+