El cardenal Czerny, a los refugiados sirios en el Líbano: 'El Papa llora con ustedes'
- 24 de febrero, 2025
- Beirut (Líbano) (AICA)
"Estamos endeudados, tenemos hambre y frío, y nuestros hijos se enfadan cuando ven a otros niños comer carne", le contaron al cardenal jesuita, que escuchó a cada uno, compartiendo su sufrimiento.
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El campo de refugiados 004 para refugiados sirios, ubicado en el pueblo de Kfardlakos, distrito de Zgharta, en el norte del Líbano, es uno de los cincuenta campos repartidos por todo el país. Unas 125 personas, pertenecientes a 25 familias y entre las que hay más de 60 menores, siguen luchando en difíciles condiciones de vida once años después de su huida de Siria, donde la vida era aún más difícil. El cardenal Michael Czerny, prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, ha querido visitar ese lugar durante su misión actual en el Líbano.
La cuestión es compleja, y a ello hay que sumar el bloqueo de los corredores humanitarios por parte de los gobiernos europeos. Además, los subsidios de la ONU no son suficientes para cubrir las necesidades de la gente. Cada dólar que se recibe se lo tragan las deudas que las familias acumulan en los comercios cercanos por haber comprado comida y otros bienes.
"Deudas, eso es lo que tenemos. Nada más", cuenta Fteim, una siria de 50 años de Hana, que se halla en el Líbano desde que estalló la guerra, en 2011. Habla en una conversación colectiva con el cardenal bajo una tienda de campaña, mientras llueve: "Tenemos agua por todas partes, arriba y abajo, pero no para lavarnos. Nuestros niños están sucios, no tienen ropa limpia y no van a la escuela, porque no los dejan subir a los autobuses", se lamenta. Los niños son enviados a trabajar en el campo o a vender paquetes de pañuelos en la calle.
"Tenemos hambre, no hay nada", repite el shawish, el responsable local. "El Ramadán está a punto de empezar, queremos vivir el mes como es debido". "Los niños sienten mucho el frío, están enfermos", explica otra mujer. "Mi hijo el otro día vio por el teléfono a otro niño comiendo carne, y se enfadó mucho..."
Los adultos lloran, los niños sonríen. Intentan cantar y saludar en italiano, junto con el padre Michel Abboud, el carmelita presidente de Cáritas Líbano. Los pequeños siguen al cardenal por el campo, observando con curiosidad a este hombre alto, tocado con una gorra roja y que lleva sobre el pecho una cruz de madera con un clavo. Gritan y juegan todo el tiempo, con ropa que no les queda, sin juguetes, pero utilizando lo que encuentran en el suelo.
En el campo 004 de Kfardlakos, la emergencia es continua: a veces por infecciones, por falta de agua y electricidad, pero sobre todo por la escasez de alimentos y por la imposibilidad de vivir en una celda de piedra con siete, ocho o incluso diez personas -como ocurría durante la guerra-, con alfombras en el suelo y en las paredes, y una pequeña cocina detrás de una cortina que también sirve de armario.
El deseo de todos es volver a casa, a Siria: "Queremos que la vida vuelva a ser como antes", dice el shawish. El problema es que "en Siria no hay nada". Nadie ha ido a comprobarlo y existe el temor de que la "nueva situación" se transforme y sea peor que aquella de la que huyeron.
Mientras tanto, los libaneses, agobiados por la crisis económica, la caída de los salarios y la falta de trabajo, ya no pueden mantener al millón y medio de personas que viven en su territorio. Se trata de un ciclo sin fin. "Si alguien nos garantiza una casa en Siria, podemos volver", dicen. "¡Ayúdennos!", gritan. Y expresan agradecimiento por la presencia de un huésped tan estimado en el campamento. "¡Baba Francisco!", grita alguno. "No, no es el Papa Francisco. Es uno de sus colaboradores", lo corrige un sacerdote.
"El Papa llora con ustedes"
"Os escuchamos, y compartimos vuestra esperanza de volver a casa, a Siria", afirma el cardenal Czerny. "El Papa está contento de que esté aquí, entre vosotros. Lloramos por vuestro sufrimiento. El Papa llora con vosotros, os ama".
En el viaje de vuelta a Harissa, comenta la visita: "Me he quedado sin palabras al ver una vida vivida tan al extremo. Las condiciones son imposibles, la gente lucha por sobrevivir, quiere volver a casa, pero sabe que en Siria es difícil. De hecho, allí ya no hay casa".
De regreso de los pueblos bombardeados en el sur del Líbano, el cardenal, en su último día de misión en ese país, quiso detenerse en el lugar de la trágica deflagración de 2020, que causó daños en la capital y mató a más de 260 personas. Junto al purpurado, se encontraban familiares de las víctimas. Inmediatamente después, se reunió con un grupo de inmigrantes asiáticos y africanos en el centro del Servicio Jesuita a Refugiados y mantuvo conversaciones con comunidades de la Compañía de Jesús.+