El Papa llamó a "una nueva alianza" entre los jóvenes y los mayores

  • 25 de julio, 2021
  • Ciudad del Vaticano (AICA)
En ocasión de la primera Jornada Mundial de los Abuelos y los Mayores, se celebró este domingo una misa en la basílica vaticana, presidida por monseñor Rino Fisichella.

Convocada por el papa Francisco, este domingo 25 de julio se celebró la primera Jornada Mundial de los Abuelos y los Mayores. La misa tuvo lugar en la basílica de San Pedro y estuvo presidida por monseñor Rino Fisichella, quien suplantó al Papa por encontrarse aún en recuperación de una cirugía.

La homilía, preparada por el Papa y pronunciada por monseñor Fisichella, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, tuvo como centro la necesidad de dar vida a una nueva relación intergeneracional. “Los abuelos y los mayores no son sobras de la vida, desechos que se deben tirar”, recordó el Papa.

Para reflexionar sobre la importancia de los mayores, el Santo Padre eligió los verbos "ver, compartir, custodiar". Al respecto, llamó a una nueva alianza entre las generaciones para "compartir el común tesoro de la vida", para "soñar juntos" y "preparar el futuro de todos", superando el egoísmo y la soledad.

Inspirado en el pasaje del Evangelio de Juan que narra uno de los milagros de Jesús impulsado por la compasión hacia la multitud que lo seguía, el Pontífice recordó que "Jesús no se limita a enseñar, sino que se deja interrogar por el hambre que anida en la vida de la gente. Y, de ese modo, da de comer a la multitud distribuyendo los cinco panes de cebada y los dos pescados que un muchacho le ofreció". 

"El evangelista Juan, al principio de la narración, señala este particular: Jesús levanta los ojos y ve a la multitud hambrienta después de haber caminado mucho para encontrarlo. Así inicia el milagro, con la mirada de Jesús, que no es indiferente ni está atareado, sino que advierte los espasmos del hambre que atormentan a la humanidad cansada".

"Él se preocupa por nosotros, nos cuida, quiere saciar nuestra hambre de vida, de amor y de felicidad. En los ojos de Jesús descubrimos la mirada de Dios: una mirada que es atenta, que escudriña los anhelos que llevamos en el corazón, que ve la fatiga, el cansancio y la esperanza con las que vamos adelante. Una mirada que sabe captar la necesidad de cada uno. A los ojos de Dios no existe la multitud anónima, sino cada persona con su hambre".

Y reflexionó: "Esta es también la mirada con la que los abuelos y los mayores han visto nuestra vida. Es el modo en el que ellos, desde nuestra infancia, se han hecho cargo de nosotros". 

"Habiendo tenido una vida a menudo muy sacrificada, no nos han tratado con indiferencia ni se han desentendido de nosotros, sino que han tenido ojos atentos, llenos de ternura. Cuando estábamos creciendo y nos sentíamos incomprendidos o asustados por los desafíos de la vida, se fijaron en nosotros, en lo que estaba cambiando en nuestro corazón, en nuestras lágrimas escondidas y en los sueños que llevábamos dentro. Todos hemos pasado por las rodillas de los abuelos, que nos han llevado en brazos. Y es gracias también a este amor que nos hemos convertido en adultos".

En ese sentido, animó a preguntarnos sobre nuestra mirada hacia los mayores: “¿Cuándo fue la última vez que hicimos compañía o llamamos por teléfono a un anciano para manifestarle nuestra cercanía y dejarnos bendecir por sus palabras?” Y reconoció: "Sufro cuando veo una sociedad que corre, atareada e indiferente, afanada en tantas cosas e incapaz de detenerse para dirigir una mirada, un saludo, una caricia. Tengo miedo de una sociedad en la que todos somos una multitud anónima e incapaces de levantar la mirada y reconocernos. Los abuelos, que han alimentado nuestra vida, hoy tienen hambre de nosotros, de nuestra atención, de nuestra ternura, de sentirnos cerca. Alcemos la mirada hacia ellos, como Jesús hace con nosotros"

Centrado en el segundo verbo, Francisco llamó a "compartir, lo que somos y lo que tenemos": Jesús, después de haber visto el hambre de aquellas personas, desea saciarlas y realiza el milagro de la multiplicación de los panes y los peces “gracias al don de un muchacho joven”, que comparte lo que tiene. "Hoy tenemos necesidad de una nueva alianza entre los jóvenes y los mayores, de futuro, de soñar juntos, de superar los conflictos entre generaciones para preparar el futuro de todos. Sin esta alianza de vida, de sueños y de futuro, nos arriesgamos a morir de hambre, porque aumentan los vínculos rotos, las soledades, los egoísmos, las fuerzas disgregadoras".

"Frecuentemente, en nuestras sociedades hemos entregado la vida a la idea de que 'cada uno se ocupe de sí mismo'. Pero eso mata. El Evangelio nos exhorta a compartir lo que somos y lo que tenemos, ese es el único modo en que podemos ser saciados".

Finalmente, compartió una invitación: “Jóvenes y ancianos juntos”, exhortó. “Los jóvenes, profetas del futuro que no olvidan la historia de la que provienen; los ancianos, soñadores nunca cansados que trasmiten la experiencia a los jóvenes, sin entorpecerles el camino”.

“Jóvenes y ancianos, el tesoro de la tradición y la frescura del Espíritu. Jóvenes y ancianos juntos. En la sociedad y en la Iglesia: juntos”

“A los ojos de Dios nada se debe descartar”, insistió. “Es así el corazón de Dios, no sólo nos da mucho más de lo que necesitamos, sino que se preocupa también de que nada se desperdicie, ni siquiera un fragmento”. 

Finalmente, consideró que esta es una invitación profética que hoy estamos llamados a hacer resonar en nosotros mismos y en el mundo: recoger, conservar con cuidado, custodiar. "Los abuelos y los mayores no son sobras de la vida, desechos que se deben tirar. Ellos son esos valiosos pedazos de pan que han quedado sobre la mesa de nuestra vida, que pueden todavía nutrirnos con una fragancia que hemos perdido, la fragancia de la misericordia y de la memoria".

"No perdamos la memoria de la que son portadores los mayores, porque somos hijos de esa historia, y sin raíces nos marchitaremos. Ellos nos han custodiado a lo largo de las etapas de nuestro crecimiento, ahora nos toca a nosotros custodiar su vida, aligerar sus dificultades, estar atentos a sus necesidades, crear las condiciones para que se les faciliten sus tareas diarias y no se sientan solos".

Como conclusión, invitó a preguntarnos cuánto tiempo hemos dedicado a nuestros mayores y exhortó a custodiarlos, “para que no se pierda nada. Nada de su vida ni de sus sueños”. 

“Por favor, no nos olvidemos de ellos. Aliémonos con ellos. Aprendamos a detenernos, a reconocerlos, a escucharlos. No los descartemos nunca. Custodiémoslos con amor. Y aprendamos a compartir el tiempo con ellos. Saldremos mejores. Y, juntos, jóvenes y ancianos, nos saciaremos en la mesa del compartir, bendecida por Dios".+