Dios derriba a los poderosos y exalta a los humildes de corazón

  • 19 de agosto, 2013
  • Puerto Iguazú (Misiones) (AICA)
"Dios derriba de sus tronos a los poderosos, exalta a los humildes y pobres que reconocen al Señor de la Vida, despide sin nada a los que tienen por dios a las riquezas de este mundo, los deja con las manos vacías. Derriba a los soberbios llenos de sí mismos, saciados con sus propias manos y en cambio exalta a los humildes y pobres, hijos solamente de Dios y necesitados de El en sus impotencias y necesidades. Dios, es y será la justicia, ayer, hoy y mañana. Sólo Dios sacia la sed de aquellos que aman y esperan en Dios. Ellos son los que verán a Dios", expresó el obispo de Puerto Iguazú, monseñor Marcelo Martorell, en la homilía de la misa que se celebró este domingo con motivo de la fiesta patronal en el santuario diocesano Santa María del Iguazú.
"Dios derriba de sus tronos a los poderosos, exalta a los humildes y pobres que reconocen al Señor de la Vida, despide sin nada a los que tienen por dios a las riquezas de este mundo, los deja con las manos vacías. Derriba a los soberbios llenos de sí mismos, saciados con sus propias manos y en cambio exalta a los humildes y pobres, hijos solamente de Dios y necesitados de El en sus impotencias y necesidades. Dios, es y será la justicia, ayer, hoy y mañana. Sólo Dios sacia la sed de aquellos que aman y esperan en Dios. Ellos son los que verán a Dios", expresó el obispo de Puerto Iguazú, monseñor Marcelo Martorell, en la homilía de la misa que se celebró este domingo con motivo de la fiesta patronal en el santuario diocesano Santa María del Iguazú. Además de la misa los fieles de la diócesis participaron de una ya tradicional peregrinación que recorrió 44 kilómetros y concluyó en el santuario. "Al celebrar el día de nuestra Madre, en la advocación de Santa María del Iguazú -comenzó diciendo el obispo-, elevamos a ella nuestra confiada oración en estos tiempos difíciles en que la sociedad se ve dividida y fragmentada. Nuevos aires nos brinda el Espíritu Santo que nos hacen renacer en la esperanza y la confianza de que Dios no nos abandona y que su misericordia nos acompaña siempre. La Iglesia se ve renovada y con nuevas fuerzas para seguir haciendo el bien, predicar el Evangelio, entregar a Jesús Sacramentado y atender a los más pobres en el ejercicio propio del Evangelio, que es la caridad". "La Iglesia, incluso siendo fiel a sí misma, actúa en medio de incomprensiones", dijo el prelado, aunque "en su caminar la Iglesia se renueva para ser mejor seguidora de Cristo, mediante la gracia de la conversión y la escucha de la Palabra de Cristo que nos impulsa a remar mar adentro". Tras señalar que la liturgia de este día, por ser la fiesta de Santa María del Iguazú, centra su atención en la figura de la Virgen María, "la expresión más perfecta del discipulado y de la convicción misionera", monseñor Martorell dedicó buena parte de su homilía para comentar el cántico del Magníficat, esa "espléndida oración que pronunció María cuando visitó a su prima Isabel y que resume actitudes de la misión evangelizadora de la Iglesia. El Magníficat es como un grito que brota desde lo más profundo de nuestra alma de cristianos, que nos lleva a exclamar que Dios ha obrado y obra maravillas en el mundo y en la historia, pero sobre todo en el corazón de las personas". "María -explicó el obispo de Puerto Iguazú- alaba a Dios por las maravillas que obró entre nosotros, especialmente por la venida del Salvador. El cántico expresa, también, un giro rotundo en el accionar de Dios frente a este mundo: derriba de sus tronos a los poderosos, exalta a los humildes y pobres que reconocen al Señor de la Vida, despide sin nada a los que tienen por dios a las riquezas de este mundo, los deja con las manos vacías. Derriba a los soberbios, llenos de sí mismos, saciados con sus propias manos y en cambio exalta a los humildes y pobres, hijos solamente de Dios y necesitados de El en sus impotencias y necesidades. Dios, es y será la justicia, ayer, hoy y mañana. Sólo Dios sacia la sed de aquellos que aman y esperan en Dios. Ellos son los que verán a Dios". "Pero es necesario leer bien este cántico para no caer en el error -advirtió el obispo- porque María ni vivió un cambio social radical, ni una revolución social. El rey siguió en su trono, los ricos con sus riquezas, los pobres con su pobreza, y María y José tuvieron que huir a Egipto. Y entonces nos preguntamos: ¿dónde ha ocurrido el cambio? ¿Es que algo ha cambiado? Y es que este cambio ha ocurrido en el silencio y en el interior del corazón de los hombres. Es un cambio que se realiza en la persona que tiene fe y que por su fe recibe los dones del amor de Dios y con ellos confortará su alma y saciará la sed de su corazón. El cambio que Dios realiza en los corazones lleva a decirse a si mismo y al mundo: ?sólo Dios basta?. Y desde esa convicción de amor, se da gloria a Dios, viviendo el mundo bajo el mandato de la caridad y compartiendo los bienes, como la imagen más perfecta de la Eucaristía, a la vez que se trabaja por un mundo más justo como expresión de la ?justicia de Dios? que proclama María y que la Iglesia busca por medio de su acción pastoral". "El Magníficat -manifestó monseñor Martorell- afronta de un modo simple el problema tan antiguo y tan actual de la pobreza y la riqueza, del poder y la injusticia. La Iglesia mira estas realidades desde la mirada que le es propia: la óptica de la fe, la conversión y la fidelidad a Dios. Desde esta mirada, los cristianos somos capaces de apoyar todo bien social y construir desde la fe y los valores cívicos, el Bien Común, que se gesta a partir del servicio desinteresado a los demás y en especial a los más pobres y humildes que son los preferidos de Dios". "¡Cómo desearíamos que no hubiesen más pobres y que todos estuviéramos saciados! -exclamó el prelado-. Pero esto no es así y por eso el cántico del Magnificat es actual y vigente. Vemos que en los lugares más ricos de la tierra, la fe y el amor de Dios van siendo opacados, porque desaparece del corazón de estos hombres, el sentido humilde de la necesidad de Dios y de su Providencia. Vemos con dolor la descristianización de un Occidente que va detrás de la opulencia y el dinero, sin darse cuenta, desgraciadamente, que todo bien viene de Dios y que el mismo Dios y Señor es el que da y quita. Pero también por otro lado percibimos una nueva acción de Dios que nos llama a cambiar esta situación y nos impulsa a hacerlo". "Nuestra misma Patria -aseveró- corre el peligro de que lo material se erija en el dios que rige la vida, dejando de lado el orden moral y las verdades derivadas del orden natural. No es extraño entonces que aparezcan leyes injustas, que van dejando afuera de la vida a quienes menos pueden en la sociedad", y agregó que "los cristianos no debemos olvidar al momento de las elecciones a quienes de verdad tienen en cuenta los valores del Evangelio y el Bien Común, especialmente el bien de las familias, de los ancianos y de nuestros jóvenes y niños. "El cántico del Magníficat -dijo por último monseñor Martorell- no agradece a Dios solamente por la venida del Redentor. También agradece por toda verdad, justicia, amor y bien, que llega al corazón del hombre con la venida del Salvador y que se plasma en actitudes y acciones concretas que reflejan la presencia del Reino de Dios entre nosotros, la presencia del Señor de la historia y de la Vida", y finalizó pidiendo a María del Iguazú su protección y su ayuda "para crecer en la conciencia de que es necesaria la pobreza y la humildad del corazón para reconocer a Dios en este tiempo de la historia y en estos momentos de nuestra Patria".+