60 años de la diócesis de San Francisco

ÑÁÑEZ, Carlos José - Homilías - Homilía de monseñor Carlos J. Ñañez, arzobispo de Córdoba, con motivo de los 60 años de la diócesis de San Francisco (Catedral San Francisco de Asís, 4 de octubre de 2021)

Queridos hermanos:

Saludo cordialmente a todos los presentes en esta Iglesia Catedral y a todos los que a través de las redes se unen a esta celebración.

Es una alegría para mi estar hoy en esta ciudad de San Francisco. Agradezco de corazón a Mons. Sergio Buenanueva su invitación para presidir esta Eucaristía. Es un gesto de comunión entre nuestras iglesias diocesanas y entre nosotros los obispos, como miembros de un único colegio que preside el sucesor del apóstol san Pedro, el Papa.

Festejamos un aniversario significativo: lo sesenta años de la creación de esta diócesis. Se trata de lo que podríamos llamar una cifra “redonda”, la conclusión de una década, que la encamina hacia la celebración de sus bodas de diamante cuando cumpla los setenta y cinco años de existencia.

El Papa san Juan Pablo II señalaba que los aniversarios significativos constituían una ocasión de gracia para las personas y para las instituciones. Al decir ocasión de gracia quería destacar una cercanía y un favor especial de parte de Dios para quien o quienes celebran ese aniversario.

El Papa señalaba, además, que ese acontecimiento era una oportunidad para volver “a la inspiración inicial”.

En una diócesis, la inspiración inicial no es otra sino el propósito de anunciar el evangelio a todos, invitando a los interlocutores a una adhesión personal al Señor Jesús, en el seno de una comunidad. Adhesión que alcanza su culmen en la celebración y en la participación de la Eucaristía.

El encargo del Señor a sus discípulos, después de su resurrección, es sumamente claro: “Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado (Mt 28, 19-20).

La enseñanza del Concilio Vaticano II, por su parte, nos recuerda que: “la diócesis es una porción del pueblo de Dios que se confía a un obispo para que la apaciente con la cooperación del presbiterio, de forma que, unida a su pastor y reunida por él en el Espíritu Santo por el Evangelio y la Eucaristía, constituye una iglesia particular, en la que verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo, que es una, santa, católica y apostólica” (Ch. D. 11).

Este es el desafío para la Iglesia de Jesucristo que peregrina en San Francisco: llevar a todos la buena noticia de Jesús, comunicar su vida abundante. Un desafío que la compromete, pero en cuya realización se tiene que sentir permanentemente acompañada y asistida por el Señor que prometió estar: “Yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20), aseguraba el Señor a sus apóstoles y en ellos, a su Iglesia.

El esfuerzo por caminar “en sinodalidad”, es decir, por caminar y trabajar juntos, que esta Iglesia está transitando la coloca en disposición para afrontar ese desafío en las mejores condiciones. La sinodalidad es, en efecto, lo que el Señor espera de su Iglesia en el siglo XXI, tal como nos dice el Papa Francisco.

Esta comunidad diocesana tiene un matiz particular señalado por el patrono de la ciudad en la que está la sede episcopal: san Francisco de Asís. Podemos, entonces, hablar de una “inspiración franciscana” en esta Iglesia local.

San Francisco estuvo cautivado por el acontecimiento del pesebre y su mensaje de sencillez, de humildad, de “minoridad”, como dicen sus hermanos y seguidores.

No es otro el mensaje que trasunta el evangelio que acabamos de escuchar: la alabanza de Jesús al designio paterno de privilegiar en su revelación a los pequeños, a los humildes.

San Francisco estuvo también como “atrapado” por el acontecimiento del Calvario, la crucifixión del Señor. Otro Francisco, santo como el de Asís y doctor de la Iglesia: San Francisco de Sales, decía que el calvario era el lugar de los verdaderos amadores de Dios (cfr. TAD 12, 13).

San Pablo, por su parte, se gloría de llevar las señales de la cruz de Cristo, señales que San Francisco de Asís llevaba en sus estigmas.

El Santo Padre en la homilía la Misa del inicio de su servicio como sucesor del apóstol san Pedro, el 19 de marzo de 2013, manifestó su preocupación por el cuidado de la creación. Años después nos ofreció la encíclica “Laudato Si”, sobre el cuidado de la casa común.

Dirigida a todos los creyentes y a todas las personas de buena voluntad, esta encíclica ha tenido honda repercusión en el mundo entero, incluso entre quienes no comparten la fe cristiana o no adhieren a ninguna creencia en particular.

Seguramente ha tenido y tiene también una resonancia especial en esta diócesis caracterizada por las actividades del campo, en la agricultura y la ganadería, y por las industrias vinculadas a dichas actividades agropecuarias.

La enseñanza del Papa en su encíclica constituye una invitación a desarrollar una “ecología integral” que cuide la sustentabilidad del medio ambiente y que posibilite sobre todo condiciones de vida digna y saludable para todos.

He aquí un desafío particular para esta diócesis: dar cabida a las recomendaciones del Santo Padre, como testimonio de una sincera adhesión al evangelio, que promueve siempre una vida cada vez más digna para todos.

La experiencia de la pandemia que atravesamos ha provocado dolor y sufrimiento, ante todo por la pérdida de seres queridos a los que no se pudo acompañar ni despedir, por los que, incluso, no se pudo hacer duelo; también por los enfermos que sufrieron el contagio del virus y que vieron en peligro su vida.

El aislamiento que las medidas sanitarias impusieron a todos, favorecieron en algunas oportunidades actitudes individualistas, un “sálvese quien pueda”, e incluso dieron lugar a expresiones de lamentable egoísmo.

Pero también tenemos que destacar los magníficos ejemplos de solidaridad y de verdadera caridad hecha entrega y servicio de muchas personas, particularmente entre los agentes sanitarios, médicos, enfermeros, auxiliares de la medicina y personal de los hospitales y sanatorios, que incluso arriesgaron sus vidas para combatir la enfermedad y aliviar los dolores y sufrimientos, así como también los encargados de otros servicios indispensables para la vida de las personas en la sociedad.

Las circunstancias dramáticas mencionadas y las actitudes positivas destacadas constituyen una invitación apremiante a la fraternidad.

Interpretando este signo de los tiempos, el Santo Padre nos ofreció durante la pandemia una nueva encíclica: la que lleva por título “Fratelli tutti”, sobre la fraternidad y la amistad social.

Los títulos en italiano de las dos encíclicas que hemos mencionado son una referencia innegable a San Francisco de Asís, quien cultivaba una admiración enorme ante la obra creadora de Dios, que lo motivó a componer el “Cántico de las creaturas”, y su aprecio por la experiencia de la fraternidad que marcó su existencia y su vida en común: “El Señor me dio hermanos…”, decía el santo.

También la encíclica “Fratelli tutti” puede tener una especial resonancia en esta diócesis, invitándola a cultivar una verdadera amistad social, superando diferencias de origen e integrando las características y cualidades de cada grupo. Hablando sencillamente, las particularidades de los “gringos” y las de los “criollos”, y así soñar e ir concretando una Patria de hermanos, saliendo juntos y mejores de esta pandemia que nos preocupa y que nos hace sufrir a todos.

Cultivar la fraternidad y la amistad social puede ser también un testimonio y un servicio que la comunidad eclesial ofrezca con sencillez, pero también con convicción y coherencia, a nuestra sociedad argentina atravesada por tantos enfrentamientos que provocan sucesivas frustraciones y un increíble desaprovechamiento de oportunidades para crecer y ofrecer mejores condiciones de vida para todos los ciudadanos.

Animémonos entonces a recorrer estos caminos, sugeridos por el Papa en sus enseñanzas. Así seremos de veras consecuentes con la inspiración “franciscana” de esta Iglesia local.

Por otra parte, y en consonancia con la inspiración inicial de la creación de la diócesis, animémonos también a llevar con alegría y convicción la buena noticia del evangelio que promueve siempre una vida más humana y más digna para todos. Como en su momento lo hizo también San José Gabriel Brochero en Traslasierra, dejándonos un ejemplo admirable cuyos efectos benéficos perduran hasta el día de hoy.

La Iglesia que peregrina en San Francisco tiene como Patrona a la Santísima Virgen María en su advocación de “Nuestra Señora de Fátima”. Dicha advocación dice relación a una manifestación de la Madre de Jesús en un momento dramático para la humanidad durante “la gran guerra”, es decir, la primera guerra mundial, a la que el Papa Benedicto XV calificó como “una inútil carnicería”.

El mensaje de María fue de consuelo y de invitación a una renovación interior, a una conversión sincera. Una invitación a ser hombres y mujeres “nuevos” para forjar una humanidad “nueva”, una humanidad que asuma el yugo del Señor que es liviano, llevadero, como Él mismo nos acaba de decir. Un yugo que da la verdadera libertad y la alegría que no miente. Libertad y alegría son las semillas de la auténtica felicidad a la que estamos llamados y que finalmente será plena junto a Dios y a nuestros seres queridos y hermanos todos.

Que el Señor, por la intercesión de Nuestra Señora de Fátima, de San Francisco de Asís y de San José Gabriel Brochero, se lo conceda a esta porción de la Iglesia y que ella pueda compartirlo con las demás Iglesias hermanas de Córdoba y de nuestro país.

Que así sea.

Mons. Carlos J. Ñañez, arzobispo de Córdoba