Si los brazos de un consagrado no sostienen a Jesús, sostienen el vacío

  • 2 de febrero, 2022
  • Ciudad del Vaticano (AICA)
El Santo Padre presidió este 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor, la misa en la basílica vaticana con motivo de la 26ª Jornada de la Vida Consagrada.

El papa Francisco celebró en la tarde este miércoles 2 de febrero, en la basílica de San Pedro, la misa de la Fiesta de la Presentación del Señor, que marca la 26ª Jornada de la Vida Consagrada, instaurada por San Juan Pablo II. 

Francisco desarrolló su homilía en torno a tres preguntas: qué nos mueve, qué ven nuestros ojos y, por último, qué tenemos en nuestros brazos. Francisco, ensalzando la fidelidad de Simeón y Ana, que acogieron al Niño en el templo, invitó a los consagrados a preguntarse en particular por lo que les mueve y a acoger a Jesús, centro de la fe.

Y lanzó una invitación ante la crisis que envuelve a la vida religiosa: “Abramos los ojos: a través de las crisis, de los números que faltan, de las fuerzas que fallan, el Espíritu nos invita a renovar nuestra vida y nuestras comunidades”. 

Al comienzo de la misa, el Santo Padre recordó que hace 40 días se celebró la Natividad del Señor y bendijo las velas que los fieles tenían encendidas. Una evocadora procesión hacia el altar de la Confesión, con la Basílica de San Pedro iluminada únicamente por las velas que caracterizan la celebración, introdujo la liturgia.

En su homilía, el Santo Padre alentó a los religiosos: “Renovemos hoy con entusiasmo nuestra consagración”; y explicó que el Señor desea que “cultivemos la fidelidad cotidiana, que seamos dóciles a las pequeñas cosas que nos han sido confiadas”.

“Preguntémonos que? motivaciones impulsan nuestro corazón y nuestra acción, cuál es la visión renovada que estamos llamados a cultivar y, sobre todo, tomemos en brazos a Jesús”, invitó.

Al reflexionar en el pasaje del Evangelio que relata la presentación del Señor en el templo, el Papa destacó que “aun cuando experimentemos dificultades y cansancios, hagamos como Simeón y Ana, que esperan con paciencia la fidelidad del Señor y no se dejan robar la alegría del encuentro con Él. Pongámoslo de nuevo a Él en el centro y sigamos adelante con alegría”.

Por ello, el Santo Padre invitó a cuestionarnos: “¿De quién nos dejamos principalmente inspirar? ¿Del Espíritu Santo o del Espíritu del mundo? Esta es una pregunta con la que todos nos debemos confrontar, sobre todo nosotros, los consagrados”.

“Mientras el Espíritu lleva a reconocer a Dios en la pequeñez y en la fragilidad de un niño, nosotros a veces corremos el riesgo de concebir nuestra consagración en términos de resultados, de metas y de éxito. Nos movemos en busca de espacios, de notoriedad, de números. El Espíritu, en cambio, no nos pide esto”, afirmó el Papa.

Luego, el Santo Padre destacó la fidelidad de Simeón y de Ana, quienes “cada día van al templo, cada día esperan y rezan, aunque el tiempo pase y parece que no sucede nada. Esperan toda la vida, sin desanimarse ni quejarse, permaneciendo fieles cada día y alimentando la llama de la esperanza que el Espíritu encendió en sus corazones”.

En esta línea, el Papa recordó que “muchos encuentros de Jesús en los evangelios, la fe nace de la mirada compasiva con la que Dios nos mira, rompiendo la dureza de nuestro corazón, curando sus heridas y dándonos una mirada nueva para vernos a nosotros mismos y al mundo” por lo que invitó a tener “una mirada nueva hacia nosotros mismos, hacia los demás, hacia todas las situaciones que vivimos, incluso las más dolorosas”.

“No se trata de una mirada ingenua, que huye de la realidad o finge no ver los problemas, sino de una mirada que sabe ‘ver dentro’ y ‘ver más allá’; que no se detiene en las apariencias, sino que sabe entrar también en las fisuras de la fragilidad y de los fracasos para descubrir en ellas la presencia de Dios”.

De este modo, el Papa preguntó: “¿Tenemos puesta la mirada en el pasado, nostálgicos de lo que ya no existe o somos capaces de una mirada de fe clarividente, proyectada hacia el interior y más allá?”.

“El Señor no deja de darnos signos para invitarnos a cultivar una visión renovada de la vida consagrada No podemos fingir no verlos y continuar como si nada, repitiendo las cosas de siempre, arrastrándonos por inercia en las formas del pasado, paralizados por el miedo a cambiar. Abramos los ojos: el Espíritu Santo nos invita a renovar nuestra vida y nuestras comunidades”, afirmó.

Finalmente, el Santo Padre instó a recordar siempre que “Jesús es lo esencial, es el centro de la fe” para no correr “el riesgo de perdernos y dispersarnos en mil cosas, de fijarnos en aspectos secundarios o de concentrarnos en nuestros asuntos, olvidando que el centro de todo es Cristo, a quien debemos acoger como Señor de nuestra vida”.

“Si acogemos a Cristo con los brazos abiertos, acogeremos también a los demás con confianza y humildad. De este modo, los conflictos no exasperan, las distancias no dividen y desaparece la tentación de intimidar y de herir la dignidad de cualquier hermana o hermano se apaga. Abramos, pues, los brazos a Cristo y a los hermanos”, dijo el Papa.

Al concluir la celebración, el cardenal João Braz de Aviz, prefecto de la Congregación para la Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, se refirió a las muchas dificultades que atraviesa la vida consagrada, como la del abandono de varios religiosos, que han sido llamados por el Señor, pero que no continuado a seguirlo.

En este sentido, consideró que el camino sinodal, la escucha recíproca y de todo el pueblo de Dios, será una bendición y una alegría para caminar con alegría como miembros de una sola familia. Y concluyó:  “Papa Francisco, cuenta con nosotros. Cuenta con la vida consagrada”.+