Mons. Fernández explica los vínculos de ley y gracia para judíos y cristianos

  • 30 de agosto, 2021
  • Ciudad del Vaticano (AICA)
"Cuando san Pablo habla de la justificación por la fe, en realidad está recogiendo profundas convicciones de algunas tradiciones judías", puntualiza en un artículo publicado en el diario vaticano.

Monseñor Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata, explica los vínculos de ley y gracia en las tradiciones judía y cristiana, en un artículo publicado en el diario vaticano L’Osservatore Romano. 

El arzobispo y teólogo argentino recuerda que “cuando san Pablo habla de la justificación por la fe, en realidad está recogiendo profundas convicciones de algunas tradiciones judías”. 

“Porque si se afirmara que la propia justificación se alcanza por un cumplimiento de la Ley con las propias fuerzas sin el auxilio divino, se estaría cayendo en la peor de las idolatrías, que consiste en adorarse a sí mismo, a las propias fuerzas y a las propias obras, en lugar de adorar al único Dios”, advierte.

El artículo de monseñor Fernández aparece luego de que rabinos de Israel pidieran al Vaticano que aclare un comentario del papa Francisco sobre la Torá durante la Audiencia General del pasado 11 de agosto, centrado en la Carta de San Pablo a los Gálatas.

Texto del artículo
Cuando san Pablo habla de la justificación por la fe, en realidad está recogiendo profundas convicciones de algunas tradiciones judías. Porque si se afirmara que la propia justificación se alcanza por un cumplimiento de la Ley con las propias fuerzas sin el auxilio divino, se estaría cayendo en la peor de las idolatrías, que consiste en adorarse a sí mismo, a las propias fuerzas y a las propias obras, en lugar de adorar al único Dios.

Es imprescindible mencionar que algunos textos del Antiguo Testamento y muchos textos judíos extrabíblicos ya manifestaban  una religiosidad de la confianza en el amor de Dios e invitaban a un cumplimiento de la ley movilizado desde el interior del corazón por la acción divina (cf. Jer 31, 3.33-34; Ez 11, 19-20; 36, 25-27; Os 11, 1-9, etc.).1 La “emuná”, actitud de profunda confianza en YHWH que moviliza al auténtico cumplimiento de la Ley, “está en el corazón mismo de la exigencia de toda la Toráh”.2 

Un eco reciente de esta antigua convicción judía, que renuncia a la autosuficiencia frente a Dios, puede encontrarse en la siguiente frase del rabí Israel Baal Shem-Tov (principios del s. XIX): “Temo mucho más mis buenas acciones que me producen placer, que las malas que me producen horror”.3

Las tradiciones judías también reconocen que para cumplir de manera íntegra la Ley hace falta un cambio desde los corazones. Ni cristianos ni judíos decimos que lo que vale es el cumplimiento externo de ciertas costumbres sin el impulso interior de Dios. La teología judía en realidad coincide con la doctrina cristiana en este punto, sobre todo si se parte de la lectura de Jeremías y de Ezequiel, donde aparece la necesidad de una purificación y de una transformación del corazón ¿Cómo no ver en Rm 2, 28-29 una continuación y una profundización de Jer 4, 4; 9, 24-25? Judíos y cristianos reconocemos que la sola ley externa no puede cambiarnos sin la obra purificadora y transformadora de Dios (Ez 36, 25-27), que para nosotros ya comenzó a hacerse presente en su Mesías (Ga 2, 20-21). 

Por otra parte, recordemos que según la profundísima interpretación de San Agustín y de Santo Tomás sobre la teología paulina de la ley nueva, la esterilidad de una ley externa sin la ayuda divina no es una característica de la Ley judía, sino también de los preceptos que el mismo Jesús nos dejó: “También la letra del Evangelio mata si no tiene la gracia interior de la fe que sana”.4

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1 El texto de Hab 2,4, que expresa esta actitud básica, es de hecho citado por San Pablo al hablar de la justificación por la fe en Gál. 3, 11 y en Rom. 1, 17.

2 Cf. C. Kessler, “Le plus grand commandement de la Loi” (cit) 97. Cabe indicar aquí que las afirmaciones de Pablo sobre una “caducidad” de la Ley deberían situarse también en el contexto de “la doctrina rabínica de los eones”, según la cual al final de los tiempos el instinto del mal sería erradicado de los corazones humanos y la ley externa ya no sería necesaria. Pablo precisamente creía vivir en los últimos tiempos y esperaba un retorno inminente del Mesías: “Pablo era un fariseo convencido de vivir en el tiempo mesiánico”: H. J. Schoeps, Pau1. The theology of the Apostle in the light of  jewish religious story, Filadelfia, 1961, 113. Por este motivo, en 1 Timoteo, cuando la espera de una venida inminente se había mitigado mucho, la ley adquirió mayor importancia (1 Tm 1, 8-9).

3 Citado por E. WIESEL, Celebración jasídica, Salamanca, 2003, 58.

4 S. Tomás de Aquino, ST I-II, 106, 2.+