Mons. Castagna animó a predicar el Evangelio con intrepidez y sin miedo

  • 18 de junio, 2021
  • Buenos Aires (AICA)
El arzobispo emérito de Corrientes aseguró que "la fe despeja el camino hacia Dios de los escollos interpuestos por las pretensiones ideológicas de moda".

El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, aseguró que “la fe despeja el camino hacia Dios de los escollos interpuestos por las pretensiones ideológicas de moda”.

“Es preciso que la Iglesia predique y testimonie el Evangelio con intrepidez y sin miedo a quienes, poderosos, militan en su contra”, sostuvo en su sugerencia para la homilía. 

“Allí está el sentido buscado. Como el Evangelio es Cristo mismo, definido por la Conferencia de Santo Domingo: ‘Evangelio del Padre’, es en Él donde el hombre contemporáneo encontrará el sentido exacto de su vida”. 

El prelado concluyó su reflexión con un fragmento de la primera parte de las conclusiones de Santo Domingo: “(Cristo) Él es el Evangelio viviente del amor del Padre. En Él la humanidad tiene la medida de su dignidad y el sentido de su desarrollo”.

Texto de la sugerencia
1.- La tempestad arrecia. Jesús enseña a sus discípulos a enfrentar todas las tormentas que el mundo provocará contra la Iglesia. El primer paso es no rehusar el combate. Mientras la tempestad arrecia Jesús duerme profundamente, o parece dormir. Los discípulos, dominados por el miedo a la tormenta, acuden a Él: “¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?” (Marcos 4, 39) Lo despiertan con cierta vehemencia; no dice el relato evangélico si lo debieron sacudir para lograrlo. El Señor parece no enfadarse por esa falta de respeto a su persona; simplemente calma los vientos tormentosos. Pero, aprovecha el momento para enseñar: “Después les dijo: “¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?” (Marcos 4, 40) El reconocimiento inmediato de su poder divino, pone, a aquellos hombres, en condiciones de identificarlo como el Mesías de Dios. 

2.- La ausencia de fe causa el miedo. El miedo es un síntoma negativo en el trayecto difícil que sus discípulos deben recorrer. Les cuesta desprenderse del temor, que los conducirá a debilitar su fidelidad al Maestro, hasta abandonarlo. Jesús relaciona directamente el miedo con la falta de fe. Grave situación, cuya superación requiere un duro y sostenido combate espiritual. Juan es el único que no claudica y, junto a María Madre y a las otras mujeres, acompaña a su Señor amado hasta la muerte. El secreto de la fidelidad de Juan es el amor. Por ello, Jesús agonizante le confía el máximo tesoro de su corazón: su Madre. Cuando Pedro, vuelto arrepentido de su triple negación, y al triplicar su amor en una conmovedora respuesta, se hace merecedor de ese otro gran tesoro de su Maestro y Señor: la Iglesia. Así obra Dios con los hombres. Únicamente el amor introduce en la Vida divina, tanto a los Juanes, siempre fieles, como a los Pedros, arrepentidos de sus peores infidelidades. Jesús no reprende a sus discípulos por haber sentido miedo sino por carecer de fe.

3.- La adormecedora mediocridad. ¡Qué gran lección para todos! La Vida cristiana es un buen combate que es preciso librar, aunque se presente muy difícil. San Pablo así lo entiende: “…he peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe”. (2 Timoteo 4, 7) El estado de mediocridad, que parece dominar nuestra sociedad, impide enfrentar responsablemente los riesgos de la vida cotidiana. Tal pobreza aflora, irrefrenable, en las diversas expresiones que conforman la cultura, hasta las creencias religiosas. La mediocridad detiene el desarrollo de la fe - o la falsifica - entre hombres y mujeres que no logran encontrar una explicación inteligente a sus vidas. La cotidianidad se vuelve brumosa e irrespirable cuando no se acierta con el auténtico sentido de la vida. La Palabra de Dios, en su expresión revelada plena, que es Cristo, ofrece el sentido auténtico, intentado incansablemente durante muchas generaciones y sus variadas culturas.

4.- Con intrepidez y sin miedo. La fe despeja el camino hacia Dios de los escollos interpuestos por las pretensiones ideológicas de moda. Es preciso que la Iglesia predique y testimonie el Evangelio con intrepidez y sin miedo a quienes, poderosos, militan en su contra. Allí está el sentido buscado. Como el Evangelio es Cristo mismo, definido por la Conferencia de Santo Domingo: “Evangelio del Padre”, es en Él donde el hombre contemporáneo encontrará el sentido exacto de su vida. Cabe aquí concluir con un fragmento de la primera parte de las conclusiones de Santo Domingo: “(Cristo) Él es el Evangelio viviente del amor del Padre. En Él la humanidad tiene la medida de su dignidad y el sentido de su desarrollo”.+