Francisco: El Espíritu Santo nos libera de nosotros mismos y nos envía al mundo

  • 5 de junio, 2022
  • Ciudad del Vaticano (AICA)
En el domingo de Pentecostés, se celebró una misa en la basílica de San Pedro. En la homilía, el Papa recordó que el Espíritu Santo nos pide concentrarnos en el "aquí y ahora".

Con una misa presidida por el cardenal Giovanni Battista Re, decano del Colegio Cardenalicio, la Iglesia romana celebró el domingo de Pentecostés. La homilía estuvo a cargo del Santo Padre Francisco, quien recordó que el Espíritu Santo, el Consolador, es espíritu de sanación y de resurrección, y puede transformar las heridas que nos queman dentro. 

El Espíritu -dijo el Papa en la homilía- nos invita a no perder nunca la confianza. El Espíritu es concreto, no es idealista y quiere que nos concentremos en el aquí y ahora, porque el sitio donde estamos y el tiempo en que vivimos son los lugares de la gracia. El espíritu del mal nos distrae del aquí y del ahora, lleva nuestra cabeza a otra parte.

Es allí donde el espíritu del mal “con frecuencia nos ancla en el pasado, en los remordimientos, en las nostalgias y en aquello que la vida no nos ha dado; o bien nos proyecta hacia el futuro, alimentando temores, miedos, ilusiones y falsas esperanzas”, puntualizó. 

"El Espíritu Santo, en cambio, nos lleva a amar el aquí y el ahora, no un mundo ideal, ni una Iglesia ideal, sino la realidad, a la luz del sol, en la transparencia y la sencillez. ¡Qué diferencia con el maligno, que fomenta las cosas dichas a las espaldas, las habladurías y los chismorreos!”  

Ante los muchos problemas, heridas y preocupaciones, que creemos no se resuelven con consuelos fáciles, el Santo Padre llamó a tener confianza, porque “es precisamente ahí que el Espíritu pide poder entrar. Porque Él, el Consolador, es espíritu de sanación y de resurrección, y puede transformar esas heridas que te queman por dentro”.

Y mencionando a los Apóstoles, señaló que el Espíritu Santo nos enseña a no suprimir los recuerdos de las personas y de las situaciones que nos han hecho mal, sino a dejarlos habitar por su presencia: Ante sus errores y sentimientos de culpa, los apóstoles no podían encontrar una salida solos, pero con el Consolador sí, “porque el Espíritu sana los recuerdos. ¿Cómo? Dándole importancia a lo que cuenta, es decir, el recuerdo del amor de Dios y su mirada sobre nosotros. De este modo pone orden en la vida; nos enseña a acogernos, a perdonarnos a nosotros mismos y a reconciliarnos con el pasado. A volver a empezar”.

El Santo Padre alertó también que “siempre recordamos lo que va mal, con frecuencia resuena en nosotros esa voz que nos recuerda los fracasos y las deficiencias, que nos dice: 'Ves, otra caída, otra desilusión, nunca lo conseguirás, no eres capaz".

El Espíritu Santo, en cambio, señaló Francisco, nos recuerda todo lo contrario: “Eres hijo, eres hija de Dios, eres una criatura única, elegida, preciosa, siempre amada; aunque hayas perdido la confianza en ti mismo, Dios confía en ti”.

Además, el Espíritu "nos hace ver todo de un modo nuevo, según la mirada de Jesús. "En el gran viaje de la vida, Él nos enseña por dónde empezar, qué caminos tomar y cómo caminar". 

Finalmente, buscó las palabras de esperanza y llamó a reflexionar a partir del Evangelio donde Jesús dice a los discípulos: «El Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho». 

“Nos impacta ese ‘todo’, y nos preguntamos, ¿en qué sentido el Espíritu da esta comprensión nueva y plena a quienes lo reciben? No es una cuestión de cantidad, ni una cuestión académica: Dios no quiere convertirnos en enciclopedias o en eruditos. No. Es una cuestión de calidad, de perspectiva, de olfato".

El Espíritu, señaló el pontífice, nos indica el punto de partida de la vida espiritual: "Jesús habla de ello en el primer versículo de hoy, cuando dice: «Si me aman, cumplirán mis mandamientos». Si me aman, cumplirán; esta es la lógica del Espíritu”. 

“Nosotros a menudo pensamos al revés: si cumplimos, amamos. Estamos acostumbrados a pensar que el amor procede esencialmente de nuestro cumplimiento, talento y religiosidad. En cambio, el Espíritu nos recuerda que, sin el amor en el centro, todo lo demás es vano”, advirtió. “Y que este amor no nace tanto de nuestras capacidades, sino que es un don suyo. El Espíritu de amor es el que nos infunde el amor, Él es quien nos hace sentir amados y nos enseña a amar. Él es el ‘motor’ de nuestra vida espiritual, es Él quien mueve todo dentro de nosotros. Pero si no empezamos por el Espíritu o con el Espíritu o a través del Espíritu, no se puede hacer el camino.".

Y sobre qué caminos tomar, el Papa afirmó que “el Espíritu, frente a las encrucijadas de la existencia, nos sugiere el mejor camino a recorrer. Por eso es importante saber discernir su voz de la del espíritu del mal, ambos nos hablan: aprender a discernir para entender dónde está la voz del Espíritu, para reconocerla y seguir el camino, para seguir las cosas que nos dice".

Para discernirlo, Francisco llamó a atender que el Espíritu Santo nunca nos dirá que en nuestro camino va todo bien. Al contrario, nos corregirá, nos hará llorar por nuestros pecados, y nos animará a cambiar, a "combatir contra nuestras falsedades e hipocresías, aun cuando eso implique esfuerzo, lucha interior y sacrificio".

"El mal espíritu, en cambio, te empuja a hacer siempre lo que tú quieras y te guste; te lleva a creer que tienes derecho a usar tu libertad como te parezca. Pero después, cuando te quedas vacío interiormente, te acusa y te tira al suelo. El Espíritu Santo, que te corrige a lo largo del camino, nunca te deja tirado en el suelo, sino que siempre te toma de la mano, te consuela y te alienta".

"Los discípulos estaban escondidos en el cenáculo, después el Espíritu descendió e hizo que salieran. Sin el Espíritu estaban encerrados en ellos mismos, con el Espíritu se abrieron a todos", describió. 

En cada época, el Espíritu nos abre a su novedad; "siempre enseña a la Iglesia la necesidad vital de salir, la exigencia fisiológica de anunciar, de no quedarse encerrada en sí misma”, explicó el Papa. Mientras que el Espíritu mundano -dijo- nos presiona para que sólo nos concentremos en nuestros problemas e intereses, en la necesidad de ser relevantes, en la defensa tenaz de nuestras pertenencias nacionales y de grupo.

“El Espíritu nos libera de obsesionarnos con las urgencias, y nos invita a recorrer caminos antiguos y siempre nuevos, los del testimonio, la pobreza y la misión, para liberarnos de nosotros mismos y enviarnos al mundo".+