Tornielli: Cuidar de los enfermos aprendiendo lo que significa amar

  • 22 de septiembre, 2020
  • Ciudad del Vaticano (AICA)
La persona debe ser cuidada y rodeada de afecto hasta el final, resaltó el director editorial del Dicasterio para las Comunicaciones

El Magisterio sobre los temas del fin de la vida es propuesto una vez más por la Carta “Samaritanus bonus”, que contiene acentos pastorales: la persona debe ser cuidada y rodeada de afecto hasta el final, señala el director editorial del Dicasterio para las Comunicaciones de la Santa Sede, Andrea Tornielli, en su nota editorial publicada hoy en Vatican News.

Editorial
Incurable nunca es sinónimo de “incuidable”: esta es la clave para entender la Carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe “Samaritanus bonus”, que tiene como tema “el cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida”. El documento, ante la pérdida de la conciencia común sobre el valor de la vida y los debates públicos, a veces demasiado condicionados por casos puntuales en las noticias, reafirma claramente que “el valor inviolable de la vida es una verdad básica de la ley moral natural y un fundamento esencial del ordenamiento jurídico”. Por ende, “no se puede elegir directamente atentar contra la vida de un ser humano, aunque este lo pida”.

Desde este punto de vista, la viga que sostiene “Samaritanus bonus” no contiene novedad: de hecho, el Magisterio señaló repetidamente el no a toda forma de eutanasia o suicidio asistido, y explicó que la alimentación y la hidratación son apoyos vitales que deben asegurarse al enfermo.

El Magisterio también se expresó en contra del llamado “ensañamiento terapéutico”, porque en la inminencia de una muerte inevitable “es lícito en ciencia y en conciencia tomar la decisión de renunciar a los tratamientos que procurarían solamente una prolongación precaria y penosa de la vida”.

Por lo tanto, la Carta vuelve a proponer puntualmente lo que enseñaron los últimos pontífices y se consideró necesaria ante legislaciones cada vez más permisivas sobre estas cuestiones.

Sus páginas más recientes son las del acento pastoral, que se refieren al acompañamiento y cuidado de los enfermos que llegaron a la etapa final de sus vidas: el cuidado de estas personas nunca puede reducirse sólo a la perspectiva médica. Se necesita de una presencia integral que los acompañe con afecto, terapias apropiadas y proporcionadas y asistencia espiritual. Son significativas las referencias a la familia, que “necesita la ayuda y los medios adecuados”.

Se requiere que los Estados reconozcan la función social primaria y fundamental de la familia “y su papel insustituible, también en este ámbito, destinando los recursos y las estructuras necesarios para ayudarla”, sostiene el documento. De hecho, el papa Francisco nos recuerda que la familia “siempre ha sido el 'hospital' más cercano”. Y aún hoy, en muchas partes del mundo, el hospital es un privilegio para unos pocos, y a menudo está muy lejos.

“Samaritanus bonus”, aunque nos recuerda el drama de tantos casos de noticias que se discuten en los medios de comunicación, nos ayuda a mirar los testimonios de los que sufren y los que cuidan, los muchos testimonios de amor, sacrificio, dedicación a los enfermos terminales o a las personas con falta persistente de consciencia, asistidos por madres, padres, hijos, nietos. Son experiencias vividas diariamente en silencio, a menudo en medio de mil dificultades.

En su autobiografía, el cardenal Angelo Scola relató un episodio ocurrido hace años: “Durante una visita pastoral a Venecia, un día, mientras salía de la casa de un enfermo, el párroco local me señaló un caballero más o menos de mi edad con un aire muy discreto. Tres semanas antes había muerto su hijo, una persona gravemente discapacitada, incapaz de hablar o caminar, y había sido cuidado amorosamente por él durante más de treinta años, asistiéndolo día y noche y confortándolo con su constante presencia.

El único momento en que se alejaba era los domingos por la mañana, cuando iba a misa. Delante de esta persona sentí una cierta vergüenza, pero como suele ocurrir con nosotros los sacerdotes, me sentí obligado a decir algo. Dios le dará crédito por ello, balbuceé un poco aturdido. Y me respondió con una gran sonrisa: Patriarca, mire, ya he recibido todo del Señor, porque me hizo comprender lo que significa amar”. +