El Card. Villalba recuerda a Mons. Luis Rivas como un pastor cercano

  • 11 de junio, 2022
  • San Miguel de Tucumán (AICA)
En una semblanza del biblista recientemente fallecido, el arzobispo emérito de Tucumán destacó "su humildad y su espíritu de servicio en el trato familiar" y una "desconocida" dedicación pastoral.

El arzobispo emérito de Tucumán, cardenal Luis Héctor Villalba, trajo a colación una semblanza que había escrito hace algunos años sobre monseñor Luis Heriberto Rivas, el reconocido biblista fallecido recientemente y compañero suyo en el Seminario Metropolitano de Villa Devoto.

El purpurado aclaró que no iba a incursionar en los datos biográficos del sacerdote, sino que su propósito era más modesto: “Simplemente quiero presentar una semblanza sobre la exquisita personalidad de monseñor Rivas”.

“Además de su obra de estudioso, vivió siempre con fidelidad su sacerdocio, sostenido por una vida espiritual y de oración, alimento fundamental de todo su ser”, indicó, y destacó: “Tengo que destacar la permanente austeridad de su vida y sus costumbres. La claridad de sus palabras constituía un aval permanente de su autenticidad sacerdotal”.

“El padre Rivas se distingue por una intensa capacidad de trabajo y por una actitud interior de paz y serenidad”.

El cardenal Villalba resaltó también “su humildad y su espíritu de servicio en el trato familiar. Siempre estaba dispuesto a colaborar”.

“Más allá de su aspecto, más bien serio y adusto, guardaba un corazón abierto y fraterno, atento para ayudar en lo que hiciera falta”, completó.

Texto de la semblanza
Los amigos y discípulos de Mons. Luis Rivas han tenido la feliz idea de rendirle este homenaje al cumplir sus primeros 70 años de vida.

Me han pedido que me una al mismo, escribiendo algunas líneas para la publicación que se va a editar. Seguramente han pensado en los largos años que conviví con Luis, tanto en el Seminario de Buenos Aires, como, posteriormente, en la Parroquia de Santa Rosa de Lima.

No pretendo incursionar en los datos biográficos de Luis. Tampoco es mi intención hacer una reseña de su tarea como estudioso y docente de Sagradas Escrituras; sin duda, otros lo harán con erudición y mayor amplitud.

Mi propósito es más modesto. Simplemente quiero presentar una semblanza sobre la exquisita personalidad de Mons. Rivas.

Con el P. Rivas ingresamos juntos al Seminario de Villa Devoto en el año 1952 donde compartimos nuestra formación. Luego de una breve separación, nos reencontramos, otra vez, siendo ambos profesores en la Facultad de Teología y superiores en el Seminario Mayor. Desde 1972 vivimos juntos en la parroquia de Santa Rosa de Lima hasta fines de 1984. Esto significa que, prácticamente, conviví con Luis más de 30 años.

La claridad de su reflexión, la firmeza de su doctrina y su indiscutible fidelidad a la Iglesia son cualidades que quiero destacar en el Padre Rivas que concentró su atención, a lo largo de su vida, en las “inescrutables riquezas de Cristo” y en la “urgencia” de hacer resplandecer a los ojos de todos “el misterio escondido desde siglos en Dios” (Ef. 3, 8-9). Dan testimonio de ello sus numerosas publicaciones, tanto como su actividad de estudioso y docente.

Además de su obra de estudioso, vivió siempre con fidelidad su sacerdocio, sostenido por una vida espiritual y de oración, alimento fundamental de todo su ser.

Tengo que destacar la permanente austeridad de su vida y sus costumbres. La claridad de sus palabras constituía un aval permanente de su autenticidad sacerdotal.

El P. Rivas se distingue por una intensa capacidad de trabajo y por una actitud interior de paz y serenidad. 

Puedo dar testimonio de su seriedad y dedicación al estudio. Diariamente se lo veía en su habitación, con la puerta abierta, preparar sus clases de Sagrada Escritura. También me consta como recibía y atendía a los alumnos cada vez que lo consultaban. Dejaba lo que estaba haciendo y les dedicaba todo el tiempo necesario con un gran cariño.

Me parece importante reconocer su generosidad para colaborar con otros centros de formación. A veces permanecía varios meses fuera de la Parroquia, enseñando, por ejemplo, en Paraguay y en Chile, sin contar tantos lugares del país que se enriquecieron con su docencia.

Particularmente quiero agradecerle porque siempre me respondió con generosidad y celeridad a las innumerables consultas que le hice sobre algún tema o cuando le pedía alguna bibliografía que necesitaba.

Pero quiero resaltar, especialmente, su humildad y su espíritu de servicio en el trato familiar. Siempre estaba dispuesto a colaborar. Más allá de su aspecto, más bien serio y adusto, guardaba un corazón abierto y fraterno, atento para ayudar en lo que hiciera falta.

Recuerdo a este propósito la forma en que sostuvo a un muchacho que trabajaba en la parroquia. Le aconsejó que estudiara de noche. Lo acompañó en su noviazgo. Lo ayudó a construir su casa, lo casó, le bautizó a sus hijos y cada año este matrimonio venía a saludarlo para las fiestas. Este es un caso entre otros muchos.

Me parece importante resaltar en Luis, su dedicación a la pastoral, quizás no del todo conocida. 

En los años que vivimos en la Parroquia colaboró siempre en la pastoral. Los días de semana celebraba la Santa Misa, a las 7 h., en la capellanía de las hermanas Siervas de Jesús, que se dedican a cuidar enfermos por las noches. Los fines de semana colaboraba en la Parroquia y pasaba horas en el confesonario atendiendo a los penitentes.   Muchos fieles participaban de la Misa que celebraba los domingos para escuchar sus homilías, de las que ahora podemos disfrutar, gracias a que fueron publicadas por la Oficina del Libro del Episcopado. Durante el tiempo de vacaciones de los sacerdotes, se ofrecía para atender la Parroquia.

Además todos los años daba un curso de Biblia a los fieles y también a los catequistas.

Durante varios años, viviendo en la Parroquia de Santa Rosa de Lima, fue párroco de la Parroquia de la isla Martín García, a la que asistía puntualmente todos los meses. 

Luis atendía espiritualmente a mucha gente que lo buscaba y consultaba. El trato cordial y amigable con que recibía a los fieles que acudían a él, era una muestra más de su espíritu sacerdotal, que trascendía también en su relación con otras personas.

Por todo ello nuestro agradecimiento fraterno. ¡Gracias Luis!

Espero que no parezca un atrevimiento de mi parte recordarle a un escriturista este salmo: “Enséñanos a calcular nuestros años, para que nuestro corazón alcance la sabiduría” (Sal. 90,12).

Cierro este pequeño homenaje con las palabras de la bendición de Aarón:

“Que el Señor te bendiga y te proteja.
Que el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te muestre su gracia.
Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz”. (Núm. 6, 24-26).+