Mons. Castagna: '¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!'

  • 17 de enero, 2025
  • Corrientes (AICA)
El arzobispo recuerda que "la vida cristiana oscila entre lo que perciben los sentidos y lo que la fe -la Palabra de su Señor- les asegura ser la Verdad".

Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, destacó que "los apóstoles ven signos y creen en Quien los pone", y subrayó: "La vida cristiana oscila entre lo que perciben los sentidos y lo que la fe -la Palabra de su Señor- les asegura ser la Verdad".

"El ministerio apostólico planta sus cimientos en la persona de Cristo, Palabra eterna encarnada", aseguró, y profundizó: "En lo sucesivo, siempre, se producirá ese proceso".

El arzobispo recordó que "al servicio [de ese proceso], o de su realización, está toda la actividad pastoral de la Iglesia". 

"Es entonces cuando la Palabra se hace escuchar y la fe es suscitada en quienes la oyen. La convicción del apóstol Pablo le inspira dedicar su vida, hasta la muerte, a predicar el Evangelio: 'Si anuncio el Evangelio, no lo hago para gloriarme; al contrario, es para mí una necesidad imperiosa. ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!'", puntualizó.

"Para ello, se desvela y dedica todo su tiempo a la evangelización, dispuesto a perderlo todo, hasta la vida, para que Cristo sea conocido y amado, como él lo conoce y ama. Es la auténtica fisonomía del evangelizador", concluyó.

Texto completo de las sugerencias
1. Por pedido de su Madre, adelanta su hora. El adelanto de la hora, por pedido expreso de María, posee una carga profética de singular significación. Jesús aparece en medio del pueblo como uno más. Se destaca por su inocencia y santidad. Está empeñado en no adelantar imprudentemente su identificación como Hijo de Dios e Hijo del hombre. El mundo necesita prepararse para reconocerlo, como ocurrió en los mismos Apóstoles. El texto de San Juan lo deja claro, al narrar lo que produjo en ellos el milagro de Caná: "Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él" (Juan 2, 11). La vida de aquellos hombres estará dedicada a preparar los corazones y las mentes, hasta que logren identificar en Jesús a su Salvador. La confusión ideológica en la que están inmersos muchos de nuestros contemporáneos afecta, principalmente, el área de lo religioso. El descarte de lo religioso indica cierto estado de insensibilidad, por parte de quienes lo producen. Jesús manifiesta que adopta nuestra fragilidad y la necesidad que tenemos de Dios, Padre suyo y nuestro. Como Verbo eterno, es perfecto como el Padre, y como el Hijo del hombre, necesita la conducción y asistencia del Espíritu, común a Él y a su Padre. En los momentos más dolorosos de la Pasión experimenta el abandono de su mismo Padre y la necesidad de ser consolado por los ángeles y por sus ausentes amigos. El recorrido de las palabras pronunciadas en la Cruz, desvela el drama de su abrumadora soledad. Es entonces cuando se muestra: inocente y sensible a los golpes inclementes de los pecadores. Desde esa experiencia deja a sus discípulos una nueva e imprescindible enseñanza: "Estén prevenidos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto; pero la carne es débil. Se alejó por segunda vez y suplicó: "Padre mío; si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, que se haga tu voluntad" (Mateo 26, 41-42). No teniendo pecados personales que purgar se hace cargo de los pecados de todos. No es su Padre quien ejecuta un castigo tan implacable. Es el mismo pecado "crimen y castigo", juez y verdugo del pecador. La penitencia, que el Bautista predica, ofrece una puerta de salida del estado de pecado, que desemboca en su remisión.

2. Instrumentalidad de la carne y de la sangre. Convertida en condición indispensable para sintonizar con el perdón de Dios. Jesús asume todo el dolor, merecido por el pecado, para que pueda producirse el perdón y la santidad. Así, su naturaleza humana es instrumentalizada para que todo hombre logre el perdón y la santidad. El reconocimiento de la propia situación de pecado constituye la necesaria instancia por la que la historia cambie de orientación y se produzca el reencuentro con Dios Padre y Redentor. A esto debemos llegar durante el desarrollo de la acción evangelizadora. No es bueno que el mundo siga indiferente, ante la presencia de Cristo - aunque lo sea ante la Iglesia como institución. La Institución ha sido creada, por el mismo Señor, para causar el encuentro con Él, y dispensar -a quienes lo acepten- los beneficios de la Redención. Con frecuencia hemos recordado que la Iglesia no está para ella, sino para que el mundo sacie su necesidad de Cristo, su Salvador. Podemos olvidarlo, y confundir roles y responsabilidades, presentando a una Institución auto referenciada, que ha olvidado que es "sacramento" y, por ello, está al servicio de la misión que Cristo le ha encomendado. Así, junto a sus discípulos, se presenta ante un mundo que intenta reconstruirse sin Dios, o sin una religión que conduzca eficazmente a Dios. Jesús es un judío practicante de la religión de sus grandes antepasados: Moisés, Isaías, David, su Madre y su padre adoptivo. No vino a destruir la religión sino a darle definitivo cumplimiento. Los destructores de las auténticas formas y estructuras de la Religión no pueden justificar tal destrucción en la decisión valiente de Jesús, cuando expulsa a los mercaderes del Templo. Aprovecha para identificar al Templo como casa de oración -de encuentro con Dios- y no para ser invadido por la corrupción y un mísero intercambio comercial. Necesitamos la sabiduría del Señor para discernir, con la mayor exactitud posible, la sacralidad del Templo, de los sacrílegos mejunjes humanos. La severidad del Maestro responde a la gravedad del pecado. Hemos desclasificado socialmente lo sagrado y nos asedia la mediocridad y la confusión. Es el momento de atender lo divino, en nuestros corazones tironeados por los más contradictorios intereses. La importancia de Dios debe recuperar su predominio en nuestra vida. Para ello, será preciso recuperar "lo único necesario" y devolverle su sitio entre nuestras preferencias.

3. Dispuesto a abandonarlo todo para estar con Dios. Para ello debemos imponernos un examen riguroso, con el fin de seleccionar lo que vale la pena, de lo que no lo vale. Así los hizo María de Betania, desafiando a su propio silencio y a la incomprensión de Marta. Dios se hace conocer por quien lo contempla. Será preciso introducirse humilde y generosamente en el silencio de la contemplación, pero, alejados voluntariamente de todo otro interés que no sea Dios. Los santos se imponen una disciplina que incluye la decisión de abandonarlo todo para estar con Dios, como lo hacía Jesús durante prolongados días de recogimiento y penitencia. El inexplicable y poco tiempo que nos deja el quehacer ordinario, indica que "estar en oración con Dios" está contraindicado en la preceptiva farisaica, extraña al Evangelio."Estar con Dios" incluye una valiente decisión de renunciar a lo propio, por lo de Dios. Es oportuno examinar qué lugar dedicamos a la oración en la organización de nuestro tiempo. En los círculos más emparentados con la vida contemplativa comprobamos fisuras que producen perjuicios -en la vida espiritual de la comunidad- de muy difícil superación. Es preciso, como Jesús lo recomienda a sus Apóstoles, orar siempre para no caer en la tentación. Sin duda la oración es el antídoto contra el veneno mortal del pecado. San Alfonso María de Ligorio afirmaba categóricamente: "El que reza se salva, el que no reza se condena". Impresionante aseveración que, abriendo la perspectiva a la esperanza, la cierra a todo irrealismo. En un mundo descreído y desalentado, el Evangelio constituye "lo nuevo" que salva: que perdona y santifica. Se lo debemos al mundo -a todos sus ciudadanos- y nos urge ofrecerlo. No es una indebida imposición sino un reclamo a la libertad de cada persona. Incluye el ejercicio del libre albedrío saneado por la Redención. El pecado es una renuncia trágica a ser libres. Pecamos porque somos libres pero, en la misma actitud pecaminosa, desnaturalizamos nuestra libertad. Así no lo entiende el mundo, suscitando una concepción confusa y enfermiza. Dejamos de pecar cuando cedemos al amor de Dios, de manera auténticamente libre, nuestra vida personal. El esfuerzo de San Juan Bautista se concentra en ese "ceder a Dios" toda la vida, mediante la conversión y la penitencia. El motivador principal de esa cesión es el amor de Dios, revelado en el amor generoso de Cristo. No es posible llegar al conocimiento del amor de Dios - al mismo conocimiento de Dios - sino por Cristo.

4. ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! Los Apóstoles ven signos y creen en Quien los pone. La vida cristiana oscila entre lo que perciben los sentidos y lo que la fe -la Palabra de su Señor- les asegura ser la Verdad. El ministerio apostólico planta sus cimientos en la persona de Cristo, Palabra eterna encarnada. En lo sucesivo -siempre- se producirá ese proceso. Al servicio del mismo, o de su realización, está toda la actividad pastoral de la Iglesia. Es entonces cuando la Palabra se hace escuchar, y la fe es suscitada en quienes la oyen. La convicción del Apóstol Pablo le inspira dedicar su vida, hasta la muerte, a predicar el Evangelio: "Si anuncio el Evangelio, no lo hago para gloriarme; al contrario, es para mí una necesidad imperiosa. ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!" (1 Corintios 9, 16). Para ello se desvela, y dedica todo su tiempo a la evangelización, dispuesto a perderlo todo, hasta la vida, para que Cristo sea conocido y amado, como él lo conoce y ama. Es la auténtica fisonomía del evangelizador.+