Mons. Ojea recorrió los tres ejes de Fratelli Tutti

  • 23 de octubre, 2020
  • Buenos Aires (AICA)
El presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, monseñor Oscar Ojea, detalló los tres ejes principales de Fratelli Tutti: El amor universal, la dignidad humana y el destino social de los bienes.

En una entrevista con Canal Orbe 21, el obispo de San Isidro y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, monseñor Oscar Ojea, brindó detalles sobre la nueva encíclica del papa Francisco, Fratelli Tutti, “hermanos todos”.

Consultado sobre los ejes de este documento papal, el prelado destacó tres: Por un lado, la dimensión universal del amor. “El papa se inspira en San Francisco de Asís, que se sintió hermano de todas las creaturas, hermano de la muerte también. San Francisco de Asís tenía una relación armónica con todo lo demás, porque la libertad que le da la pobreza es inmensa, entonces desde esa libertad él puede sentirse hermano de todos”.

“Por otra parte, el Papa toma como fuente de inspiración más honda, la parábola del Buen Samaritano. El buen samaritano, sabemos que se ve a sí mismo en el hermano caído. Hay una dimensión del ser humano”, destacó. “Es el hermano universal, que ve en el hermano que es nadie, a otro sí mismo”.

“El Papa nos propone esta realidad evangélica de hacernos hermanos de los demás, incluso de los que están lejos. Está en la base de la predicación del papa Francisco. No es un amor sentimental, es un amor concreto, es algo que se fundamenta en la dignidad de la persona”

El papa Francisco, señaló monseñor Ojea, “en el primer capítulo nos habla de las sombras que obstaculizan esta fraternidad, sombras en un mundo cerrado. Entonces nos va a hablar de la necesidad de apertura, y se lamenta de que la palabra apertura esté hoy cooptada por la economía, y en realidad el término apertura debería aplicarse más a la apertura del corazón, a la apertura cultural, a esa dimensión del amor que hace que yo pueda crecer con el diferente, o crecer con la diferencia”.

Retomando la exhortación Amoris Laetitia, el obispo recordó que el Papa señala allí que “el amor matrimonial, de alguna manera tiende a expandirse y se difunde en un amor universal, lo mismo que el amor de amistad. De alguna manera cuando uno siente que está amando a una persona, y siente esa revolución interior, que también tiene que ver con el enamoramiento, no sólo nos parecen más buenas todas las cosas, sino que uno tiende a hermanarse con aquellos hermanos que son distintos, es como recobrar fuerzas para poder vivir esa fraternidad universal”, consideró.

“Pero entre las oscuridades, el Papa dice, estamos aislados, construimos muros, y quedamos presos dentro de esos muros, sin alteridad, nos habla de que estamos en este mundo globalizado, y la globalización nos acerca pero no nos hace hermanos; nos iguala a un nivel muy abstracto pero no tiene la profundidad que tiene la fraternidad”. 

“Nosotros, en el mundo, por un lado actuamos como consumidores de objetos. Por otro lado como espectadores de la vida, pero nos cuesta interactuar: estamos solos. A esto se suma que hay como una licuación de la propia identidad, y una suerte de pérdida de la memoria histórica. Es como si el mundo empieza conmigo, yo soy ciudadano del mundo, yo pongo condiciones”, advirtió. Pero en el fondo, afirmó, está “mi pertenencia a una comunidad, a una familia, a una cultura, a un pueblo”.

“La Iglesia, pueblo de Dios, es un pueblo unido, lleno de relaciones, lleno de rostros concretos que van haciendo y desarrollando un proceso histórico. Este pueblo se encarna en las distintas culturas, y las distintas culturas tienen enormes riquezas que nos hacen mejores personas, entonces está flotando en toda la encíclica esto de lo que nos perdemos cuando nos dejamos de abrir a las culturas de los demás”, destacó.

“Toda esta dimensión maravillosa del amor abierto, del amor al diferente, de la necesidad de enriquecernos y de no perdernos la riqueza que nos dan los otros, en lugar de construir muros, en lugar de encerrarnos en nosotros mismos, y en lugar de vivir como espectadores y consumidores”, afirmó.

En segundo lugar, afirmó el obispo de San Isidro, “un eje importantísimo es la dignidad humana, que también es un eje muy importante en el papado de Juan Pablo II. El Papa se inspira en el encuentro con el Imán Al Azhar en Abu Dhabi”, destacó. “Este ha sido un encuentro importantísimo, porque además de coincidir en elegir el diálogo continuo como camino en la relación interreligiosa, la colaboración como conducta habitual, y al mismo tiempo como método, como criterio, la necesidad del conocimiento recíproco. Ellos, además de haber acordado en estos puntos tan importantes en esa trascendente reunión y en ese documento que han firmado, coinciden en que la dignidad humana está en ser hijos de Dios”.

“La pandemia nos obligó a pensar en las personas, y hemos encontrado un mundo con enormes inequidades. Entonces lo que resalta del Santo Padre es esta verdad objetiva de la dignidad humana”, sostuvo. “Debe indignarnos, dice el Papa, cuando nosotros vemos las situaciones de tantos niños, cuando vemos situaciones humanas denigrantes, cuando vemos el tema de los migrantes, muchos obligados a migraciones forzadas, que no pueden aportar en los países a donde van, la riqueza de su cultura. El desarraigo es tan grande que deben amoldarse a una globalización fría, inhumana, que los obliga a considerarse inferiores a los demás, en muchos casos a menospreciar la propia cultura, y así se licúa la propia identidad y la pertenencia al pueblo”.

“Este tema de la dignidad está presente en toda la encíclica, y la necesidad de indignarse frente a esto, para poder remover las causas de cómo se lastima la dignidad de las personas”.

El tercer eje, consideró monseñor Ojea, “me parece la reafirmación de principios esenciales de la Doctrina Social de la Iglesia. Uno de ellos es la función social de la propiedad privada, que hace más de cien años que está denunciada por la Iglesia pero que siempre parece una sorpresa”. 

“El papa cita un texto de San Juan Pablo II, en donde nos dice que la tierra ha sido dada a todos los hombres para sustentar a todos los habitantes del planeta, sin excluir a nadie y sin privilegiar a algunos”, subrayó. 

“El destino común de los bienes es una doctrina tradicional en la Iglesia, en los Santos Padres. Es anterior a la propiedad privada, porque el hombre, según nuestra doctrina, es administrador de los bienes. El hombre administra los bienes de la Tierra que el Señor le ha otorgado como don, y esto requiere el dinamismo de poder socializar sus bienes, de hacer rendir y fructificar sus bienes”, explicó. 

“Hoy diríamos: los bienes tienen que convertirse en fuentes de trabajo. El tema del trabajo es importantísimo en la encíclica, como lo fue en Laudato si’. El Papa dice que no es digno para una persona estar recibiendo subsidios eternamente. El tema del trabajo, además de ordenar la vida nos hace sentir corresponsables de un proyecto de pueblo común, nos hace sentir partes pertenecientes a la sociedad, nos eleva como personas, nos hace sentir dignos. Sin trabajo, el hombre está como fuera de la producción, entonces se siente más inútil, y al mismo tiempo se siente mirado de una manera perjudicial para su dignidad personal”, advirtió.

Estos tres ejes, consideró, “son muy importantes: la dimensión universal del amor, el tema de la dignidad humana, y estos temas de la doctrina social de la Iglesia que no pueden sorprendernos”, resumió.+