Mons. Castagna: 'Los grandes necesitan hacerse pequeños'
- 14 de junio, 2024
- Corrientes (AICA)
El arzobispo emérito de Corriente destacó que "el secreto del éxito apostólico de Pablo y de los Doce radica en la total confianza en el poder de Cristo", y aseguró: "Así se siembra y se cosecha".
El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Castagna, en sus sugerencias para la homilía del próximo domingo, destacó que "la pedagogía de Jesús lo acerca a todos, comenzando por los más pequeños, de tal modo que los grandes necesitarán hacerse pequeños (humildes) para entenderlo".
"Las ínfimas dimensiones de la semilla de mostaza revisten una especial capacidad expresiva. Es preciso que recordemos esa semilla para entender qué es el Reino y su implicancia en nuestra vida", expresó.
"Ciertamente, Dios se vale de lo insignificante, para el mundo, para que quede de manifiesto el Misterio del Reino", indicó, y exclamó: "¡Qué opuesto a nuestros criterios de selección!"
El arzobispo recordó que san Pablo discierne con expresiones inconfundibles: "Mi mensaje y mi proclamación no se apoyaban en palabras sabias y persuasivas, sino en la demostración del poder del Espíritu, para que la fe de ustedes no se fundase en la sabiduría humana, sino en el poder divino".
"Conclusión que procede de una pedagogía superior a toda enseñanza humana", definió el prelado.
"El secreto del éxito apostólico de Pablo y de los Doce radica en la total confianza en el poder de Cristo. Así se siembra y se cosecha, ya que el Evangelio es gracia y capacidad de transformación, aunque las condiciones actuales del mundo parezcan desfavorables al mismo y radicalmente opuestas a sus exigencias", concluyó.
Texto completo de las sugerencias
1. El lenguaje simple de las parábolas. Somos como los discípulos a quienes Jesús instruye "aparte". En estos textos de Marcos Jesús habla a la gente con el lenguaje simple de las parábolas. El Reino de Dios es el valor supremo. La enseñanza del Señor se concentra en la superioridad del Reino y echa mano a las imágenes más simples y expresivas. Su intención es que llegue a todos, y sea por todos aceptado. Existe una gran resistencia a recibirlo y ser parte de él. Falta el encuentro personal con la Palabra encarnada, que se da únicamente mediante el testimonio apostólico. Así lo ha dispuesto el Señor: "Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre ustedes, y serán testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo" (Hechos 1, 8). El mandato no puede ser más claro. Aquel testimonio responde a una incuestionable necesidad. El mundo, destinatario de la Buena Nueva, lo demanda hoy con urgencia. El aspecto miserable ocasionado por los pecados, causan en Jesús un sentimiento de honda compasión. La parábola del "hijo pródigo" nace de su corazón lastimado por la inconciencia de los pecadores. Los santos, esforzados en serle fieles, le proporcionan el enorme gozo de aquel padre que espera, abraza y besa a su hijo que regresa arrepentido y humillado. La humildad salva al hijo perdido y recuperado. También a nosotros, hijos pródigos y deseosos de regresar a los brazos del Padre. Es preciso estar atentos a las innumerables inspiraciones del Cielo. Dios nos sorprende con sus continuas y silenciosas intervenciones, a lo largo de nuestra vida, breve o prolongada. Aprendamos de María que "guardaba en su corazón" lo que recibía de Dios. Guardar en el corazón no es echar al olvido lo que Dios insiste en inspirarnos. Al contrario, es adoptar una actitud obediente y gozosa ante el don divino. Los niños y los pobres saben adoptar esa saludable actitud, sin pretender lo suyo, contentándose -como mendigos- con lo que reciben. Así Dios hace a los santos, no importa de donde vengan y la edad que tengan. Es un misterio humanamente inalcanzable.
2. La inconfundible naturaleza del Reino de Dios. Las enseñanzas del Maestro se extienden a lo largo de temas esenciales. Lo logra mediante el lenguaje parabólico, de tal forma que nada quede librado a interpretaciones privadas. El Reino de Dios, que Jesús establece sobre el fundamento de aquellos hombres simples -que necesitan explicaciones particulares- no admite tergiversaciones ideológicas. Lo que, por algún motivo, se preste a malentendidos, la observación de los más simples aportará una oportuna luz para disiparlos. La predicación apostólica no deja margen a la duda. El Evangelio de Juan, y sus cartas, poseen una profundidad admirable y, no obstante, utilizan un lenguaje simple. Lo mismo podemos decir de Pablo y Pedro. Los Apóstoles no son intelectuales sino rudos pescadores, que transmiten fielmente lo que reciben de su Maestro. No se les ocurre poner lo suyo -inexpresivo- para sustituir a las inspiraciones de lo Alto. Jesús pondera la franqueza de Pedro, que se deja inspirar por el Padre, no por "la carne y la sangre". Los más intelectuales de los santos, se despojan de su ropaje académico y enseñan con simplicidad. Es oportuno recordar a San Agustín y a Santo Tomás de Aquino; también a Santa Teresa de Ávila, a Santa Catalina de Siena y a Santa Teresita de Lisieux. El Santo Cura de Ars, con el catecismo de primeras nociones en sus manos, formulaba conceptos teológicos que, grandes intelectuales como el padre Enrique Lacordaire op buscaban sin lograrlo. Parece que Dios quiere seguir enseñando, mediante los humildes y los pobres de corazón. La soberbia cierra el corazón y la mente a la verdad, aunque parezca coexistir con una destacada formación académica. Así aparecen grandes sabios con bajas calificaciones y tristes ignorantes calificados "suma cum laude". Un ejemplo es San Juan María Vianney, estigmatizado con un término humillante: "debilísimo", en el seminario del que fue expulsado. La genialidad de los más grandes está en la santidad y no en el hábil acopio de conocimientos científicos. Manifiestan una gran capacidad para entender la Verdad, y de expresarla con claridad, como hace Jesús mediante su simple lenguaje parabólico. De todos modos, en los ejemplos mencionados más arriba, se comprueba que en muchos convergen la habilidad científica y la santidad. En el gran Santo Tomás de Aquino, no obstante, su actividad intelectual fue ampliamente superada por su actividad contemplativa. Por ello, dejó inconclusa su monumental Suma Teológica.
3. Es como una semilla que, enterrada, muere y fructifica. Nos es preciso asimilar la enseñanza del Señor en un aprendizaje que proceda de nuestra conciencia de pobreza. El Reino de Dios es como una semilla que enterrada muere y fructifica: "El reino de Dios es como un hombre que sembró un campo: de noche se acuesta, de día se levanta, y la semilla germina y crece sin que él sepa cómo" (Marcos 4, 26-27). Nuestra vida sigue el mismo proceso. Somos una semilla que muere y fructifica al margen de nuestra creatividad. Es la gracia de Dios la que opera en nosotros con absoluta independencia. El denominado auto-realización es un absurdo, como lo es la pretensión de convertirnos en creadores de nuestra identidad sexual o de los procesos biológicos que hacen posible que estemos vivos. Dios es el "Padre de nuestra vida" (San Pablo VI). Debemos respetar su autoría artesanal en nuestra bella naturaleza física y espiritual. Es preciso dejar que la semilla muera y fructifique por obra de la gracia; no pretender ser nuestros creadores, no lo lograremos. Las consecuencias de negar a Dios sus derechos son el desorden y la muerte. El encuentro con Cristo nos devuelve la sabiduría perdida por nuestros pecados. Guiados por Él seremos conducidos a la verdad. Su ausencia, fácilmente comprobada en la actualidad, precipita a la confusión y a la depresión. La Palabra, que debemos testimoniar y exponer, es Cristo "el Evangelio del Padre". Dos elementos necesarios: testimonio y predicación. Es así como la Iglesia, fundada en los Apóstoles y Profetas, nació y fue creciendo en la historia. La agresión continua del mundo y la persecución, se han empeñado inútilmente en destruirla. La animación del Espíritu Santo garantiza su indefectibilidad e indestructibilidad. Es preciso ser su expresión, para que el mismo mundo reciba a Cristo, Palabra de Vida y Salvación. Cada uno de los bautizados está destinado a mostrar la procedencia divina de la Iglesia. Lo logra mediante el testimonio de la santidad. Algunos de ellos recibirán, por la imposición de manos de un sucesor de los Apóstoles, la misión de predicar y celebrar los sacramentos. Como lo ha manifestado el mismo Jesús, serán los humildes servidores de todos. Es oportuno recordar que en el Reino de los Cielos "los más grandes no son los ministros sino lo santos" (San Juan Pablo II). De esa manera, la Iglesia manifiesta su verdadera identidad, que no está en el poder político y en la riqueza económica y cultural, sino en su capacidad de transmitir la Buena Nueva.
4. Los grandes necesitan hacerse pequeños. La pedagogía de Jesús lo acerca a todos, comenzando por los más pequeños, de tal modo que los grandes necesitarán hacerse pequeños (humildes) para entenderlo. Las ínfimas dimensiones de la semilla de mostaza revisten una especial capacidad expresiva. Es preciso que recordemos esa semilla para entender qué es el Reino y su implicancia en nuestra vida. Ciertamente, Dios se vale de lo insignificante, para el mundo, para que quede de manifiesto el Misterio del Reino. ¡Qué opuesto a nuestros criterios de selección! San Pablo lo discierne con expresiones inconfundibles: "mi mensaje y mi proclamación no se apoyaban en palabras sabias y persuasivas, sino en la demostración del poder del Espíritu, para que la fe de ustedes no se fundase en la sabiduría humana, sino en el poder divino" (1 Corintios 2, 4-5). Conclusión que procede de una pedagogía superior a toda enseñanza humana. El secreto del éxito apostólico de Pablo y de los Doce, radica en la total confianza en el poder de Cristo. Así se siembra y se cosecha, ya que el Evangelio es gracia y capacidad de transformación, aunque las condiciones actuales del mundo parezcan desfavorables al mismo y radicalmente opuestas a sus exigencias.+