Esperanza y magnanimidad
TORRADO MOSCONI, Ariel Edgardo - Homilías - Homilía de monseñor Ariel Torrado Mosconi, obispo de Nueve de Julio, en el aniversario de la Revolución de Mayo (Iglesia catedral, 25 de mayo de 2021)
(Ap 21, 1-5a; Sal 103; Mt 25,31-46)
Reunidos para conmemorar el aniversario de la “Revolución de mayo y el primer gobierno patrio”, cabe comenzar recordando el sentido de esta oración denominada corrientemente “Te Deum”. El nombre proviene de las primeras palabras de un antiguo himno litúrgico que la Iglesia y los pueblos entonan o recitan como acción de gracias reconociendo la acción amorosa de Dios en el mundo, la historia y la propia existencia personal y social. Subrayo este aspecto del momento de oración del cual estamos participando porque, en su significación más genuina, es una llamada a reconocer cuanto existe de bueno, sano y luminoso en la realidad, aún en medio de males, sufrimientos y sombras. Hoy le damos gracias a Dios porque nos permite reiniciarnos, comenzar de nuevo a construir una patria más justa y fraterna.
Si en algo coincide la mayoría de la sociedad, es en que estamos atravesando una crisis de proporciones tan inéditas como inciertas serán sus consecuencias. La pandemia de coronavirus ha sumergido a nuestras sociedades en un clima de angustia y desesperanza grave y hondo. Y es aquí donde debemos caer en la cuenta que una crisis es, al mismo tiempo, una oportunidad para recomenzar y salir adelante. En toda crisis se difuminan las certezas, se desmoronan las seguridades y la desintegración suele ser más que una amenaza. Esto que decimos generalizando, tiene rostros, nombres y números reales y concretos: son personas que sufren, fuentes de trabajo que faltan, empresas y comercios que cierran, los agentes y el sistema sanitario cercanos al colapso, niños y adolescentes sin posibilidad de educación, nuestros mayores desolados y atemorizados, y lo peor, tantas personas que enferman y mueren. A todo esto, se agrega el auténtico “bombardeo” de pretendidos análisis, sondeos, estadísticas e informes que no hacen más que exacerbar el mal humor social o agudizar la desconfianza y el temor.
Así y todo, esta auténtica crisis bien puede ser ocasión -como dije- para recomenzar y resurgir. Al emprender un camino de recomposición y renovación, un primer paso debe ser la toma de conciencia Evitar todo negacionismo y ver con objetividad y realismo la crisis que estamos viviendo. Otro paso indispensable es un diálogo honesto y franco para lograr consensos y acuerdos positivos y constructivos ¡No podemos seguir hablando de “dialogar” y luego ahondar traicioneramente las divisiones y potenciar conflictos para obtener ventajas y rédito! Y, un tercer momento, motivo y generador de otras tantas actitudes y conductas rectas, positivas y benéficas, será dar el paso hacia la magnanimidad. Sin grandeza, desinterés, responsabilidad y generosidad en todos los ámbitos del obrar no vamos a estar a la altura de las circunstancias, ni habrá superación o resurgimiento posible. La palabra puede parecernos altisonante, nos “queda grande”, pero de los grandes problemas sólo se sale con la grandeza de corazón. Esta “grandeza de alma” nos mueve a salir de nuestro egoísmo personal y sectorial para orientarnos al bien común y sumar nuestro “grano de arena” en tanto integrantes de una comunidad.
La nación ha podido superar sus momentos críticos por el aporte heroico de todo un pueblo animados por los hombres y mujeres que un día tuvieron la audacia de trabajar abnegadamente por el bien común. La misma iglesia, en su experiencia milenaria, tiene la certeza que las crisis solo se superan con el surgimiento de los santos, que volviendo a la frescura del evangelio, entregan su vida con generosidad y abnegación por Dios y sus hermanos. Pero esta superación de la crisis no se logra por un mero voluntarismo sino por una mística que anima la entrega.
Sólo saldremos adelante desde una conciencia clara de ser parte de una misma familia, de una misma comunidad nacional, de una patria de hermanos. Este llamado a “cuidarnos mutuamente” -tan repetido en estos tiempos- debe ampliarse y extenderse a todos los aspectos de la persona y ámbitos de la sociedad.
Este cuidado no se trata sólo de la salud física sino del cuidado integral de las personas. Por eso deseo concluir poniendo de manifiesto y subrayando enérgicamente la importancia de la dimensión espiritual y de la fe religiosa para la persona y la sociedad. La práctica religiosa es esencial en estos tiempos de pandemia. Ante tanta desesperanza, somos reconfortados, sostenidos e impulsados por la experiencia, vivencia y manifestación de la fe. En ella se inspiran y de allí toman fuerzas tanto personas como proyectos e iniciativas orientados y dedicados a luchar contra la pandemia, sus efectos y consecuencias. No se puede tener la magnanimidad que hace falta para la reconstrucción nacional sin una mística que la inspire y sostenga.
La comunidad católica nuevejuliense se une y se suma decidida y gustosamente a las personas de buena voluntad y a las organizaciones tanto gubernamentales como del tercer sector que trabajan honestamente para afrontar esta situación.
Al invocar la ayuda del Dios vivo y verdadero, fuente de toda razón y justicia, pidamos y supliquemos confiadamente que aliente nuestra esperanza y nos anime a dar el salto a la grandeza de alma que esta hora reclama. Así sea.
Mons. Ariel Torrado Mosconi, obispo de Santo Domingo en Nueve de Julio