Mons. Castagna: "Cristo, única alternativa de salvación"

  • 19 de marzo, 2021
  • Corrientes (AICA)
"No conforma una actitud fundamentalista, sino el reconocimiento de la Verdad", diferenció, y sostuvo: "Negarse a reconocerla, a causa de algún prejuicio ideológico, no diluye la verdad objetiva".

El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, consideró que “es preciso insistir, de manera incansable, en la ‘predicación’ o presentación de Cristo como única alternativa de Salvación”.

“No conforma una actitud fundamentalista, sino el reconocimiento de la Verdad”, diferenció, y sostuvo: “Negarse a reconocerla, a causa de algún prejuicio ideológico, no diluye la verdad objetiva”.

“Cristo es el Hijo de Dios encarnado que ‘no ha venido a juzgar sino a salvar’. Misterio de un impresionante realismo, conmovedor e inmodificable”, subrayó.

El prelado recordó que “innumerables mujeres y hombres, en el transcurso de la historia, han decidido su conversión a Cristo”.

“Dios quiso autorrevelarse en el Verbo hecho hombre para salvar, desde dentro, a quienes lo reciban”, concluyó.

Texto de la sugerencia
1.- La glorificación de Cristo.
La glorificación se expresa en la identificación pública de Jesús, el Hijo de Dios, quien con el Padre, en el Espíritu Santo, es el Amor. En la persona del Hijo, inmolado en la Cruz, Dios ama al mundo hasta ese impresionante y cruento sacrificio. Es entonces cuando se acredita como el Dios que ama a todos los hombres: “Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere da mucho fruto”. (Juan 12, 23-24) No nos detenemos lo suficiente ante esta verdad, inocultable e inexplicablemente excluida de la vida moderna. Cristo crucificado y resucitado es la Verdad. La encarna de manera viva y cuestionadora en medio de una sociedad sin fe, y sin inquietud por obtenerla. Si Gandhi “por culpa de los cristianos no era cristiano”, hoy, por culpa de algunos autos calificados “creyentes”, se producen distancias enormes de lo tildado como religioso.

2.- Sus testigos. Los Santos, al constituirse en testigos de Dios, presentan los aspectos esenciales de la fe religiosa y hacen creíble a la Iglesia que integran. Glorificar a Dios es reconocer su centralidad en nuestras vidas y acatar sus dictámenes. De otra manera lo hacemos blanco de nuestras crueles agresiones, aunque vayamos a Misa los domingos y recitemos mecánicamente el “credo”. La coherencia entre vida y fe hace que el creyente se convierta en testigo creíble de lo religioso, aún para quienes se empeñan en su ateísmo o agnosticismo. Tal convergencia armónica se concreta en la vivencia de la caridad, virtud síntesis de todas las virtudes y compendio de todos los valores. La presencia y la palabra del Papa Francisco en Irak atrajeron el respeto y admiración de los intelectuales honestos, aún sin compartir la religión católica. Jesús envía a sus discípulos como testigos del contenido de fe de lo que predican.

3.- El Dios que el mundo no conoce. El Dios, del que debemos testificar ante un mundo intelectual y afectivamente distanciado de la fe, lleva su amor al extremo de la Cruz, para derrotar la muerte y restablecer la Vida. En los orígenes de la evangelización, promovida por los Apóstoles, este es el rumbo adoptado, sin otro sendero alternativo. Pablo lo afirma con un lenguaje desencarnado y choqueante: “Dios quiso salvar a los que creen por la locura de la predicación. Mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado…” (1 Corintios 1, 21-23) Si cedemos a las estrategias mundanas impedimos que  Cristo sea presentado como la respuesta de Dios a los hombres. La urgencia por evangelizar, que asistía a los Doce, emplea términos dramáticos en las expresiones del combativo Apóstol de los gentiles: “¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Corintios 9, 16) Lo heredan sus sucesores, de muy diversas épocas, en el ejercicio del mismo Ministerio apostólico.

4.- El realismo de la Verdad. Es preciso insistir, de manera incansable, en la “predicación” o presentación de Cristo como única alternativa de Salvación. No conforma una actitud fundamentalista, sino el reconocimiento de la Verdad. Negarse a reconocerla, a causa de algún prejuicio ideológico, no diluye la verdad objetiva. Cristo es el Hijo de Dios encarnado que “no ha venido a juzgar sino a salvar”. Misterio de un impresionante realismo, conmovedor e inmodificable. Innumerables mujeres y hombres, en el transcurso de la historia, han decidido su conversión a Cristo. Dios quiso auto revelarse en el Verbo hecho hombre para salvar, desde dentro, a quienes lo reciban. San Juan lo expresa así: “Ella (la Palabra) estaba en el mundo y el mundo fue hecho por medio de ella y el mundo no la conoció”. (Juan 1, 10) Y concluye: “Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios”. (Ibídem 1, 12)+