El obispo de Puerto Iguazú, Mons. Martorell, compartió con su comunidad diocesana las enseñanzas de los textos bíblicos leídos el pasado domingo, IV del año litúrgico, donde se habla del rechazo del pueblo a los enviados de Dios, como el caso del profeta Jeremías y del mismo Jesús.
El obispo de Puerto Iguazú, en la provincia de Misiones,
monseñor Marcelo Raúl Martorell, compartió con su comunidad diocesana las enseñanzas de los textos bíblicos leídos el pasado domingo 3 de febrero, IV del año litúrgico, en los que se habla del rechazo del pueblo a los enviados de Dios, como el caso del profeta Jeremías y el del mismo Jesús.
La elección y vocación del profeta Jeremías
"La liturgia de este domingo -comenzó diciendo el prelado misionero- nos presenta la vocación de Jeremías, uno de los grandes profetas del Antiguo Testamento que fue llamado por Dios para ser su voz en medio del pueblo de Israel cuando apenas contaba con pocos años de edad. Este texto muestra que la elección no procede de mérito alguno, sino de la exclusiva decisión y elección del corazón de Dios: "antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía ?, yo te había consagrado ? te había constituido profeta para las naciones".
"El profeta -prosiguió el obispo- recuerda al pueblo que ellos son propiedad de Dios, que su Dios es un Dios de amor y de amor fiel. Esta predicación constituye para el pueblo esperanza, seguridad y fortaleza para andar en la historia esperando la misericordia de Dios que no defrauda, aunque a veces parezca que está lejos. Por esto es respetado el profeta y su palabra es tenida en cuenta. Pero muchas veces el profeta recuerda al pueblo su infidelidad para con Dios, le recuerda su pecado, le muestra su error y lo llama a la conversión y a la penitencia. Esto acarrea incomprensión al profeta, rechazo, maledicencias e incluso persecuciones de sus mismos compatriotas. Es la cara y cruz del profeta.
Sus compatriotas no supieron reconocer en Jesús al Mesías
Después monseñor Martorell comentó el evangelio de San Lucas donde se muestra a Jesús en la sinagoga de Nazaret, quien después de proclamar ante la asamblea el texto de Isaías, afirma que Él es el destinatario de aquella antigua profecía, que a Él se refería aquel texto escrito mucho tiempo atrás. "Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca".
"Jesús es centro de admiración", explicó el prelado. Él ya había estado predicando y "su fama se había extendido por toda la región". Pero Jesús también genera rechazo. La gente de Nazaret -la ciudad donde creció- estaba admirada por la belleza de su predicación pero no podía aceptarlo como maestro y mucho menos como Mesías, porque era uno más del montón, era el hijo del pobre carpintero José, pertenecía a una familia humilde del pueblo, no era un personaje prestigioso ni uno de los poderosos de la alta sociedad.
Su pueblo no supo reconocer en Jesús al Mesías prometido por Dios que tendría una gran predilección por los pobres de toda pobreza, de los ciegos de todo tipo de ceguera, de los oprimidos por toda clase de opresiones. No supo reconocer al que traía la salvación y la gracia de Dios para su pueblo. Jesús fue pobre y compartió la suerte de los pobres; fue despreciado al igual que ellos, fue relegado y se le negó un lugar en la sociedad. Por más atractiva que fuera su persona y por más bellas que fueran sus palabras, eso no bastaba para que lo aceptaran. Y Jesús no hizo allí ningún milagro, porque sabía que si no creían en su palabra "no creerán aunque resucite un muerto".
Jesús al ver la actitud de sus paisanos se adelanta y les responde con el refrán: "nadie es profeta en su tierra", por medio del cual Jesús no está diciendo que los profetas siempre son rechazados en su tierra, como si fuera una ley inamovible, simplemente pretende mostrarles lo que de hecho estaba sucediendo con él.
"Hay una verdad escondida en este refrán y es que muchas veces no es fácil descubrir la presencia de Dios en las cosas simples y normales de nuestra vida. A veces no nos damos cuenta de que Dios nos visita en los acontecimientos o que Dios habla a través de las personas que Él pone en nuestro camino, en los sacerdotes o en los miembros de la Iglesia", concluyó monseñor Martorell.+