Misa Crismal
SALABERRY, Hugo Manuel SJ (Jesuita) - Homilías - Homilía de monseñor Hugo Salaberry, obispo de Azul, en la Misa Crismal (25 de marzo de 2021)
‘…a proclamar un año de gracia del Señor, un día de venganza para nuestro Dios…’.
El Señor proclama un año de gracia y un día de venganza no contra nosotros. No somos los enemigos del Señor: camina a nuestro lado para animarnos, alentarnos. Y si Él está con nosotros qué cosa podemos temer. Qué realidad humana podrá asustarnos. Qué nos puede ocurrir que Él no la haya previsto, regulado y ordenado desde toda la Eternidad. Podríamos preguntarnos -la ocasión es propicia- qué esperamos que nos debe ser revelado para poder caminar con Él en la paz que nos da su Persona, cuando nos acompaña hablándonos de las escrituras y de las promesas que se cumplen en la vida de cada uno. En esa inquietante y ardiente paz de las escrituras y las promesas.
Tal vez el enemigo más aguerrido para sobrellevar sea la propia disconformidad con lo que somos y tenemos, con nuestra historia personal, familiar, comunitaria, eclesial. O quizá con ese íntimo y tozudo rechazo a determinadas disposiciones que la Providencia ha querido que viviéramos y cuyas razones permanecen por ahora en el misterio. No lo sé.
Como sucede a muchos, es demasiado el tiempo empleado en intentar cambios temperamentales, la manera de ser o lo que se ha vivido, o bien, cambiar a los otros o rectificar lo que hacen. Se llega al extremo de considerar desde una mirada muy propia, lo que ‘debería hacerse o debería haberse hecho’. Claro, al no ver frutos que manifiesten lo que se ha propuesto o sugerido como única solución, queda una inquietud profunda y a veces insondable, que no es la del corazón que arde cuando el Señor gloriosamente resucitado habla de las escrituras como a los discípulos de Emaús. Por el contrario se traduce en actitudes de insatisfacción y ofuscamiento que impiden por lo mismo, caminar dando gracias al Señor, distintivo excluyente de quienes hemos aceptado la elección que el mismísimo Señor hace de nosotros para acompañarlo a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor.
¡Y qué feas las noticias dadas con mala cara, aun las buenas, qué duras las vendas para la debilidad de nuestros corazones o el corazón de nuestra gente, el pueblo fiel de Dios. Cómo se resiente la proclama de la liberación y de la libertad cuando se hace sólo por ley y sin convencimiento, qué inútil proclamar un año de gracia del Señor con tristeza!.
De allí que una situación como la que hemos vivido durante todo el año pasado y que pareciera prolongarse no sabemos hasta cuándo, nos lleva a aceptar los designios providenciales como queridos o permitidos por la mano de Dios, y como buenos hijos que queremos ser, los aceptaremos como signo y sello de ese amor incondicional con el que lo seguimos en los comienzos y que a veces se desdibuja por la tierra y las irregularidades del camino.
¿Tal vez nos hemos soltado de su mano y nos desorientamos? ¿Tal vez creímos que podíamos hacer muchas cosas solos y ahora nos damos cuenta que sin su ayuda es imposible hacer algo?
Con el mundo descubierto y el mundo vivido, con la pasión puesta en las actividades, con tantos gestos fraternales ofrecidos, con el camino recorrido quizá a tropezones pero con el deseo de conocerlo, amarlo y seguirlo, en el día de hoy hay un único y disponible lugar en el corazón y debe ocuparlo la acción de gracias. La providencia ha permitido caminar juntos un buen trecho del camino que Ella conocía y nosotros no.
Por eso golpean con mucha fuerza en nuestro interior las iluminadoras palabras del Señor en la apocalíptica pluma de San Juan: ‘…debo reprocharte que hayas dejado enfriar el amor que sentías al comienzo…’ Resuenan duras aunque no menos amables.
Duras, por ser verdad en muchos casos. Amables porque dejan entrever que el Señor todavía y más aún ahora, nos quiere y nos pone nuevamente en camino. El entrañable y a la vez gesto firme de amor que sus palabras nos dejan entrever y traslucir, nos conmueve.
Nos ha dado a conocer lo mejor de su seguimiento. Quién es Él realmente. En verdad quién es. Qué misterio nos seduce de ese Cuerpo, Alma y Divinidad presente en medio de nosotros, despreciado por el mundo y muchos hombres, cargando la cruz, sucio y maloliente. Despojado de su realeza y sin embargo cubierto por una corona que brilla todavía más por ser de espinas, nos lleva amorosamente a la compunción. Y todavía nos atrae. Nos ha hecho probar quizá no lo lindo, sino lo bueno, para que nuestro testimonio tenga su fundamento en la fe. En que a pesar de lo que somos y tenemos, de lo que sentimos y pensamos, pecadores al fin, somos hombres de fe: creemos. Yo creo. A eso los llamo: a creer.
Creer que ‘…nada podrá ocurrirme que Tú no lo hayas previsto, regulado y ordenado desde toda la Eternidad…’. Creo en ese Señor que no se retracta de lo que eligió y a pesar de saber que nada ha ocurrido sin que haya estado determinado, hoy nos llama a renovar el amor por Él para decirle: ‘Señor, sabes que te quiero’. Y quiero ‘…proclamar un año de gracia…’.
Me resulta muy oportuno rezar el Acto de Abandono en la Providencia de San José de Pignatelli que hizo suyo el Hermano ahora Beato Carlos de Foucauld.
¡Oh, Dios mío!, no sé lo que debe ocurrirme hoy; lo ignoro completamente; pero sé con total certeza que nada podrá ocurrirme que Tú no lo hayas previsto, regulado y ordenado desde toda la eternidad, y esto me basta. Adoro tus designios impenetrables y eternos, y me someto a ellos de todo corazón. Todo lo quiero, todo lo acepto, y uno mi sacrificio al de Jesucristo, mi divino Salvador. En su nombre y por sus méritos infinitos te pido la paciencia en mis penas, y una sumisión perfecta y entera a todo lo que me suceda, según tu beneplácito. Amén.
Mons. Hugo Salaberry, obispo de Azul