Mons. Castagna: la evangelización es una necesidad

  • 13 de enero, 2023
  • Corrientes (AICA)
El arzobispo emérito de Corrientes sugirió releer la "Encíclica sobre la evangelización" del papa Pablo VI, y consideró necesaria reeditarla para la pastoral actual.

El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, recordó que del papa san Pablo VI regaló a los católicos una Encíclica sobre la evangelización (1975), cuya validez -aseguró- “ha trascendido la fecha de su edición”.

“Es oportuno releerla hoy”, sugirió, al señalar que en ese documento el “santo pontífice” no deja de señalar sus implicancias actuales “desde el Espíritu que la anima hasta el amplio campo de su competencia terrena, pasando por los medios de que se vale para desarrollar su acción”, agregó. 

Monseñor Castagna consideró, respecto de la evangelización, que “es preciso destacar su actual necesidad”, porque “se la descuida, la fe desaparece en muchos bautizados y la Iglesia pierde su verdadera gravitación en el mundo”.

“Es preciso reeditarla en la pastoral actual”, concluyó.

Texto de la sugerencia
1. El Cordero de Dios que quita el pecado.
Es admirable este breve pasaje evangélico que tiene al Apóstol Juan como redactor. El Bautista manifiesta su capacidad receptiva ante la Palabra de Dios. El que es enviado transmite fielmente lo que ve. Ahora es la Verdad misma, hecha carne y acreditada por la presencia misteriosa del Espíritu: “He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo”. (Juan 1, 32-33) Esa misteriosa relación con el Espíritu, otorga a Juan Bautista la capacidad de identificar al Mesías, y señalarlo ante sus seguidores como el Salvador: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. (Juan 1, 29) La nota identificatoria de la divinidad del Mesías es su capacidad de perdonar el pecado. El pecado del mundo, generador de todos los pecados, es el rechazo de Dios como Padre y Creador. Vale decir: preferir la propia construcción personal -“megalomanía”- a la dependencia de Dios, Creador y Salvador.

2. La misión de presentar a Cristo resucitado. El mundo actual necesita la voz profética de los santos para orientar su comportamiento al bien y a la Verdad. Cristo cierra el elenco de los Profetas, incluyendo al Bautista, porque no es una representación de la Palabra de Dios, es la Palabra misma. El Apóstol Juan lo expresa con claridad: “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad”. (Juan 1, 14) La convicción de que la predicación era el instrumento único al servicio de la transmisión de esa Buena Nueva, inspiró e impulsó el ministerio apostólico, desde sus orígenes hasta hoy. Como Juan Bautista y Juan evangelista, y todos los Apóstoles, incluido San Pablo, la Iglesia, que hoy componemos todos los bautizados, tiene la misión insustituible de presentar a Cristo resucitado, “lleno de gracia y de verdad”. Él es la salvación. Durante todo el tiempo de Adviento y Navidad nos hemos dejado conducir por la Iglesia, Maestra de las naciones, hasta el recién nacido, recostado en un pesebre, y adorado por María, José y los pobres pastores.

3. Testimonio valiente y evangelizador de Juan. Es preciso no olvidar las tiernas escenas de Belén. Quienes creemos que Cristo es el Señor y Mesías, debemos adoptar el gesto valiente del Bautista y señalar a Jesús como el Cordero de Dios, que quita el pecado. En la declaración del Precursor aparecen los elementos que definen a Cristo: es el Cordero sacrificado, que tiene la facultad divina de perdonar el pecado del mundo. El perdón viene con Él y por Él. Muchos de nuestros contemporáneos no creen en la existencia del pecado. Otros se burlan de él, como si fuera un invento de la Iglesia, con el fin de someter abusivamente las conciencias. La predicación apostólica es exposición de la verdad y, por lo mismo, no se presenta como poseedora exclusiva -aunque sustancialmente lo sea- de los principios morales que deben regular el comportamiento personal y social. Los Mandamientos y las Bienaventuranzas no son invenciones de Moisés y de Jesús. Constituyen la transmisión de la Verdad, que llega a su plena manifestación en el Misterio de Cristo resucitado. El Bien y la Verdad causan escozor en los corazones creyentes, hasta que logran compartirlos con quienes quieran escucharlos. San Pablo entendía su acción evangelizadora como una necesidad: “¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! Si yo realizara esta tarea por iniciativa propia, merecería ser recompensado, pero si lo hago por necesidad quiere decir que se me ha confiado una misión”. (1 Corintios 9, 16-17)

4. La evangelización. El Papa San Pablo VI nos regaló una Encíclica sobre la evangelización (1975), cuya validez ha trascendido la fecha de su edición. Es oportuno releerla hoy. Allí el santo Pontífice no deja de señalar sus implicancias actuales. Desde el Espíritu que la anima, hasta el amplio campo de su competencia terrena, pasando por los medios de que se vale para desarrollar su acción. Es preciso destacar su actual necesidad. Porque se la descuida, la fe desaparece en muchos bautizados y la Iglesia pierde su verdadera gravitación en el mundo. Es preciso reeditarla en la pastoral actual.+