Mons. Castagna: 'El amor suscita confianza y protección contra el miedo'

  • 11 de agosto, 2023
  • Corrientes (AICA)
"Nuestra relación con el Señor nos habilita para enfrentar con valor cada circunstancia adversa", señaló el arzobispo emérito de Corrientes en su sugerencia para la homilía.

El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Castagna, recordó que el amor “suscita confianza y protección contra el miedo", por lo que expresó: "No debemos recurrir a Dios movidos por la angustia sino por el amor".

"La santidad es consecuencia de la confianza en el poder de Dios - en su Hijo divino - que infunde su Espíritu a quienes creen de verdad", sostuvo en su sugerencia para la homilía dominical, y exclamó: "¡Qué valor tiene la oración formulada con amor y por amor!”. 

“Los males que nos aquejan provienen del miedo causado por la violencia interna y externa. La gracia capacita, a quienes creen, para vencer la inseguridad y el desaliento, que acompañan los acontecimientos de la vida corriente”, agregó. 

El prelado señaló que, “aunque tenga derivaciones psicológicas, el temor de Pedro, que también nosotros experimentamos, tiene su origen en la falta de fe. Debemos atacarlo, desde una práctica creyente que nos vincule a Cristo".

"Nuestra relación con el Señor nos habilita para enfrentar con valor cada circunstancia adversa, cada agresión causada por la incredulidad, contra los contenidos que sostienen nuestra fe religiosa”, aseguró.  

Finalmente, monseñor Castagna afirmó: “Nuestra práctica de fe no se limita a ciertas obligaciones cultuales. Afecta nuestro comportamiento en sociedad, y nuestras relaciones con el mundo, con los mismos adversarios de nuestras personales convicciones”.

Texto de las sugerencias
1. El temor de los discípulos. Jesús mantiene su ritmo de atención a la gente y de oración “a solas”. Se produce el hecho prodigioso de su andar sobre las aguas, agitadas por el viento tormentoso. Sus discípulos están al borde de la desesperación. La frágil barca está próxima a naufragar. Entonces aparece Jesús caminando sobre las aguas, ante la mirada temerosa de aquellos rudos pescadores. Como siempre, Jesús los exhorta a vencer el miedo: “Tranquilícense, soy yo, no teman”. (Mateo 14, 27) Pedro siempre a la vanguardia de sus condiscípulos, formula un pedido a su Maestro que excede a sus humanas fuerzas: “Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua”. (Ibídem 14, 28) Como siempre, Pedro se manifiesta arriesgado e irreflexivo. Jesús condesciende y, ante la violencia de las aguas, el Apóstol se deja invadir por el pánico y se hunde. Jesús considera ese temor como debilidad en la fe: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?” (Ibídem 14, 31) Muchos consideran, esa falta de fe, una debilidad insalvable.

2. Aprender de Pedro a confiar en Jesús. Ciertamente el miedo indica falta de fe. Vivimos atemorizados porque nuestra fe, como la de Pedro, es frágil y sin sustento en Cristo, Palabra de Dios. La seguridad y solidez que el Señor nos proporciona requiere, de parte nuestra, perseverar en la contemplación, de la que se nutrió María de Betania. No consiste en una quietud mística sin el aporte de nuestra obediencia inmediata e incondicional. Leer o escuchar la Palabra de Dios exige, de nosotros, una obediencia inmediata y generosa. Podremos aprender de Pedro y confiar en Jesús, no por miedo, como él, sino por amor. El Apóstol tuvo miedo y, movido por el miedo, acudió a su Señor con un grito angustioso: “Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó “Señor, sálvame”. (Mateo 14, 30) Jesús responde de inmediato, pero con una oportuna y severa amonestación: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?” (Mateo 14, 31)  Es preciso trasladar a nuestra vida, lo que Pedro aprende dolorosamente. Para ello debemos asegurar que nuestra oración esté animada por el amor, superando el miedo que suscita la violencia causada por el mundo. Nuestra vivencia de la fe atraerá, sin dudas, los más violentos ataques y persecuciones.

3. Recurrir a Dios por amor. El amor suscita confianza y protección contra el miedo. No debemos recurrir a Dios movidos por la angustia sino por el amor. La santidad es consecuencia de la confianza en el poder de Dios - en su Hijo divino - que infunde su Espíritu a quienes creen de verdad. ¡Qué valor tiene la oración formulada con amor y por amor! Los males que nos aquejan provienen del miedo causado por la violencia interna y externa. La gracia capacita, a quienes creen, para vencer la inseguridad y el desaliento, que acompañan los acontecimientos de la vida corriente. Aunque tenga derivaciones psicológicas, el temor de Pedro, que también nosotros experimentamos, tiene su origen en la falta de fe. Debemos atacarlo, desde una práctica creyente que nos vincule a Cristo. Nuestra relación con el Señor nos habilita para enfrentar con valor cada circunstancia adversa, cada agresión causada por la incredulidad, contra los contenidos que sostienen nuestra fe religiosa.  Concluimos que nuestra práctica de fe no se limita a ciertas obligaciones cultuales. Afecta nuestro comportamiento en sociedad, y nuestras relaciones con el mundo, con los mismos adversarios de nuestras personales convicciones.

4. La práctica sacramental. La fe dispone de recursos que la alimentan. Debemos volver a la práctica sacramental como medio para que la fe se oriente y robustezca. Cuando esa práctica es descuidada, la fe misma se deteriora, hasta su total extinción. Su peor enemigo es el formalismo farisaico, instalado en países de mayorías cristianas. Me refiero a la utilización de las distintas expresiones cultuales, con fines puramente celebratorios, sin real gravitación en la vida. Observamos el recurso a la celebración de la Misa como complemento para decorar cualquier evento cívico militar, despojando a la Eucaristía del sentido que Cristo le atribuyó en la Última Cena. Cristo, mediante los signos que ha elegido para hacer efectiva la gracia de la salvación, alimenta la fe de los auténticos creyentes. El cuidado de la Iglesia en su enseñanza y Liturgia, contribuye a la vida de fe, manteniendo su integridad y purificándola de todo error o deformación.+