Mons. Fernández escribe oda para alentar la misión arquidiocesana

  • 7 de septiembre, 2021
  • La Plata (Buenos Aires) (AICA)
El arzobispo de La Plata envió su composición poética a la comunidad a fin de que sirva como material de reflexión para motivar la misión "persona a persona".

Monseñor Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata, compuso una oda a fin de motivar el relanzamiento de la misión arquidiocesana.

La "Oda a las misioneras y misioneros de barrio" fue enviada a la comunidad arquidiocesana de manera que sirva como material de reflexión para motivar la misión "persona a persona".

El arzobispo platense relanzó la misión en esta jurisdicción eclesiástica durante la Asamblea Arquidiocesana que se llevó a cabo el 28 de agosto pasado en la catedral local y de la que participaron unas 300 personas, entre laicos, religiosas y sacerdotes.

En ese marco, monseñor Fernández invitó a recuperar el fervor, la generosa alegría, para impedir que la pandemia contagie el desánimo, la flojera, el individualismo.

ODA a las misioneras y misioneros de barrio

Escuchaste el llamado a salir, a buscar, a caminar los barrios,
a entrar en los hogares con la luz del Señor.
Y con Cristo a tu lado pateás las calles
llevando el alma abierta
a las sorpresas del Espíritu.

¿Qué encontrarás en esta visita?
Sólo Dios lo sabe, porque nunca es igual.
Están los que dicen: “no, gracias”, “no me interesa”,
“chau, dejame en paz”.
Y no falta quien te lanza la espada:
“dejá de engañar a la gente con esos inventos”,
“andate con los curas pecadores”, “ocupate de tu familia”.

Entonces, a sacudirte el polvo de las sandalias,
a ofrecer con mucho amor el mal trago
y a seguir adelante con alegría.
Porque nadie tiene derecho a quitarte el gozo del Evangelio
ni la gratitud a Dios que te ama tanto.

Pero también están los que te reciben
con los ojos iluminados,
los que sin saberlo te estaban esperando
porque necesitan oír que Dios los quiere y los valora.
Están aquellos ancianos que sienten que por fin alguien los escucha,
Están esas familias que deseaban que alguien rezara por ellas.
Allí llegaste, misionero, como un regalo, como un pan, como un milagro.
¡Bendito Dios que te convierte en cercanía y en consuelo!

Además están aquellos que te discuten, que juzgan,
que ponen a Dios tantas excusas.
Pero sin embargo, más allá de esas palabras,
escuchan y reciben en el silencio
esa semilla del Evangelio
que un día, cuando Dios quiera, dará su fruto.

Así vivís tu tiempo, misionero,
tiempo sin celulares ni redes,
sólo con la red del Maestro
que se echa al mar de un corazón humano.

Es tu tiempo de encuentro de carne y hueso,
de estar frente a frente,
tiempo de rostros y miradas,
mientras la Palabra penetra
para que brote la vida.

Es tu tiempo de tú a tú
que esconde tantos sueños y misterios,
donde empieza a brillar poco a poco
el fuego del Espíritu.

Más allá de los engaños de este mundo vacío
te atrevés al heroísmo de regalar tus horas,
y le decís de nuevo al Señor amado:
“¡aquí estoy dispuesto a todo!”

Después volvés a tu hogar,
y qué hermosa es tu oración, misionero,
tan llena de historias y de ruegos,
tan cargada de cariño y de recuerdos.
Porque al salir de aquella casa
te volviste más hermano,
más amigo y compañero.

¡Vamos para adelante!
Ya no saques tus pies
de la barca del Evangelio,
porque Dios te bendice misionero.

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