Un llamado que marca toda la vida
FERNÁNDEZ, Víctor Manuel - Homilías - Homilía de monseñor Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata, en la misa por el Día del Catequista (Seminario San José de La Plata, 21 de agosto de 2022)
Ya conocemos una frase que el Papa Francisco repite desde que escribió Evangelii gaudium: Yo no “tengo” una misión, yo “soy” una misión. Porque el Señor me puso en esta tierra para cumplir una misión y si no la cumplo me frustro. La misión no es un apéndice, algo secundario, es parte de mi identidad. Hay una vocación que me configura. Como ustedes saben, vocación significa “llamado”. Pero es mucho más que el sonido de la palabra “sígueme”, es algo que nos reclama desde lo profundo de nuestro propio ser, porque al crearnos el Señor te llamó a esa misión. Vos sos tu misión. Por eso, si uno rechaza ese llamado y lleva su vida por otros caminos, no necesariamente está pecando, pero se está frustrando, su vida será una permanente confusión.
Precisamente por esta razón hemos querido celebrar este día del catequista en nuestro Seminario, en este marco de sus 100 años. Porque el Seminario es todo un símbolo del llamado vocacional, el Seminario por sí mismo habla de vocación. Pero al mismo tiempo, la presencia de muchos catequistas aquí en este tiempo de celebración de nuestro Seminario, nos ayuda a entender el llamado al sacerdocio en el marco de la riqueza de las demás vocaciones. Es hermoso que los seminaristas se sientan estimulados por la multiforme riqueza vocacional de la Iglesia sinodal, donde una vocación alegra a la otra, donde todas las vocaciones vivas y fervorosas se iluminan y se alientan entre sí. Un catequista de alma, despierta en el sacerdote el deseo de ser un cura de alma.
Hoy algunas y algunos recibirán el mandato que es ya un envío para entregarte a la catequesis con la bendición del Señor, aunque pueda ocurrir que lo hagan dos o tres años y luego se dediquen a otras tareas. Otras personas recibirán mucho más que eso, recibirán un ministerio, que indica la presencia de una vocación reconocida por la Iglesia. Este ministerio no se da simplemente a alguien que da catequesis, es mucho más amplio. Se da a un catequista ya probado por los años, que reconoce que no puede dejar de ser catequista porque es parte de su ser, y que además tiene un compromiso importante en la comunidad parroquial, participa, se preocupa y colabora con la evangelización y la marcha de la parroquia. El Papa en el documento de creación de este ministerio dice: que algunos “pueden ser llamados de diversos modos a una colaboración más inmediata con el apostolado de la Jerarquía (AM 5), “animados por un verdadero entusiasmo apostólico” (AM 8)
El Santo Padre explica el sentido amplio de este ministerio: “desde el primer anuncio que introduce al kerygma, pasando por la enseñanza que hace tomar conciencia de la nueva vida en Cristo y prepara en particular a los sacramentos de la iniciación cristiana, hasta la formación permanente” (AM 6). Y remarca que esto supone “la participación directa en la vida de la comunidad” (AM 6). El catequista ministro debe ser uno de los puntales de la comunidad parroquial y de la evangelización de su barrio.
Y Francisco también destaca el sentido vocacional del ministerio: “Este ministerio posee un fuerte valor vocacional que requiere el debido discernimiento por parte del Obispo y que se evidencia con el Rito de Institución” (AM 8). Entonces, el catequista instituido ministro ya no dice “yo hago esto” sino “yo soy esto, esta es mi vida, esto no se puede arrancar de mi ser”.
En los próximos años, para recibir este ministerio habrá que tener en cuenta las indicaciones que dará la Conferencia Episcopal para su preparación. Este año sólo se confiere a algunos pocos que ya han sido probados por muchos años de entrega, en quienes se reconoce claramente la vocación, la respuesta perseverante y el compromiso comunitario consolidado.
Dejemos que la Palabra nos ilumine en este sentido vocacional que hoy queremos celebrar. La Palabra de Dios hoy nos habla de la gloria de Dios (Ez 43, 17a), pero nos hace ver que esa gloria no es algo altísimo, lejano, ultraterreno, porque el Dios glorioso y bellísimo ha querido estar siempre con su pueblo. Si el pueblo va al exilio, la gloria de Dios va con él, si vuelve del exilio, esa gloria vuelve con el pueblo a Jerusalén. Precisamente cuando hablamos de vocación hablamos de un Dios que se mete en la historia y en nuestra historia, y que al mismo tiempo, al llamarnos, nos introduce en el mundo para llenarlo de su gloria.
El Evangelio (Jn 1, 43-51) nos habla de la vocación de una manera más encarnada todavía, en el rostro y la voz de Jesús. Vemos a Jesús pasando y llamando: “sígueme”. Cada uno de ustedes siéntase parte, colóquese en la escena y déjese llamar. Pero tiene un significado especial el llamado a Natanael, porque este joven se desarmó cuando Jesús le dijo: “Cuando estabas allá, debajo de la higuera, yo te veía”. Ese lugarcito, bajo la higuera, era el escondite de Natanael, su pequeño mundo donde se refugiaba y se sentía él mismo. Pero descubrió que allí donde él se escondía, lo encontraba y lo envolvía la mirada de amor de Jesús, su llamado. Era la mirada eterna de Dios, que nos creó con un plan que da un significado precioso a nuestra existencia, y esa mirada eterna se volvía cercana y personal en Jesús. Ese llamado de Jesús lo sacó de su mundillo, que no podía darle ninguna seguridad, y lo envió a dar la vida en la misión, cueste lo que cueste, vale la pena.
Catequistas, como me toca enviarlas/os en nombre de la Iglesia, quiero recordarles que la tarea primera y principal es el kerygma, es el primer anuncio que debe atravesarlo todo. Se tiene que notar que detrás de todo está el amor del Padre, el Cristo que se entregó por nosotros y que está vivo. Ayuden a los demás a reconocer ese amor y a encontrarse con Cristo vivo, a conversar con él, a sentirlo a su lado.
Si muchos, después de la catequesis, dejan la vida de la Iglesia, desaparecen, es porque no hemos logrado encender ese fuego, y ese es nuestro mayor fracaso. Por lo tanto, si no das alguno de los temas del programa, si hay alguna información que no transmitís, no es la muerte de nadie, pero si no lograr provocar esa experiencia que enciende el fuego todo lo demás es pura cáscara. No digo que tengamos que medirlo todo porque esa persona sigue yendo a Misa todos los domingos. Pero si terminada la catequesis alguna vez aparece en Misa, o cada tanto aparece en el templo a orar, o cada tanto busca ese Evangelio que guardó en un cajón, esos pequeños signos son suficientes para saber que dejaste la llamita encendida, ese es tu triunfo. No importa si ya se acuerda poco de todo lo que le enseñaste, encendiste la llama, y eso será tu mayor alegría.
Esta celebración es un reconocimiento al amor, y a la fidelidad del amor en los catequistas que han sido reconocidos como puntales en sus comunidades. Y al mismo tiempo es la respuesta de ustedes a un llamado de ternura de ese amor supremo de Jesús que ha querido que participaran del cuidado de su esposa amada, la Iglesia. Así sea.
Mons. Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata