Hoy se cumplen 21 años de la muerte del Card. Pironio

  • 5 de febrero, 2019
  • Mar del Plata (Buenos Aires)
Con el propósito de recordar al card. Eduardo Pironio en el aniversario de su Pascua, publicamos un artículo aparecido en febrero de 2018 en el diario "El Argentino", de Miramar (diócesis de Mar del Plata), escrito por el Pbro. Hugo W. Segovia.
Con el propósito de recordar y rendir homenaje al cardenal Eduardo Pironio en un nuevo aniversario de su Pascua, publicamos un artículo que, con el título de "La Cruz y la Esperanza", aparecido en febrero de 2018 en el diario "El Argentino", de Miramar (diócesis de Mar del Plata), escrito por el presbítero Hugo W. Segovia, con motivo del 20° aniversario, y que no alcanzamos a publicar en aquella ocasión. La Cruz y la Esperanza Hace 20 años (el 5 de febrero de 1998) murió en Roma el cardenal Eduardo Francisco Pironio. Recuerdo la experiencia que me tocó vivir en 1997 como corresponsal de "La Capital" para cubrir la información del Sínodo para América. El cardenal estaba ya enfermo, no pudo participar del Sínodo. Lo lamentaba él y, sin duda, los participantes ya que era una voz, como pocas, esencial para un conocimiento claro sobre el continente. Tuve ocasión de encontrarme tres veces con él: a fines de noviembre, ni bien llegado fui a saludarlo y cada vez que lo hacía experimentaba lo mismo que el cardenal Mercier cuando lo hacía con el ahora beato Columba Marmión (decía que "lo hacía tocar a Dios"). Aunque limitado en sus movimientos era aquel que, como dice la oración por su beatificación, "anunciador de cruz y esperanza". El día de su cumpleaños, 3 de diciembre, a causa del endiablado tránsito de Roma, no pude llegar a la reunión que los obispos argentinos participantes del Sínodo habían preparado. ... Cuando lo fui a saludar, antes de viajar a Lisieux, se acordó, dueño de una prodigiosa memoria, que mi mamá cumplía años un día antes (la había conocido en 1961 en Bahía Blanca; varias veces le escribió recordando además que los dos llevaban el nombre de Francisco). Toda su riqueza El Sínodo terminó el 12 de diciembre y yo aproveché para ir a Lisieux: se cumplía el centenario de la muerte de Santa Teresita y Juan Pablo II le había otorgado el título de doctora de la Iglesia. Lo quise saludar antes de viajar, porque muchas cosas me los hacían relacionar. Me dijo: "¡cómo me gustaría acompañarte!"; él que bien conocía Lisieux. Pero fue el 23 de diciembre, horas antes de mi viaje de regreso, que pude comprobar el protagonismo que el cardenal tenía. Mucho público, tanto del mundo de la política y la cultura como de gente sencilla estaba en espera de poder saludarlo con motivo de Navidad. Hice valer mi condición de argentino y pude adelantarme en la cola (en el mismo edificio vivía el cardenal Ratzinger). Nos tomamos las manos y con un Avemaría nos despedimos. Le quedaban 44 días de vida... Singular figura la de este hombre cuya trayectoria, por más conocida que sea, merece siempre ser tenida en cuenta. Creo, por ejemplo, que tuvo una cercanía institucional y personal con los sacerdotes, los religiosos y los laicos que a todos les transmitió una espiritualidad que, abrevando en las fuentes más auténticas, se desplegó con una riqueza toda de él. Destaco su trabajo en la transición del Seminario de Buenos Aires; su trabajo como prefecto de la Congregación de Religiosos y su intuición en la concreción de las Jornadas Mundiales de la Juventud (ya en germen en las propuestas de Pablo VI y a las que Juan Pablo II transformó en impresionantes expresiones de encuentro y contacto y por las cuales tanto lo valoró). Figura deslumbrante Su trabajo en el Celam coincide con la Conferencia de Medellín y en él dejó la huella de su profunda espiritualidad. Figura deslumbrante en años difíciles que lo pusieron a prueba. Su aporte, desde la visión latinoamericana que hoy está impregnando, con el magisterio del papa Francisco, a toda la Iglesia. Entre tantos lo demuestra el testimonio del mártir salvadoreño monseñor Romero a quien acompañó cada vez que el hoy santo viajaba a Roma. Sin olvidar su magisterio episcopal para el cual tenemos los cuatro tomos de los Escritos Marplatenses; sus intervenciones en el Sínodo de 1974, base del documento más importante sobre la evangelización según el papa Francisco, "Evangelii nuntiandi"; la dirección de los Ejercicios Espirituales de la Curia Romana en 1974; así como en la más banal de las cartas que, además de contestarlas siempre, venían cargadas de su espiritualidad. Un estilo totalmente transparente, cálido, asombrosamente bíblico, él que tenía una vasta cultura y bien podía haber sido académico de la lengua. Mucho de todo esto se sintetizó en los días de su "vuelta" al país en aquel febrero de 1998. Es cierto que nunca se fue de Luján (¿cómo olvidar lo que fue su despedida en 1955?) y que quiso esperar la resurrección amparado por el manto de María. De Mar del Plata, hoy solo quiero dejar las palabras que nuestro obispo, monseñor Mestre, recogió de Pironio en la primera reunión con el presbiterio. Creo que es la más hermosa definición de la ciudad, la única diócesis que le tocó gobernar: "Siempre dije que nuestra Iglesia tenía que ser como el mar, profunda en la contemplación, fuerte en la esperanza, ancha y sin límites en la inmensidad de su horizonte". (Hugo W. Segovia).+