Misa Crismal
BARBA, Gabriel Bernardo - Homilías - Homilía de monseñor Gabriel Bernardo Barba, obispo de San Luis, durante la Misa Crismal (13 de abril de 2022)
Queridos hermanos sacerdotes ¡FELIZ DÍA…! Siempre repetiré lo mismo, es hoy un día de gozo, por lo que significa y por el reencuentro. Desde afuera, es difícil comprender la alegría que se siente cuando nos reencontramos como presbiterio. Es una fiesta. Es una familia que se reencuentra… con todo lo que significa “ser familia”, donde no todo es color de rosa. Y aún, así repito, es una gran alegría el reencuentro. Rezaremos juntos en la Misa Crismal. Todos juntos. A imagen de lo que debe ser nuestra vida cotidiana. Unidos en comunión, aunque distantes en kilómetros. Unidos en Cristo. Unidos en la oración. Y ojalá también podamos decir algún día con autoridad: UNIDOS EN EL AMOR. El amor de Dios hacia nuestra persona, en la elección como sacerdotes es el motor primero para la unción recibida, significada visiblemente en nuestras manos y que hoy venimos a renovar en nuestras promesas sacerdotales. Ese amor es el fuego que no puede ni debe apagarse. Ese es el fuego que tenemos que cuidar para que no pierda su fuerza, iluminadora: ¡nos debe quemar…!
Recuerdo las palabras de Pedro: “Hermanos, pongan más empeño todavía en consolidar su vocación y elección. Si hacen así… jamás tropezarán” (2Pe 1,10-11). En la homilía de la Ordenación del P. Fernando Obredor, les decía que la Iglesia de San Luis, necesita de sacerdotes sanos: “El sacerdocio si se vive en forma aislada y como un proyecto personal, deja de ser el al llamado recibido para ser solamente el a proyectos individualistas. Y muchas veces no evangélicos. Nuestra Diócesis necesita de sacerdotes llenos de vida…, sanos…, alegres…, auténticos, que vivan en la verdad, que sean servidores...” Hoy repito nuevamente esto…; debemos cuidarnos. Debemos cuidar nuestra vocación recibida.
El Evangelio de hoy nos recuerda que Jesús está bajo la guía del mismo Espíritu. Es ungido y enviado. Y nuestro sacerdocio solo se sostiene y alimenta desde Él. Por eso mismo podemos reconocernos ungidos y enviados… por Cristo y en Cristo. Por esa misma razón, decimos con fuerza y con fe, al momento de la consagración: Esto es mi cuerpo…, esta es mi sangre. Estas palabras las pronunciamos, “in persona Christi”, en nombre de Cristo. “En primera persona”, es decir, en mí nombre. Al tener a Jesús en tus manos en la sagrada forma NO decimos: “Este es el Cuerpo de Jesús, esta es su Sangre”. Repito: “Este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre”. Por esa misma razón, no debemos limitamos a celebrar la Eucaristía, debemos “ser Eucaristía con Jesús”. Ser sacerdote es también ser ofrenda que entrega. Ser pan que alimenta. La cercanía con lo Sagrado, cosa habitual en nuestra vida, muchas veces hace enfriar la pasión y admiración ante el Misterio. Y es fácil caer en ello…, por eso no debemos dejar jamás de orar y llevar a la oración nuestra vida y misterio. Y la vida de la gente que nos ha sido confiada. Otro peligro es caer en la tentación de sentirnos importantes y por encima de otros. Ninguno está exento. Cuantas veces nos sabemos maestros, pero olivamos de ser discípulos…
Cuantas veces imponemos nuestra autoridad frente a conflictos cotidianos y hasta pequeños… olvidándonos de ser Diáconos, es decir, servidores. Hoy, caminamos un rico tiempo eclesial donde se nos invita a mirarnos hacia adentro desde la “escucha”. A ello le ponemos el nombre de Camino Sinodal. Camino que estamos transitando en nuestra Diócesis, cumpliendo con el mandato de la Iglesia Universal desarrollándolo en fase Diocesana. Como Diócesis estamos haciendo un trabajo MUY IMPORTANTE que no solo será para entregar en ámbitos superiores… sino que nos quedará como trabajo base para profundizar nuestro discernimiento del camino evangelizador que es necesario hoy para nuestra Iglesia Particular de San Luis. Reconozco que muchas comunidades han entendido la consigna y con entusiasmo la siguieron y la siguen, como así también, reconozco que muchos ni se han enterado aún porque no han tenido quien les haga llegar esa consigna de trabajo. Para ello es necesario abrir el corazón para superar los prejuicios que nos impiden reconocer en este pedido de nuestro mismo Papa Francisco, una conversión eclesial y en la escucha de la gente… escuchar al Espíritu que no sabemos bien hasta dónde nos puede llevar. Sin duda un camino abierto a Él.
Como repetidas veces venimos oyendo, no solo viviremos este tiempo sinodal como una acción concreta y específica, sino que estamos invitados a renovar nuestras estructuras eclesiales en “CLAVE SINODAL”. No es ni una moda ni un antojo del Santo Padre. Dejémonos llevar por los tiempos del Espíritu que nos llama a una conversión eclesial. Es difícil salir del estado de confort eclesial que nos da seguridad y del cual, ya sabemos sus límites: iglesias cerradas…, vacías…, pastoral en manos de unos pocos que dicen lo que hay que hacer y matan la vida de la creatividad y de la innovación. Evangelización que no nos lleva a la conversión ni anima a otros a seguir a Cristo con alegría. Pastorales sin protagonismo. Esta conversión pastoral se tiene que hacer visible en acciones concretas y reales. La vida de la Iglesia no solo se manifiesta en la liturgia, que tanto necesita animarse y renovarse, sino también en la inserción del evangelio en lo concreto de la vida de las personas, en las familias y en la estructura de la sociedad. En la política, en la economía. Es decir, en la construcción y crecimiento del Reino de Dios. En esto somos una pieza clave, cada uno de nosotros como parte motora de esta conversión eclesial. Peligroso es creer saberlo todo claramente. Es un error pensar que nadie me tiene que decir qué hacer…; estos son pensamientos que nunca los diremos, pero que fácilmente los desarrollamos. Quizá erróneamente parados en nuestros estudios académicos y en nuestra experiencia como sacerdotes.
La evangelización debe ser viva y la debemos vivir creativamente junto a todo el Pueblo de Dios. Todos protagonistas activos. Escuchar… escuchar… escuchar…, será para nosotros una real y necesaria opción para darle vida nueva a la Iglesia de San Luis. Este es un tiempo propicio. Único e irrepetible. Pero no se dará si no damos pasos concretos. Que se vean, que se puedan evaluar. La famosa frase: “siempre se hizo así” está demasiado encarnada en nuestros corazones y especialmente en nuestras comunidades. ¡Cómo nos cuesta cambiar…! Cómo nos cuesta de verdad…, abrirnos al Espíritu. Nos paraliza muchas veces el miedo a cambiar. Aceptar la inseguridad de lo que no conozco y que implica hacer un paso a un costado para caminar juntos. Este Cristo que nos enamora y que nos amó hasta el final. Este Cristo que nos hace sacerdotes nos llama a seguirlo vitalmente como Iglesia. Un Iglesia que no se anquilosa solo se dará la vida nueva, si estamos abiertos al cambio, al compartir. Si nos quedamos, nos estancamos. Si nos aislamos nos morimos.
Al clero de San Luis, aquí, todos juntos, los invito a renovar este Sí a Jesús, con fuerza y esperanza. Un sí que encarna en la propia vida de la Iglesia bajo la guía de sus pastores. Hoy, como siempre, bajo el cayado de Pedro. Bajo la guía de Francisco que nos ilumina con su Magisterio. Ya el año pasado les decía de la importancia de amarnos. Y hoy, les repito lo mismo… Sigue siendo necesario este camino, el del amor entre nosotros, como base propicia para una predicación que tenga autoridad. Amor que debe verse reflejado también, en acciones concretas. Ese amor, esa amistad, ese respeto, se puede enfriar con el paso del tiempo y el mal espíritu puede ir entreverándose en nuestras relaciones hasta dejar de ser fraternas. La falta de amor nos des-humaniza. Y sin duda, cuanto más humanos… mejores sacerdotes seremos. Cuando se enfría nuestra humanidad… terminamos presentando a nuestros fieles, leyes para cumplir o leyes que nos marcan solo el error y no caminos que nos lleven al encuentro y a la Gracia. A la alegría de ser cristianos.
Este amor debe ser visible para nuestros fieles. Si ellos no pueden visualizarlo es porque no se da. Y en ese caso, les pido a todos los fieles, tengan la valentía y el compromiso de decirnos abiertamente cómo nos ven, cómo estamos… y si nos ven en caminos equivocados, por favor con dejen de decírnoslo, por supuesto, siempre con caridad. No me extiendo más… Quiero renovar junto a ustedes este compromiso de ser servidores. Este compromiso de romper muros entre nosotros y de tender puentes cimentados en el verdadero amor. Pido a Dios que tengamos el fervor de los primeros misioneros de estas tierras que no temieron ni a las guerras, ni distancias, ni sequías. Que supieron sembrar la fe cristiana que aún hoy, siglos después sigue firme y vigente reflejada en la fe del pueblo sencillo. Permítanme hacerles escuchar un audio con la voz de un sacerdote que décadas atrás vivió su ministerio sacerdotal por la Villa de Merlo, dando un el testimonio de vida y entrega. Me refiero al P. Pablo Tissera, a quien hoy quiero hacer presente en esta Misa Crismal, como memoria agradecida y como testimonio a ser imitado en sus numerosas virtudes. Especialmente por su cercanía y amor a los más pobres. Pido a Dios que nos permita acercarnos a los jóvenes. Llegar a su corazón y a sus inquietudes, que podamos darles, frente a un mundo tan cargado de vanas luces e ilusiones, verdaderos valores de vida y Evangelio. A veces siento que estamos demasiado distantes a ellos y no entendemos nuestros mutuos idiomas y cultura.
Pido a María, nuestra tierna Madre, la Virgen del Trono, que nos ampare y que, así como bendice nuestros campos con la lluvia, bendiga también nuestros corazones haciéndonos valientes hijos, que sigamos su propio ejemplo de responder al llamado de Dios, venciendo miedo y lanzándonos a la maravilla de lo que Dios dispondrá para nosotros y nuestra Iglesia, más allá de lo que nuestros ojos puedan ver e imaginar. Cuando vuelvan a sus parroquias en cada celebración de la Eucaristía sientan que seguimos sentados en la misma mesa del Altar, y nos alimentamos para que juntos salgamos a la Misión.
Mons. Gabriel Bernardo Barba, obispo de San Luis