Consagración de las candidatas al Orden de las Vírgenes

STANOVNIK, Andrés - Homilías - Homilía de monseñor Andrés Stanovnik OFMCap, arzobispo de Corrientes en la misa de consagración de las candidatas al Orden de las Vírgenes (Corrientes, 4 de diciembre de 2021)

Nos hemos reunido en torno a la Mesa del Altar para celebrar la Eucaristía y, durante la misma, ser testigos de la consagración de Gabriela, Evelin y Cecilia, en el Orden de las Vírgenes. Probablemente nos llame la atención que tres mujeres jóvenes hayan decidido consagrar su vida a Dios “de por vida”, es decir, para siempre. Lo menos que podemos decir es que la decisión que tomaron es extraña y para nada común. Aún más, alguien podría calificarla antinatural, porque lo corriente es que se casen o que decidan vivir solteras, como lo hacen algunas para no asumir compromisos que las ate a alguien. Y, sin embargo, delante de nuestros ojos tenemos un espectáculo diferente, una realidad que se mantiene vigente hace ya más de veinte siglos.

¿Qué motivó a estas candidatas a tomar una decisión así? ¿Y por qué la Iglesia se alegra y celebra la consagración virginal? Recordemos de paso que es la misma alegría que siente la Iglesia ante la celebración del sacramento del matrimonio. Ambas vocaciones son un llamado a vivir la vocación bautismal, no se contradicen entre ellas, sino que se complementan una a la otra, y las dos son expresión del amor gratuito de Dios. Fuera de ese amor, el ser humano no encuentra verdadero sentido a su vida, ni alcanza a colmar el profundo anhelo de felicidad que habita en su corazón. Y más en concreto, tanto la mujer como el varón, todos sin excepción, están llamados madurar la maternidad y paternidad para crecer en el amor, ser felices ellos y hacer felices a otros.

En efecto, ante el maravilloso misterio de la muerte y resurrección de Jesús, signo elocuente del amor de Dios por sus criaturas llevado al extremo de dar la vida, la respuesta no puede ser otra que dar la vida toda entera. Así lo han hecho muchas mujeres durante los primeros años del cristianismo y continuaron luego con algunas variaciones, hasta que se retomó esta forma de consagración con un nuevo impulso en las últimas décadas. Solo en Argentina son más de tres mil mujeres que se propusieron seguir a Cristo con más libertad e imitarlo más de cerca, haciendo suya esa profunda experiencia por la que pueden decir: "Yo pertenezco a mi Amado y Él es todo para mí". Así, ellas, con amor esponsal se dedican al Señor Jesús en virginidad, y ese amor las hace fecundas para la Iglesia y para el mundo.

El drama que consume y humilla a los seres humanos desde los orígenes es no poder construir vínculos estables, pacíficos y fecundos entre ellos. Ese profundo anhelo de amar y ser amado fracasa una y otra vez, sea en los vínculos interpersonales, sea en la convivencia social. El misterio del mal nos pasa factura a cada rato, mediante el engaño y la confusión de pretender que esos anhelos se satisfagan por el camino equivocado de buscar la propia felicidad o el bienestar excluyente del grupo al que se pertenece. La mujer que consagra toda su vida a Jesús, el Amado, es una señal potente para advertirnos que los vínculos humanos se sanan, fortalecen y duran en el tiempo si se van arraigando cada vez más en Dios. Jesús, resucitado y vivo entre nosotros es el fundamento seguro para sostener el amor virginal, el amor de la pareja humana, y el amor que se expresa de muchas maneras en la convivencia social.

La Eucaristía es la celebración del Amor de Dios. Es la fiesta de los que apuestan a creer que la fuerza del amor de Dios libera de la muerte y del mal, del odio y de la venganza. Es el regocijo de aquellos que experimentaron la sanación de sus vínculos con Dios y con los demás. Es el banquete de los que se reencuentran y saben que Dios los acompaña y se alegra con ellos esperando que llegue pronto la plenitud el amor que los reúne. Y lo más importante: a Dios se lo puede ver, oír y tocar, porque es verdadero el testimonio del Apóstol San Juan: lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos tocado con nuestras manos… (cf. 1Jn 1,1). La promesa que escuchamos en primera lectura del profeta (cf. Ba 5,1-9) es un llamado a estar preparados a la venida del Señor, que vamos a celebrar en la Navidad. Esa venida nos asegura su presencia real entre nosotros y, además, nos anuncia que está dispuesto a remover los obstáculos que impiden nuestro encuentro con Él (cf. Lc 3,1-6). Cómo no exultar de gozo con las palabras que repetíamos en las estrofas del Salmo: “¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros!”.

Así es, todo es obra del Señor que nos llama unirnos a Él para participar de la plenitud de su amor. A ustedes, queridas hijas y hermanas, las llamó el Señor Jesús para unirlas más estrechamente a sí y consagrarlas al servicio de la Iglesia y de todos los hombres. Esa unión esponsal, misteriosa y real, está significada en el anillo y la lámpara que van a recibir, símbolo de la alianza que están llamadas a guardar con fidelidad a su Esposo y del amor que se consume por Él y por los demás, en la feliz esperanza de ser admitidas en el gozo de las nupcias eternas. La alianza, signo de esa íntima unión con el Esposo, les recordará que deben pasar tiempos prolongados con él en oración, para que de esos encuentros salgan fortalecidas y generosamente dedicadas servicio a la Iglesia con un corazón sensible a las necesidades de los más necesitados, tanto de los que tienen hambre de Dios, como de los que carecen de lo necesario para vivir dignamente. Tanto el amor virginal como el esponsal, cuando es auténtico, siempre es fecundo y misionero.

Mientras nos preparamos para el rito de la consagración, nos encomendamos a sus oraciones y ustedes cuenten con las nuestras. Y que nuestra Tierna Madre de Itatí les enseñe a ser esposas fieles y madres espirituales, las consuele y sostenga en las adversidades, y les conceda vivir con alegría y generosa entrega su consagración, siguiendo a Cristo Esposo donde quiera que vaya. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap, arzobispo de Corrientes