Misa por Eva Perón a los 70 años de su muerte
FERNÁNDEZ, Víctor Manuel - Homilías - Homilía de monseñor Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata, en la misa por los 70 años de la muerte de Eva Perón (Parroquia San Francisco de Asís, La Plata, 25 de julio de 2022)
Ustedes saben que estamos en un lugar muy significativo. No es una pieza de museo o una lápida, es historia viva. Porque en este templo Eva se casó con el amor de su vida, con alguien que la promovió como ser humano y como mujer, con alguien que ella no sólo amaba sino que admiraba con toda el alma.
Era una unión que iba más allá de lo físico porque era una lucha codo a codo por los mismos sueños, con las mismas convicciones, con el fuego de los grandes ideales sociales. Algunos quieren mancillar ese amor con sospechas, pero no dejará de ser uno de los grandes amores de la historia.
Para ella, una mujer luchadora con una historia de abandono y de desprecios, casarse con Perón era la gloria. Y eso ocurrió aquí, en este preciso templo. Nosotros nos alegramos aquí donde ocurrió el “sí” de Evita. Creo que es el mejor lugar para recordarla al cumplirse los 70 años de su partida.
Digo “Evita”, porque ya saben cómo reaccionaba ella cuando le decían “la señora”. Llamarse “Evita” era para ella un modo de identificarse con los pequeños de la sociedad, los últimos, los privados de poder.
Hoy Evita trasciende un movimiento político y es patrimonio de la humanidad. Hay supuestas biografías, narraciones noveladas y muchos intentos de desmitificar su figura y ridiculizarla sutilmente, para hacerla caer como una más en el torbellino de la cancelación. Pero nadie puede destruir la fuerza simbólica de su figura. Porque ella habló de los pobres y los defendió desde abajo y desde adentro, desde el fondo de una historia personal que entendía lo que es estar en los márgenes de la sociedad.
Por eso cualquier logro personal de ella significaba un triunfo de los pobres que ella representaba. Nada era para ella, todo en definitiva era para los descamisados. De hecho ella misma repetía: “Yo nunca me dejé arrancar el alma que traje de la calle. Por eso no me encandiló el poder”.
Todo esto la ha convertido en un signo de la dignidad de cada persona humana. Ustedes conocerán muchos testimonios de gente que recibió alguna ayuda de Evita, pero muchos, muchos, han destacado que lo que Evita les dio fue más que eso: fue descubrir y valorar la propia dignidad: yo soy digno, yo soy digna, yo soy parte de la sociedad igual que los otros, yo valgo igual que los otros. No importa donde haya nacido, no importa el color de mi piel, nada me quita mi dignidad. Por eso yo también soy sujeto de derechos.
Es interesante ver cómo su fe cristiana la motivaba en esta dirección. Porque hay formas de vivir la fe que nos vuelven individualistas, elitistas o fanáticos. Y hay otras formas de vivir la fe que nos mueven a ser como Jesús, a estar cerca de los últimos y a valorarlos, a dar la vida. Esto era lo que ocurría en Evita.
De hecho ella se admiraba por lo que significa el Bautismo, y decía: miren lo que significa el bautismo para los pobres, que el último de los descamisados tiene la misma dignidad de hijo de Dios que el más poderoso de la tierra, sin diferencia alguna.
Evita vivía esta promoción de la dignidad humana con pasión, con unas convicciones tan hondas que se volvían fuego y entrega. Así lo expresaba ella misma:
“Dejé mis propios sueños en el camino por velar los sueños ajenos. Agoté mis propias fuerzas para reanimar las fuerzas de los hermanos vencidos”.
Eva Perón se anticipó a los tiempos cuando veía tres cosas:
La primera era que los pobres no pueden esperar, no se les puede pedir siempre que esperen las condiciones macroeconómicas adecuadas para que se produzca el derrame. Esa promesa y ese pedido de sacrificios ya se repitieron tantas veces, y mientras tanto a los pobres se les va la vida, se les pasan los años y nunca llega la vida digna que se les promete. La economía ya no es previsible. Cualquier movida internacional cambia de nuevo las condiciones y otra vez ellos tienen que esperar. Evita decía que un ser humano que tiene una corta vida no tiene margen para esperar.
Lo segundo era el valor del trabajo, los interlocutores de Evita eran los trabajadores, y para ella el sueño era un salario que permitiera a las familias vivir dignamente, pero con el sano orgullo de ganarlo con el propio trabajo.
Y el otro punto donde Evita se anticipó por lejos fue el de los derechos de las mujeres. En una época en que a las mujeres ni se las consideraba dignas para votar Evita decía: “¿cómo puede funcionar bien este mundo si está manejado sólo por machos?”.
Que en este día Evita nos estimule a recuperar los grandes sueños y a levantar alto las más hondas convicciones sociales. Que también nos enseñe a discutir con sinceridad como lo hacía ella, pero sabiendo discernir cuál es el punto hasta donde se puede llegar, hasta dónde se puede llegar sin terminar quemando las naves, hasta donde se puede llegar sin alentar una nueva catástrofe que acabe sepultando a los pobres, porque los poderosos siempre se salvan.
Pero vivamos con serena alegría esta memoria de Evita, porque nos libera de la superficialidad, de la comodidad, del vacío de los que sólo luchan por sí mismos.
Jesús dijo algo muy bello: “Vengan benditos de mi Padre… porque lo que hicieron al más pequeño de mis hermanos a mí me lo hicieron”. Si eso es verdad, si él tiene en cuenta cada gesto sincero hacia los pobres, entonces Evita tiene un tesoro en el cielo.
Mons. Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata
PD: El año próximo se celebrarán los 90 años de la muerte de otra figura muy significativa de la historia democrática de Argentina: Hipólito Irigoyen. Sería un buen signo que también lo tengamos presente.