El cardenal Poli en los festejos de los 90 años de la parroquia Cristo Rey

  • 16 de diciembre, 2021
  • Buenos Aires (AICA)
El arzobispo de Buenos Aires presidió la misa jubilar y animó a la comunidad parroquial a crecer en la esperanza que inspira las actividades de los hombres y conduce a la dicha de la caridad.

El arzobispo de Buenos Aires, cardenal Mario Aurelio Poli, presidió el pasado domingo la misa por los 90 años de la erección canónica de la comunidad parroquial de Cristo Rey, en el barrio porteño de Villa Pueyrredón.

En la homilía, el purpurado porteño puso el acento en el lema propuesto para el jubileo del templo parroquial de Zamudio 5551: “Memoria de una promesa que nos abre a la esperanza”.

Al hablar de la esperanza como virtud teologal, el cardenal Poli mencionó lo que expresa el Catecismo, que la define “como el anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre”.

“La esperanza -sostuvo- inspira las actividades de los hombres, y las ordena al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad”.

El cardenal Poli exhortó a la comunidad de Cristo Rey a hacer memoria agradecida de los predecesores en la fe que trabajaron para hacer realidad lo que decía Santa Nazaria el 6 de enero de 1930: “Ahora nosotros, ayudados de su gracia, trabajaremos con todos los anhelos de nuestros corazones agradecidos, para que Cristo Rey reine como verdadero Rey en todos los corazones de los habitantes de Pueyrredón, y sea ésta la Villa donde más se le ame y se le sirva, como a verdadero Rey...”

Un poco de historia

El 15 de diciembre de 1931, el por entonces vicario general del arzobispado de Buenos Aires, monseñor Santiago Luis Copello, emitió el auto de erección canónica de la parroquia Cristo Rey, ubicada en el barrio de Villa Pueyrredón en el extremo noroeste de la Ciudad.

Para ello toma como antecedente el deseo manifiesto de muchos vecinos del barrio que por medio del Centro Católico Cultura y Progreso, buscaban el desarrollo del joven barrio. Uno de los primeros proyectos de esta institución fue promover la erección de una capilla en la zona, dada la lejanía de las parroquias existentes. Así es como el 1° de enero de 1927 se crea la primera capilla del país bajo la advocación de Cristo Rey, dependiente de la parroquia Nuestra Señora del Carmen de Villa Urquiza.

Antes de llegar a la construcción del actual templo, las funciones litúrgicas se realizaron en diferentes lugares.

La primitiva capilla comenzó funcionando en una carpa prestada por el Instituto de Agronomía la cual era retirada todos los sábados por la tarde y colocada en el terreno que actualmente ocupa el templo. Los jóvenes se turnaban para custodiarla por la noche y evitar así que fuera robada. Concluidos los oficios religiosos de los domingos por la mañana, era devuelta a sus propietarios.

A fines de diciembre de 1927 se nombra una comisión para hacer factible la construcción de una capilla de chapa de seis metros y medio de frente por diecisiete de fondo para realizar los oficios religiosos en un lugar más cómodo que una carpa.

En agosto de 1931 se decide la construcción de una capilla de material, sobre un plano de ocho metros por veintitrés, más sacristía y otras dependencias. La misma estaba ubicada en Zamudio y Cochrane con entrada por la esquina.

En 1936 monseñor Copello destina los fondos para la construcción del templo actual con planos originales del arquitecto Carlos C. Massa inspirado en el estilo románico. La piedra fundamental fue bendecida el 30 de mayo de 1936 por el ahora arzobispo de Buenos Aires, cardenal Santiago Luis Copello, quien en la oportunidad manifestó que “no podía faltar en nuestra ciudad un templo que exaltara, bajo la advocación de Cristo Rey, la realeza del Salvador”.

El edificio fue inaugurado el 29 de octubre de 1938.

En esta casa muchos de nosotros nacimos a la vida de hijos. En ella fuimos creciendo y conociendo a Dios. En ella muchas veces reconocimos que nos habíamos alejado de Él. Le fuimos infieles, pero arrepintiéndonos le pedimos perdón y Dios nos volvió a recibir como a hijos muy queridos.

En ella nos alimentamos muchas veces con el Pan de Vida. En ella Dios confirmó nuestra fe.

En ella muchos despedimos a nuestros seres más queridos cuando partieron a la casa de Dios para vivir con Él por toda la eternidad, y sus cenizas descansan bajo su techo esperando la resurrección final.

En ella muchos prometimos amor y fidelidad para siempre a la persona que Dios puso en nuestro camino para que formáramos una familia. En ella entregamos a Dios el tesoro de los hijos que Él nos había regalado. En ella esos hijos suyos y nuestros también fueron creciendo.

En ella siguiendo su voz acompañamos a muchos hermanos para que se dejaran encontrar por Él.

En sus paredes y en sus pisos, en sus bancos y ventanas está escrita la historia del barrio.

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