Francisco: Cristo infunde en los corazones la paz perdida

  • 24 de abril, 2022
  • Ciudad del Vaticano (AICA)
En el Domingo de la Divina Misericordia, Francisco presidió la Eucaristía en la basílica de San Pedro, y destacó la Misericordia de Jesús, que muestra sus llagas a los discípulos y les trae la paz.

El papa Francisco presidió esta mañana en la basílica de San Pedro, la celebración del Domingo de la Divina Misericordia.

En su homilía, tomó como referencia el Evangelio en que el Resucitado se aparece ante los discípulos y reconoció: “Hay momentos difíciles, en los que parece que la vida desmiente a la fe, en los que estamos en crisis y necesitamos tocar y ver”. 

En ese sentido, destacó las palabras del incrédulo Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!” y consideró que, “sobre todo cuando experimentamos dudas y oscuridad, es una linda invocación para repetir durante el día, porque cuando lo hacemos, encontramos a Jesús, que desde los ojos de quienes son probados por la vida, nos mira con misericordia y nos repite: ¡La paz esté con ustedes!”.

El Papa recordó que los discípulos, en la tarde de Pascua, estaban encerrados en la casa por el miedo, y también estaban encerrados en sí mismos, abatidos por un sentimiento de fracaso. Eran discípulos que habían abandonado al Maestro, que habían huido en el momento de su arresto. “Pedro incluso lo había negado tres veces y uno del grupo -¡uno de ellos!- había sido el traidor”, repasó. 

“El miedo había prevalecido y habían cometido ‘el gran pecado’: dejar solo a Jesús en el momento más trágico. Antes de la Pascua pensaban que estaban hechos para grandes cosas, discutían sobre quién era el más grande entre ellos, y esas cosas. Ahora se encuentran, 'tocando fondo'". 

En este clima, recordó Francisco, “llega el primer ¡la paz esté con ustedes! del Resucitado”. Los discípulos deberían haber sentido vergüenza, y en cambio se llenan de alegría. “¿Por qué?”, pregunta el Papa. “Porque ese rostro, ese saludo, esas palabras desvían su atención de sí mismos a Jesús. Los discípulos se sienten atraídos por sus ojos, donde no hay severidad, sino misericordia”. 

Cristo no les recrimina el pasado, sino que les renueva su benevolencia. Y esto los reanima, les infunde en sus corazones la paz perdida, los hace hombres nuevos, purificados por un perdón que se les da sin cálculos, un perdón que se dona sin méritos.  

“Después de una caída, un pecado o un fracaso, también nosotros sentimos como los discípulos aquella tarde. Pero precisamente allí –aseguró el Papa– el Señor hace lo que sea para darnos su paz: ya sea por medio de una Confesión, de las palabras de una persona que se muestra cercana, de una consolación interior del Espíritu Santo, de un acontecimiento inesperado y sorprendente, Dios se asegura de hacernos sentir el abrazo de su misericordia, una alegría que nace de recibir el perdón y la paz”. 

"Es importante, hacer memoria del perdón y la paz que recibimos de Dios, porque nada puede seguir siendo como antes para quien experimenta la alegría de Dios”. 

En el segundo saludo, recordó Francisco, el Señor agrega: “Como el Padre me envió, así yo los envío a ustedes". Les da a los discípulos el Espíritu Santo, para hacerlos ministros de reconciliación. "A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados". 

"Ellos no sólo reciben misericordia, sino que se convierten en dispensadores de esa misma misericordia que han recibido, por puro don de la gracia, que se apoya en su propia experiencia de hombres perdonados".  Y dirigiéndose a los Misioneros de la Misericordia, Francisco dijo: “Si uno de ustedes no se siente perdonado, que se detenga y no sea misionero de la misericordia hasta que se sienta perdonado. De esa misericordia recibida serán capaces de dar tanta misericordia, de dar tanto perdón”.

Por eso “hoy y siempre -afirmó- el perdón en la Iglesia nos debe llegar así: por medio de la humilde bondad de un confesor misericordioso, que sabe que no es el poseedor de un poder, sino un canal de la misericordia, que derrama sobre los demás el perdón del que él mismo fue el primer beneficiado. No torturen a los fieles que vienen con los pecados, porque Dios lo perdona todo".

Porque "hemos recibido en el Bautismo el Espíritu Santo para ser hombres y mujeres de reconciliación, debemos también compartir el pan de la misericordia con los que están a nuestro lado”, insistió.

En ese sentido, llamó a cada uno a preguntarse, en la familia, en el trabajo, en mi comunidad, "¿promuevo la comunión, soy artífice de reconciliación? ¿Me comprometo a calmar los conflictos, a llevar perdón donde hay odio, paz donde hay rencor? ¿O caigo en el mundo de las habladurías, que siempre matan, siempre?”. Al respecto, recordó que  “Jesús busca que seamos ante el mundo testigos de estas palabras suyas: ¡La paz esté con ustedes!  He recibido la paz: la doy al otro”.

La tercera vez que el Señor repite “la paz esté con ustedes”, continuó el pontífice, “lo hace para confirmar la fe tambaleante de Tomas que quiere ‘ver y tocar’. El Señor no se escandaliza de su incredulidad, sino que va a su encuentro: ‘Trae aquí tu dedo y mira mis manos’”.

“No son palabras desafiantes, sino de misericordia. Jesús comprende la dificultad de Tomás, no lo trata con dureza y el apóstol se conmueve interiormente ante tanta bondad. Y es así que de incrédulo se vuelve creyente, y hace esta confesión de fe tan sencilla y hermosa: «¡Señor mío y Dios mío!»”.

Y porque en Tomás “está la historia de todo creyente, de cada uno de nosotros”, el Papa animó a hacer nuestra su invocación, y repetirla, sobre todo cuando experimentamos dudas y oscuridad.

Jesús, en estas situaciones, no viene hacia nosotros de modo triunfante y con pruebas abrumadoras, no hace milagros rimbombantes, sino que ofrece cálidos signos de misericordia.

“La misericordia de Dios, en nuestras crisis y en nuestros cansancios, a menudo nos pone en contacto con los sufrimientos del prójimo”, afirmó el Papa, y allí descubrimos también las llagas de nuestros hermanos y hermanas.

“Pensábamos que éramos nosotros los que estábamos en la cúspide del sufrimiento, en el culmen de una situación difícil, y descubrimos que aquí, permaneciendo en silencio, hay alguien que está pasando momentos peores”.

Francisco instó entonces a preguntarnos “si en este último tiempo tocamos las llagas de alguien que sufre en el cuerpo o en el espíritu; si hemos llevado paz a un cuerpo herido o a un espíritu quebrantado; si hemos dedicado un poco de tiempo a escuchar, acompañar y consolar”. 

Cuando lo hacemos, aseguró, “encontramos a Jesús, que desde los ojos de quienes son probados por la vida, nos mira con misericordia y nos dice: ¡La paz esté con ustedes!”.

Finalmente, pidió que la Virgen, Madre de la Misericordia, “nos ayude a avanzar en nuestro ministerio tan bello”.+