Foro sinodal: primado y sinodalidad en una comunión de Iglesias

  • 17 de octubre, 2024
  • Roma (Italia) (AICA)
El cuarto Foro Teológico-Pastoral de la Asamblea General del Sínodo de los Obispos examinó modalidades nuevas y originales de ejercicio del primado en la Iglesia.

Un cuarto foro teológico-pastoral organizado en el contexto de la Asamblea General del Sínodo de los Obispos tuvo como objetivo comprender más profundamente algunos aspectos de la relación entre la autoridad del Obispo de Roma -"principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad, tanto de los obispos como de la multitud de los fieles" (Lumen gentium, 23)- y el Sínodo de los Obispos, organismo fundado en 1965 por Pablo VI.

El foro se realizó simultáneamente con otro, centrado en la relación de las Iglesias locales con la Iglesia universal, el cual se celebró en la Curia General de los jesuitas, en Roma.

Del cesaropapismo a la papolatría
El tema del ministerio petrino, en la dinámica circular sinodalidad-colegialidad-primacía, fue abordado por el teólogo padre Dario Vitali, profesor de Eclesiología en la Pontificia Universidad Gregoriana y consultor del Sínodo de los Obispos.

Partiendo del presupuesto hermenéutico de que "a cada modelo de Iglesia corresponde un modelo de ministerio, y a cada modelo de ministerio se le asocia un modelo correlativo de Iglesia", el teólogo ilustró la evolución histórica de esa relación distinguiendo el camino de la Iglesia en tres fases, a lo largo de tres milenios.

Así, explicó que, en la primera fase, se puede hablar de sinodalidad sin primado; en la segunda, en la Iglesia latina, de primado sin sinodalidad. El padre Vitali propone entonces una tercera fase, "que ojalá sea de sinodalidad y primado".

Efectivamente, en una Iglesia concebida como communio Ecclesiarum, una "comunión de Iglesias", donde la unidad última a nivel institucional era la articulación del cuerpo eclesial en patriarcados, las Iglesias del primer milenio reconocieron un primado, no del Obispo de Roma, sino de la Iglesia de Roma.

Por su antigüedad, su gloria (san Pedro y san Pablo habían muerto aquí) y su fidelidad a la doctrina apostólica, la Sedes Romana, la Sede de Roma, fue reconocida, explica Vitali, como la última instancia en la resolución de conflictos.

El ejercicio sinodal de juicio por excelencia fue el concilio ecuménico, representación visual de la Iglesia entera, en la que cada obispo representaba a su Iglesia particular y todos juntos representaban a la Catholica.

"Fue el emperador, no el Papa, quien convocó los concilios", recordó el teólogo, "y así fue el principio real de la unidad de la Iglesia, como cabeza del pueblo cristiano".

El padre Vitali continuó su excursus señalando cómo el Papado reaccionó ante el desenlace extremo del cesaropapismo en Occidente, cambiando profundamente el modelo de la Iglesia, al reivindicar para el Papa un papel de guía universal, a causa del mandato de Cristo a Pedro. Esto marcó el paso del primado de la sedes, "la Sede", al sedens , "el que tenía la Sede"; es decir, de la Iglesia de Roma al Romano Pontífice.

El Obispo de Roma pasó a tener un poder de jurisdicción sobre todas las Iglesias, y la Iglesia dejó entonces de ser una communio Ecclesiarum. "El desequilibrio llevó a la teología apologética a desarrollar lo que Congar llamó papolatría", subrayó el sacerdote, "con un modelo de Iglesia visible, piramidal, jerárquica, monárquica, que era el espejo perfecto de la figura y la función del Sumo Pontífice".

La colegialidad, si es sólo "afectiva", es débil
Luego, con el Concilio Vaticano II, se ha planteado la cuestión de la colegialidad, reafirmando al mismo tiempo la doctrina de la institución, perpetuidad, valor y naturaleza del sagrado primado del Romano Pontífice y de su Magisterio infalible, observó el padre Vitali. "Sin embargo, el modelo de la Iglesia sigue siendo el de una Iglesia universal, hasta el punto de que el fracaso del ejercicio de la colegialidad en el período postconciliar es una prueba fehaciente de que un modelo universal de Iglesia no tiene dos sujetos de 'plena y suprema autoridad sobre toda la Iglesia'. Esto lo demuestra el hecho de que, después del Concilio, se ha impuesto una visión débil de la colegialidad, la de la colegialidad afectiva, que de hecho se ha traducido en una forma reforzada del ejercicio del primado".

Sin embargo, la Lumen Gentium "constituye una clara y definitiva ruptura con la concepción del ministerio petrino basado en el primado de jurisdicción", insistió el padre Vitali, señalando que "en y desde las Iglesias particulares existe la única Iglesia católica".

Sostuvo en ese sentido que, si se considera al obispo no como vicario del Papa sino de Cristo mismo en su Iglesia, "esto es irreductible a una circunscripción territorial de la Iglesia, pero es una Iglesia particular, es decir, portio Populi Dei [una porción del Pueblo de Dios], en la que está presente y actúa la Iglesia de Cristo, una, santa, católica y apostólica".

En las Iglesias particulares, está la "única" Iglesia Católica
Según el padre Vitali, "el proceso sinodal en curso está proporcionando a la Iglesia un nuevo y original ejercicio del primado", que corresponde al modelo de la Iglesia como comunión de Iglesias.

Es el Obispo de Roma, como principio de unidad de la Iglesia, quien llama a todas las Iglesias a la acción sinodal.

Esto, dijo, "no es una cuestión de mera función notarial", sino que significa que el Papa "no es la primera, última y única instancia; si acaso el primero, cuando inicia los procesos; el último, cuando los concluye".

En esta relación circular de unidad y diversidad, el Papa se pone del lado de la unidad: como Obispo de la Iglesia particular de Roma, con todas sus peculiaridades, está al servicio de la unidad de la Iglesia, como garante de la comunión de las Iglesias.

"Esta lectura -concluye Vitali- más que una novedad, es la fiel recepción del principio de catolicidad formulado por el Concilio", donde se afirma que, "en la Iglesia, tienen su justo lugar las Iglesias particulares; estas Iglesias conservan sus propias tradiciones, sin oponerse de ningún modo al primado de la Cátedra de Pedro, que preside toda la asamblea de la caridad y tutela las legítimas diferencias, procurando al mismo tiempo que éstas no obstaculicen la unidad, sino que más bien contribuyan a ella" (LG 13).

Demasiados obispos sin pueblo
El presbítero recordó también la creación del Sínodo por parte de Pablo VI, según el cual se convertiría en un verdadero "órgano deliberativo". El papel del obispo de Roma, añadió, es ratificar las decisiones del Sínodo.

Por su parte, la doctora Catherine Clifford, profesora de teología en la Universidad St Paul de Ottawa (Canadá), centró sus observaciones en el punto del Instrumentum laboris (n. 41) que subraya que la comunión de los fieles es al mismo tiempo la comunión de las Iglesias.

"La Iglesia está en el obispo y el obispo está en la Iglesia", afirmó, señalando una contradicción basada en el hecho de que, hoy, casi la mitad de los obispos católicos (eméritos, auxiliares, nuncios, obispos de la curia...) no son pastores de ninguna Iglesia.

Servir a Iglesias inexistentes, señaló, no es coherente con su papel en el cuerpo sinodal, por lo que es importante "restablecer el vínculo entre el obispo y una Iglesia local existente".

También citó el Documento de Chieti, de la Comisión Teológica Conjunta Ortodoxo-Católica, que claramente coloca la primacía a la luz de la enseñanza de Cristo: "Quien quiera ser el primero, será el último de los servidores".

Concluyó señalando que los recientes avances en la práctica sinodal, en diversos contextos alrededor del mundo, reflejan una tendencia a no enfatizar la primacía del Obispo de Roma, sino a desplazar el foco hacia la dimensión de la colegialidad.

Por una sana descentralización en la Iglesia
Desde Valladolid, el padre José San José Prisco, de la Fraternidad de Sacerdotes Obreros Diocesanos, decano de Derecho Canónico de la Universidad Pontificia de Salamanca, se detuvo en cómo desarrollar una sana descentralización en la Iglesia, vinculada al principio de subsidiariedad.

"Ya en 1967 se afirmó este principio rector, para avanzar en la reforma del derecho canónico", subrayó.

Prisco insistió también en la necesidad de devolver a las diócesis la característica de no ser "meras circunscripciones administrativas". El Concilio, recordó, enseña que los obispos reciben su tarea de gobierno directamente de Cristo y pide que los obispos sean considerados vicarios de Cristo y no del Romano Pontífice: esto, subrayó, no es un peligro para la Iglesia. Se trata de encontrar la armonía entre dos sujetos (el Papa y los obispos), para garantizar la unidad sin sofocar la diversidad, de modo que la pluralidad no sea fuente de división, sino de consolidación de la comunión eclesial, de modo que ninguno de los sujetos aniquile al otro.

Aunque el Código de Derecho Canónico de 1983 no ha aclarado cuál es la delimitación concreta de lo que está reservado al Papa, concluyó el padre Prisco, y existe un motu proprio, Competentias quasdam decernere, que confía a los obispos y superiores religiosos ciertas competencias, la comunión de las Iglesias requiere mecanismos de consulta e intercambio. El respeto de las competencias de los obispos locales no debe conducir, por ende, a la anarquía.

Una Iglesia con puertas abiertas
El australiano Timothy Costelloe, arzobispo de Perth y presidente de la Conferencia Episcopal Católica de Australia, dijo que la apertura de las puertas de este Sínodo a sacerdotes, mujeres y laicos como miembros con pleno derecho a voto, y no ubicados ya en la última fila, como era el caso en el pasado, ess un avance positivo.

"Nos muestra la igualdad y la unidad de todos", afirmó, y añadió: "La unidad es comunión de mente y corazón, de espíritu y acción, y de fe al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia".

Señaló que esto da lugar a la pregunta: "¿Tiene el Sínodo, tanto como institución permanente como cuando se reúne en asamblea, los recursos para cumplir su tarea?"

El arzobispo Costelloe elogió el método de conversación en el espíritu, que "sirve para liberarse de los prejuicios", y señaló: "El Sínodo debe convertirnos de un enfoque competitivo a un espíritu de escucha, porque de esta manera será de verdadera y efectiva ayuda al Papa".

El arzobispo concluyó planteando algunas cuestiones prácticas: ¿Es necesario reestructurar la oficina sinodal en favor de las Iglesias locales? En caso afirmativo, ¿cómo sería eso? ¿Podrían los informes convertirse en documentos para publicar?

¿A qué estamos dispuestos a renunciar para que la Iglesia sea una?
En el espacio reservado a las preguntas de los asistentes, intervino también el obispo de Chieti, Bruno Forti, en su calidad de miembro de la comisión mixta internacional entre las Iglesias ortodoxa y católica, que ha contribuido a elaborar el Documento de Rávena y el ya citado Documento de Chieti.

El documento de Chieti, recordó, constituyó un momento muy intenso y elevado de intercambio y apertura; mientras que, en Alejandría, el componente ortodoxo (los rusos y los serbios estaban ausentes debido a los acontecimientos políticos) mostró resistencia a la idea de una aceptación del papel de "protos" aplicado al Obispo de Roma.

¿Cómo se puede resolver esta cuestión ecuménica?, se preguntó, de tal manera que el obispo de Roma tenga un papel de último recurso respecto de la comunión, como lo fue en los concilios de las Iglesias antiguas.

Vitali respondió planteando una pregunta: "¿Qué estamos dispuestos a entregar para que la Iglesia sea una?"

La proliferación de obispos auxiliares: ¿son necesarios?
Monseñor Alain Faubert, obispo de Quebec, abordó también la cuestión de las llamadas diócesis sin pueblo y se preguntó cómo se puede volver a la situación anterior.

En ese sentido, el doctor Clifford señaló que no habría necesidad de ordenar más miembros en la Curia, diciendo: "Hemos creado una situación anómala".

El padre Vitali, por su parte, señaló que existen alrededor de 3.000 diócesis y más de 6.000 obispos. Cuando se introdujeron los obispos titulares, su ayuda era necesaria; pero, ahora, su número ha crecido tanto que se han convertido en "un tumor".

Aproximadamente la mitad de los obispos son obispos residentes. Del 50 por ciento restante, aproximadamente la mitad (25% del total) son "eméritos", es decir, obispos jubilados; mientras que el resto son obispos "titulares", es decir, obispos que no están a cargo de una Iglesia local en particular.

Se planteó la pregunta, dada la proliferación de obispos auxiliares: ¿son realmente necesarios?

Esto planteó otra cuestión: si la tradición era siquiera válida y que, si el obispo está en la Iglesia y la Iglesia está en el obispo (como enseña la tradición), deberíamos empezar a distinguir entre los obispos que tienen un rebaño particular, un pueblo, y los que no.

Querer la sinodalidad no puede conciliarse con querer la guerra
Entre las peticiones de los presentes, estuvo la de un teólogo de Missouri, que pidió una mejor selección de los obispos, ya que muchos "no han promovido el Sínodo" y algunos "ni siquiera saben qué significa sinodalidad". Mencionó, además, situaciones de abuso de poder en Estados Unidos que han traumatizado a los jóvenes.

Por último, un sacerdote preguntó sobre las implicaciones antropológicas de las intervenciones del foro. El padre Vitali respondió: "Si el pueblo está llamado a caminar unido, no lo hace como una masa informe, sino como Iglesia; y, por tanto, necesita un líder que pueda ejercer el poder en una forma extraordinaria de comunión que realice, donde esté, el Evangelio del tiempo, según las situaciones y las culturas".

El padre Vitali concluyó recordando lo que cree que es un pasaje raramente citado del discurso del Papa Francisco por el 50º aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos, en el que el Santo Padre dice que "la sinodalidad es una bandera entre los pueblos y un testimonio de una humanidad que, a menudo, pide un modo de solidaridad, justicia y paz, pero luego entrega su destino a quienes producen guerras".+