Migrantes: Alerta sobre su situación y pedido de luchar por sociedades más inclusivas

  • 8 de julio, 2022
  • Buenos Aires (AICA)
Marco Gallo, miembro de la Comunidad de San Egidio y director de la Catedra Pontificia de la UCA, reflexiona sobre la situación de los migrantes tras sucesos recientes en Melilla y Texas.

Marco Gallo, miembro de la Comunidad de San Egidio y director de la Catedra Pontificia de la Universidad Católica Argentina (UCA), reflexiona sobre la situación de sufrimiento de los migrantes teniendo presente la imagen de los sucesos recientes en el enclave español de Melilla y en la frontera entre Estados Unidos y México.

Tras describir los padecimientos que sufren las personas que huyen de sus hogares por desesperación, persecución o porque no tienen otra alternativa que escapar ante el horror de la guerra, cuestiona alguna de las políticas "deshumanizadas" que se aplican en algunos países para frenar el flujo de migrantes que buscan un futuro mejor.

“Esos chicos son profetas del mañana, son signo de un nuevo amanecer. Y les aseguro que por ahí, en algún momento, sentía como ganas de llorar al ver tanta esperanza en un pueblo tan sufrido”, cita al papa Francisco al referirse a uno de los sucesos recientes.

Gallo sostiene que "los migrantes, es verdad, son 'los profetas del mañana'”, por lo que pide: "No matemos la profecía, la esperanza, sino luchemos por sociedades inclusivas donde el distinto, el que es diferente, sea recibido con su historia y su cultura que enriquecen al conjunto de la sociedad".

Texto de la reflexión
En un tiempo tan convulsionado y donde abunda todo tipo de noticias, se destaca la dramática guerra en Ucrania que ocupa siempre las primeras páginas de los diarios, un conflicto que nos habla del horror de la guerra que tiende, con el tiempo, a enquistarse como ha sucedido en Siria.

Por otra parte están las guerras de baja intensidad como en la República Democrática del Congo, en el Norte de Mozambique, Yemen o Etiopía, de las cuales los diarios hablan esporádicamente. Pero luego hay verdaderas guerras que se desatan contra los migrantes y los refugiados, que los dejan postergados y sumidos en una profundo sufrimiento.

En el espacio de escasos días, dos trágicos episodios han sacudido, al menos eso esperamos, la conciencia civil adormecida y poco inclinada a asumir dolores ajenos. Me refiero ante todo a la muerte de alrededor de 30 migrantes (algunas Ong que se ocupan de asistir migrantes y refugiados hablan de 40) en el enclave de Melilla, en territorio marroquí, pero de propiedad española, donde desde hace muchos años, los migrantes y los refugiados que provienen de los países subsaharianos, buscan desesperadamente un futuro diferente para sí y sus familias: la alternativa a estas huidas masivas son el hambre, la desertificación, las guerras.

Se pudieron ver las imágenes de hombres hacinados que intentaban saltar una valla, buscando un futuro de libertad, confundiéndose con cuerpos, algunos muertos y otros heridos, sin recibir asistencia. Frente a todas estas imágenes hay que expresar con fuerza una gran indignación por una deshumanidad creciente que esconde el fracaso de una política migratoria europea ordenada.

Los intereses de los Estados parecen hoy más orientados a implementar políticas de seguridad nacional y defenderse de los migrantes, porque en última instancia se razona que al final ellos están manejados por las mafias de traficantes de seres humanos. Es la justificación de muchos políticos.

Pero de este modo se niega a los migrantes la posibilidad de integrarse a las comunidades locales y dar su valioso aporte. Por otra parte se genera una frustración de los migrantes motivada por el continuo atropello de sus elementales derechos humanos.

La única solución viable parece ser la militarización de las fronteras. Se prohíbe el flujo de pobres, de desesperados. La mayoría de estos “condenados de la tierra” son indocumentados, en razón que en sus países de origen hay pocos registros civiles y además, en los viajes extenuantes en el desierto suelen perder sus pertenencias o son asaltados por grupos criminales.

En Libia hay verdaderos campos de concentracion de migrantes, cada tanto salen a la luz situaciones de esclavitud, torturas, hasta verdaderos crímenes de lesa humanidad, pero luego se vuelve a echar un manto de olvido dando lugar a la complicidad tácita de estados que prefieren los negocios espurios a la libertad de estos migrantes “descartados”.

El otro episodio al que me refiero ha sucedido en Texas, hace pocos días, cerca de San Antonio, ciudad de frontera de Estados Unidos con México, donde se había acercado simbólicamente el papa Francisco en su viaje pastoral a México en 2016. Allí, se han encontrado muertos en un Tir (camión) que los transportaba, a alrededor de 53 migrantes provenientes de México, Honduras, Salvador y Guatemala. De muchos no se conocen tampoco los nombres y no han podido ser identificados.

Parecería que fueran todos jóvenes de 20 años; un futuro truncado, un futuro de libertad que clama justicia, que clama misericordia. No tan lejos de este lugar de muerte y de olvido, el Papa Francisco había pronunciado estas palabras: “Esos chicos son profetas del mañana, son signo de un nuevo amanecer. Y les aseguro que por ahí, en algún momento, sentía como ganas de llorar al ver tanta esperanza en un pueblo tan sufrido”.

Los migrantes, es verdad, son “los profetas del mañana”. No matemos la profecía, la esperanza, sino luchemos por sociedades inclusivas donde el distinto, el que es diferente, sea recibido con su historia y su cultura que enriquecen al conjunto de la sociedad.+