Domingo de Ramos: Mirar la cruz y pedir "la gracia del estupor", animó el Papa

  • 28 de marzo, 2021
  • Ciudad del Vaticano (AICA)
En la celebración del Domingo de Ramos, el papa Francisco animó a los fieles a dejarse sorprender por Jesús "para volver a vivir".

El papa Francisco presidió este 28 de marzo la misa del Domingo de Ramos, que recuerda la entrada de Jesús en Jerusalén. En su homilía, dejó un mensaje de ánimo a los fieles, invitándolos a pedir “la gracia del estupor”.

El Santo Padre inició su mensaje reconociendo que la liturgia de hoy “suscita cada año en nosotros un sentimiento de asombro”, pues “pasamos de la alegría que supone acoger a Jesús que entra en Jerusalén, al dolor de verlo condenado a muerte”. Se trata de un sentimiento “que nos acompañará toda la Semana Santa”. 

Recordando el ingreso de Jesús a Jerusalén, en un humilde burrito, mientras la gente esperaba con solemnidad para la Pascua “al libertador poderoso” y celebrar la victoria sobre los romanos “con la espada”, Francisco planteó: “¿Qué le sucedió a aquella gente, que en pocos días pasó de aclamar con hosannas a Jesús a gritar ‘crucifícalo’?”. Y explicó: 

En realidad, aquellas personas seguían más una imagen del Mesías, que al Mesías real. “Admiraban a Jesús, pero no estaban dispuestas a dejarse sorprender por Él. El asombro es distinto de la simple admiración. La admiración puede ser mundana, porque busca los gustos y las expectativas de cada uno; en cambio, el asombro permanece abierto al otro, a su novedad”. 

En ese sentido, el Papa señaló que también hoy hay muchos que admiran a Jesús, pero que, sin embargo “sus vidas no cambian”. Esto porque “admirar a Jesús no es suficiente”, sino que es necesario “seguir su camino, dejarse cuestionar por Él, pasar de la admiración al asombro”. Lo que más sorprende del Señor y de su Pascua, afirma el Sumo Pontífice, es “el hecho de que Él llegue a la gloria por el camino de la humillación”.

“Él triunfa acogiendo el dolor y la muerte, que nosotros, rehenes de la admiración y del éxito, evitaríamos”, destacó. “Sorprende ver al Omnipotente reducido a nada. Verlo a Él, la Palabra que sabe todo, enseñarnos en silencio desde la cátedra de la cruz. Ver al rey de reyes que tiene por trono un patíbulo. Ver al Dios del universo despojado de todo. Verlo coronado de espinas y no de gloria. Verlo a Él, la bondad en persona, que es insultado y pisoteado”, enumeró. 

Subiendo a la cruz, Jesús desciende a nuestro sufrimiento
El Señor, explicó Francisco, se humilló “para tocar lo más íntimo de nuestra realidad humana, para experimentar toda nuestra existencia, todo nuestro mal”. Subió a la cruz para descender a nuestro sufrimiento, probando nuestros peores estados de ánimo: el fracaso, el rechazo de todos, la traición de quien le quiere e, incluso, el abandono de Dios. Experimentando en su propia carne nuestras contradicciones más dolorosas las redimió y las transformó.

“Su amor se acerca a nuestra fragilidad, llega hasta donde nosotros sentimos más vergüenza. Y ahora sabemos que no estamos solos. Dios está con nosotros en cada herida, en cada miedo. Ningún mal, ningún pecado tiene la última palabra. Dios vence, pero la palma de la victoria pasa por el madero de la cruz. Por eso las palmas y la cruz están juntas”, señaló.

Mirar al crucificado
La vida cristiana sin asombro, es monótona, afirmó el Santo Padre, pues, si la fe "pierde su capacidad de sorprenderse se queda sorda”: no siente la maravilla de la gracia, ni experimenta el gusto del Pan de vida y de la Palabra, y no percibe la belleza de los hermanos y el don de la creación, y no tiene otra vía que refugiarse en legalismos, clericalismos y todas esas cosas que Jesús condena en el capítulo 23 de Mateo. De ahí la invitación del Santo Padre a que, en esta Semana Santa, “levantemos nuestra mirada hacia la cruz para recibir la gracia del estupor”.

“San Francisco de Asís, mirando al Crucificado, se asombraba de que sus frailes no llorasen. Y nosotros, ¿somos capaces todavía de dejarnos conmover por el amor de Dios? ¿Por qué hemos perdido la capacidad de asombrarnos ante él?”, preguntó el Papa. “Tal vez porque nuestra fe ha sido corroída por la costumbre. Tal vez porque permanecemos encerrados en nuestros remordimientos y nos dejamos paralizar por nuestras frustraciones. Tal vez porque hemos perdido la confianza en todo y nos creemos incluso fracasados. Pero detrás de todos estos ‘tal vez’ está el hecho de que no nos hemos abierto al don del Espíritu, que es Aquel que nos da la gracia del estupor”.

Abrirse al don del Espíritu que nos da la gracia del estupor y ‘”volver a comenzar desde el asombro” es la exhortación del Papa en este Domingo de Ramos: mirar al Crucificado y decirle “Señor, ¡cuánto me amas! ¡Qué valioso soy para Ti!”. Dejarse sorprender por Jesús “para volver a vivir, porque la grandeza de la vida no está en tener o en afirmarse, sino en descubrirse amados". "La grandeza de la vida está precisamente en la belleza del amor".

En el Crucificado vemos a Dios humillado, al Omnipotente reducido a un despojo. Y con la gracia del estupor entendemos que, acogiendo a quien es descartado, acercándonos a quien es humillado por la vida, amamos a Jesús. Porque Él está en los últimos, en los rechazados, en aquellos que nuestra cultura farisea condena. 

Dejemos que el estupor nos invada
Para finalizar su homilía, se refirió a la escena “más hermosa” del estupor que el Evangelio de hoy nos muestra: la del centurión que, al ver expirar a Jesús exclama: “¡Realmente este hombre era Hijo de Dios!”. El centurión, dijo el Papa, se dejó asombrar por el amor: vio morir a Jesús “amando” y eso lo asombró. Sufría, estaba agotado, pero seguía amando. 

“Esto es el estupor ante Dios, quien sabe llenar de amor incluso el momento de la muerte. En este amor gratuito y sin precedentes, el centurión, un pagano, encuentra a Dios. ¡Realmente este hombre era Hijo de Dios! Su frase ratifica la Pasión”.

Muchos otros antes del centurión, habían reconocido a Jesús como Hijo de Dios. Pero, sin embargo, “Cristo mismo los había mandado callar, porque existía el riesgo de quedarse en la admiración mundana, en la idea de un Dios que había que adorar y temer en cuanto potente y terrible”. Ahora, ante la cruz “no hay lugar a malas interpretaciones”, pues “Dios se ha revelado y reina sólo con la fuerza desarmada y desarmante del amor”. 

Dios “continúa sorprendiendo nuestra mente y nuestro corazón”, concluyó el Papa, animándonos a que dejemos que "el estupor nos invada”. “Miremos al Crucificado y digámosle también nosotros: ‘Realmente eres el Hijo de Dios. Tú eres mi Dios’”, exhortó.+