Corpus Christi

BARBA, Gabriel Bernardo - Homilías - Homilía de monseñor Gabriel Bernardo Barba, obispo de San Luis, en la solemnidad del Corpus Christi (Iglesia catedral, 19 de junio de 2022)

"Lo que he recibido y a su vez les he transmitido es lo siguiente...", nos dice San Pablo en la segunda lectura de hoy.

La celebración de la última cena, momento final del camino de Jesús junto a los Apóstoles, preparaba la su entrega definitiva y total. En un espacio de intimidad y oración Jesús dejaba en sus manos el Memorial de su Pasión Salvadora y les encomendaba que eso mismo, lo repitieran en memoria suya. Allí nace la Eucaristía, en intimidad con el Señor y en umbrales de un tiempo y un camino difícil. El del mayor amor, el de la mayor entrega: el camino de la Cruz.

Y finalmente. el camino de la Vida y de la Resurrección.

San Pablo, recibe también el anuncio. El primer anuncio y lo hace propio y lo comunica. Por eso dice: les transmito lo que yo he recibido. San Pablo, el perseguidor de cristianos. San Pablo, el gran testigo y evangelizador que rompió las primeras fronteras para que el anuncio de la Buena Nueva, no se quede tan solo, en unos pocos.

La Eucaristía comienza siendo ese alimento que sostiene la tarea evangelizadora. Desde un principio es el alimento de los Apóstoles, de los Discípulos., de las primeras comunidades. Alimento de los mártires que los hace fuertes ante la debilidad de su humanidad y ante la grandeza del testimonio que estaban por dar. y que finalmente dieron.

Si no nos alimentamos morimos de inanición.

Nuestra fe, constantemente debe ser alimentada y sostenida. Para que no se seque como planta que no se riega.

Esta fiesta del Corpus nos reúne para hacer memoria del Memorial. Para hacer visible también por las calles de San Luis, nuestro profundo amor a esta presencia real de Cristo en la Eucaristía.

Deseo en esta celebración que renovemos como comunidad creyente este reconocimiento al Dios escondido en la hostia consagrada, renovemos nuestro amor hacia Él en su especialísima presencia Eucarística para que, reconociéndolo como alimento, esto mismo nos sirva para alimentar nuestra fe y para revitalizar eso mismo que han vivido desde un principio las comunidades apostólicas. El verdadero testimonio frente al mundo que tiene hambre de Dios y que, hasta quizá no se llegue a dar cuenta de su hambre y orfandad. A nosotros nos toca ser testigos y a Dios le toca llegar a los corazones para llevarlos a la conversión manifestada en una vida nueva. Esa es una tarea que solo toca al Espíritu. Y cada uno., desde su libertad., escuchar y responder.

San Luis nos necesita como testigos de una Iglesia viva que tiene a Dios en su corazón y sale al encuentro.

No nos alcanza simplemente con celebrar ritos, sino que estos ritos, deben estar en consonancia con la vida y con la historia para que no vacíen su contenido y no se desentiendan de la historia en la cual Dios se hizo hombre para redimirnos y transformar la vida de los hombres.

Muchas veces me pregunto que nos pasa a los católicos que podemos llegar a comulgar con asiduidad, pero ese amor de Jesús no llega a romper nuestra dureza de corazones, o a sacar pensamientos de odio. Muchas veces nos acostumbramos a una "no conversión", a un "todo sigue igual". A no construir desde la verdad.

Me pregunto... qué nos pasa.

No dejamos que la Eucaristía nos cambie y solo pensamos que deben cambiar los demás. Repito una frase que escuché hace tiempo y me sigue cuestionando., al respecto de esta línea de pensamiento., la frase dice lo siguiente: estamos empachados de Hostias y famélicos de Dios. Es fuerte. Es dura, pero., creo que muchas veces es real.

Estamos llamados a ser santos y a crecer en la Gracia. Pero esto supone un camino y una permanente conversión. Y para llegar a eso no bastan los solos ritos. Es necesario un saber ver e interpretar los signos de los tiempos y saber encontrar a Dios en la realidad, en la vida., en la historia.; decíamos el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia no es un cuerpo muerto. sino un cuerpo que tiene vida. Y tiene vida en nosotros que somos parte. Y Cristo la cabeza.

No existe la Eucaristía sin la Iglesia. La hace. y la alimenta. No es posible la Eucaristía sin el don y llamado del Orden Sagrado. Jesús eucarístico hace y sostiene a la Iglesia de la que somos parte.

El Espíritu Santo, en ella, nos sigue animando, susurrando y muchas veces también golpeando duro para que despertemos de esa parálisis que no nos permite navegar mar adentro, no solo de nuestros corazones, sino también de nuestras estructuras eclesiales.

Que vuelan a estar llenas de vida, si es que han perdido ese Espíritu, ese soplo que solo Dios puede dar.

Que esta fiesta del Corpus y esta procesión que haremos por las calles exprese ese caminar juntos en comunión tras los pasos de Cristo como una sola Iglesia que camina por San Luis y que ilumina esta realidad propia. Una Iglesia que se compromete a construir la unidad y no quedarse en su propia isla de confort o seguridad. Nos queda claro que la procesión Eucarística tiene un significado muy particular: acompañamos a Cristo en el inicio de su pasión. Luego de la última cena, Jesús es llevado ante Anás y luego Caifás y es condenado. Estamos junto a él acompañándolo en sus horas más terribles de condenación y muerte, para luego también, terminar con la Eucaristía celebrando la gloria de su Resurrección.

No tengamos miedo a las dificultades, porque Jesús nos acompaña y nos da seguridad: él mismo es "el pan de vida" (Jn 6, 35.48). Nos lo ha repetido: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Quien come de este pan, vivirá para siempre" (Jn 6, 51).

Quiero hacer presente en esta homilía aquellas inspiradas palabras de Santo Tomás de Aquino que nos ha dejado como rico tesoro.

El Adoro te devote:

Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A Ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte.

Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto; pero basta el oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios: nada es más verdadero que esta Palabra de verdad.

En la Cruz se escondía sólo la Divinidad, pero aquí se esconde también la Humanidad; sin embargo, creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido.

No veo las llagas como las vio Tomás pero confieso que eres mi Dios: haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere y que te ame.

¡Memorial de la muerte del Señor! Pan vivo que das vida al hombre: concede a mi alma que de Ti viva y que siempre saboree tu dulzura.

Señor Jesús, Pelícano bueno, límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero.

Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego, que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar tu rostro cara a cara, sea yo feliz viendo tu gloria. Amén.

Qué letras inspiradas que nos ayudan a acercarnos a tan grande Misterio.

Misterio de amor infinito. Misterio de amor sin límites.

Que llegar a recibirlo una vez más, nos inunde de su Gracia para que, aún sin comprenderlo desde nuestros sentidos..., nuestra fe pueda vibrar de tal manera que abra nuestros corazones para que finalmente su vida sea nuestra vida, su amor sea nuestro amor. Su luz ilumine nuestras acciones para que como Iglesia en San Luis, seamos testigos visibles y creíbles de que Dios nos amó hasta dar la vida y que nos sigue amando sin límites.

Te reconocemos Jesús en cada Eucaristía.

Te amamos y adoramos.

Te pedimos que nunca nos acostumbremos a tu presencia tan callada y tan sencilla, sino que, en ella, podamos admirarnos cada día de que tu Majestad está tan sencillamente a nuestro lado para ser nuestro alimento de vida y de fe.

¡Danos, Señor tener siempre hambre de Ti!

¡Danos, Señor la Gracia de nunca seguir de largo, cuando vos seguís saliendo a nuestro encuentro! en cada Eucaristía, en cada hermano que pones a nuestro lado.

María, mujer eucarística, maestra en la contemplación del rostro de Cristo, enséñanos a descubrir a Jesús en la eucaristía y así como lo presentaste en el templo, preséntanoslo también a nosotros para que podamos adorarlo en cuerpo alma y divinidad. Vivo, resucitado y en el estado de gloria. Amén.

¡ALABADO SEA EL SANTÍSMO SACRAMENTO DEL ALTAR!
¡SEA POR SIEMPRE BENDITO Y ALABADO JESÚS SACRAMENTADO!

Mons. Gabriel Bernardo Barba, obispo de San Luis