Ordenación diaconal 2009

ARANCIBIA, José María - Homilías - Homilía de monseñor José María Arancibia, arzobispo de Mendoza, en la misa de ordenación de siete diáconos (17 de agosto de 2009)

2 Cor 4,12.5-6; Ps 22; Mt 20,25-28

1. Siete varones creyentes y llenos del Espíritu
Esta frase del libro de los Hechos (6,1-7) se consideraba referida a la institución de los primeros diáconos. Me complace recordarla hoy aquí, al convocar como obispo de la Iglesia en Mendoza a otros siete varones para el ministerio diaconal. Estoy seguro que ellos han respondido a este llamado, movidos por la fe y la gracia del Espíritu Santo. Aun cuando en este momento, sienten seguramente en su corazón cierta debilidad y temor. Es propio de la reverencia que nos merecen los dones maravillosos de la gracia divina. La situación de la primera Iglesia era diferente a la nuestra. Pero es interesante destacar algunos aspectos comunes, que mueven a la oración y a la confianza. Aquellos hombres fueron elegidos y recibieron la imposición de manos, porque: hacia falta dedicar más tiempo y energía a la predicación y a la oración; porque los pobres no eran atendidos como se esperaba.

Esta diócesis, que se alegra de cumplir sus primeros 75 años, ha sentido el soplo del Espíritu que la anima desde dentro: a valorar el tesoro de la fe en Jesucristo, y a llevar la Buena Noticia del Evangelio a cuantos no lo conocen, o no tienen aún la convicción para vivirlo. Quiere profundizar la experiencia de haber conocido a Jesús, a fin de ofrecer a todos la vida que Él ha traído al mundo, y así crecer en la comunión del amor verdadero. Además, nos duele profundamente la situación grave de pobreza. En nuestro proyecto pastoral hemos reconocido un deterioro social de precio muy alto, y recogimos algunos indicadores.

La fe cristiana impulsa de veras una tarea de promoción humana, pero no en cuanto es debido y necesario (cf PDP pág 52-53). Nos alegramos entonces de tener nuevos servidores de la Palabra y de los pobres. Sus corazones serán consagrados por el Espíritu con la imposición de manos, para infundir en ellos los dones que la misión requiere. Esa es nuestra esperanza cierta. Volviendo al libro de los Hechos, es alentador leer que después de aquella ordenación: "... la Palabra de Dios se extendía cada vez más, el número de discípulos aumentaba considerablemente ..." (Hech 6,7). Aunque en el mismo capitulo se narra la persecución y muerte de Esteban, que fue en primer diácono mártir de la Iglesia naciente. Entre los dones que imploramos entonces para nuestros servidores del Evangelio, pediremos la valentía, la paciencia y la perseverancia.

2. Servidores de corazón transformado por la gracia
Los mismos ordenandos han elegido el pasaje del Evangelio que fue proclamado. Es la enseñanza de Jesús sobre el servicio, que en contraste con los criterios del mundo, se convierte en camino seguro para llegar a ser grande, y para tener la primacía entre muchos. Una lección bien conocida y hasta repetida, que en realidad aprendemos poco a poco, y sólo conseguimos alcanzar con la gracia de Dios. Me resulta interesante ubicar esta enseñanza de Jesús en su contexto. Dos discípulos acababan de pedirle ocupar un lugar importante en su reino. Ambición entendible en su concepción de un Mesías político. Pero Jesús había anunciado ya por tres veces que debía pasar por la pasión y la muerte. Tuvo que decirles que no entendían lo que pedían. Y les hizo prometer que compartirían libremente su cáliz. Aunque sabemos por el mismo Evangelio, que pudieron acompañar al Señor, recién después de haber sido perdonados y sanados de su cobardía y traición. En el pasaje siguiente del Evangelio, Jesús sana a dos ciegos que le ruegan con insistencia un milagro. En la lectura meditada del texto, se interpreta que los dos ciegos representan de algún modo a los dos discípulos que querían un lugar destacado. Ahora, sin embargo, no tienen esas pretensiones, sino piden con insistencia ser curados y poder ver. Sólo entonces podrán seguirle y servirlo como se lee en el último versículo del relato. Estoy seguro que al acompañar a estos nuevos diáconos, todos deseamos y esperamos que tengan como modelo de servicio al mismo Jesús, y no pretendan más que imitarle. Por eso a la luz de la Palabra meditada, pedimos para ellos una sanación interior, que les permita conocer el proyecto de Dios sobre las personas y comunidades, y así prestar su servicio a la manera del Señor. El obispo Policarpo escribía en el siglo II: los diáconos "caminen conforme a la verdad del Señor, que se hizo diácono de todos" (Ep. 5,3)

3. El testimonio de san Pablo anima y consuela
La primera lectura nos ha ofrecido el testimonio de Pablo, que ama intensamente su ministerio y quiere ser coherente con él. Por eso se entrega sin reservas a sus exigencias. A ello lo mueve reconocer que ha recibido su vocación como don de la misericordia de Dios. No es una decisión suya, ni un mandato humano. ¿Cual es el centro de su vida y misión? El mismo Jesucristo, luz venida al mundo para que haya vida en abundancia. En Él se ha manifestado el poder de Dios Creador y Redentor. Y la luz que Él hace brillar en los corazones permite reconocer la gloria de Dios en el rostro de Cristo. Convicción paulina sobre la centralidad de Cristo en su vida de creyente y de apóstol, que resulta en verdad digna de admiración y valioso ejemplo para todos. Su vocación es tan apreciada por él, que Pablo la considera un ?tesoro?. Aunque la grandeza del ministerio contrasta con la realidad humana que él experimenta en sí mismo: débil, frágil, quebradiza. Así comprendemos la paradoja ?llevamos este tesoro en vasijas de barro? (2 Cor 4,7). Pero la expresión no solamente constata un hecho, sino es una convicción de fe: en la fragilidad y debilidad del hombre, significada por el barro, se pone de manifiesto y actúa verdaderamente la fuerza de Dios. Todos los mensajeros del Evangelio debemos saber que nuestras limitaciones y sufrimientos, aún los aparentes fracasos y hasta nuestra misma muerte, están ordenados por Dios para generar vida; ya sea para los mismos servidores, como para los destinatarios de la evangelización y para la Iglesia entera.

4. Entrega confiada a María
En este año jubilar diocesano, elevo con ustedes esta suplica confiada a María, patrona nuestra, para que estos nuevos siete diáconos vivan desde hoy llenos de los dones maravillosos del Espíritu Santo. El pueblo contesta después de cada estrofa: Santa María, ruega por nosotros! María, maestra de fe, que con tu obediencia a la Palabra has colaborado de modo eximio en la obra de la redención, haz fructuoso el ministerio de los diáconos, enseñándoles a escuchar y a anunciar con fe la Palabra. María, maestra de caridad, que con tu plena disponibilidad al llamado de Dios, has cooperado al nacimiento de los fieles en la Iglesia, haz fecundo el ministerio y la vida de los diáconos, enseñándoles a entregarse al servicio del Pueblo de Dios. María, maestra de humildad, que con tu profunda conciencia de ser la servidora del Señor, has sido llena del Espíritu Santo, haz que los diáconos sean dóciles instrumentos de la redención de Cristo, enseñándoles la grandeza de hacerse pequeños. María, maestra del servicio oculto, que con tu vida normal y ordinaria llena de amor, has sabido secundar de manera ejemplar el plan salvífico de Dios, haz que los diáconos sean servidores buenos y fieles, enseñándoles la alegría de servir en la Iglesia con ardiente amor.

Mons. José María Arancibia, arzobispo de Mendoza