Ordenación sacerdotal del diácono Luis Avagliano
TISSERA, Carlos José - Homilías - Homilía de monseñor Carlos José Tissera, obispo de Quilmes, en la ordenación sacerdotal del diácono Luis Avagliano (Parroquia Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, 19 de marzo de 2021, solemnidad de San José)
Hermanas y hermanos:
La Iglesia entera celebra hoy la Solemnidad de San José. El pasado 8 de diciembre, al cumplirse los 150 años de la proclamación de Patrono de la Iglesia, el Papa Francisco inició el Año de San José, regalándonos una preciosa Carta Apostólica: “PATRIS CORDE” (Con corazón de padre”).
El Evangelio de Mateo proclamado hoy destaca el modelo de San José, su nobleza y su generosidad. José estaba desposado con María; si bien los desposorios no eran todavía el matrimonio como tal, era ya un compromiso firme de pertenencia de uno y otro; por eso se le dice a José: “María, tu mujer” (Mt. 1, 20). Ciertamente el mensaje del texto no se centra en José, sino que nos muestra que la maternidad de María es obra del Espíritu Santo y no de José. De todos modos, Mateo destaca claramente a José diciendo que “era un hombre justo” (v. 19) No es sólo un simple elogio, sino que quiere afirmar que la justicia –la santidad- de Dios estaba reflejada en su vida. El signo de esa santidad es su compasión con María que lo llevó a dejar de lado todos sus planes para salvarla a ella. Se lo presenta como un verdadero “caballero”, noble, un varón capa de hacer lo que sea por la mujer que ama, más allá de sus justas ambiciones y conveniencias.
José es la figura masculina, reflejo de la paternidad de Dios. Es inseparable del signo femenino y materno de María, que no se entendería adecuadamente sin José. Celebrar a San José es muy importante, para mostrarnos hasta qué punto Jesús quiso compartir nuestras vidas. No fue un ser extraño, sino que prefirió tener una familia, depender como niño y adolescente de una mujer y de un varón y someterse a ellos. Así se integraba a una familia mayor, su pueblo. (Cfr. P. Víctor Fernández “Evangelio de cada día”).
José es el hombre del silencio, de la escucha y de la obediencia fiel. Junto a María, experimentó y vivió la amistad con Dios. No era un extraño para él. Dialogaba misteriosamente con el Dios de las promesas. Confiaba en el amor misericordioso de Dios y se jugaba por Él. La rumia de las palabras de Dios escuchadas en el sueño, se traducía en decisiones importantes no sólo para su persona, sino para los que estaban bajo su cuidado: Jesús y María. Cuántas cosas pasarían en ese corazón de padre… Aceptar a su esposa embarazada, sin ser él el padre; no encontrar un lugar para que naciera el Niño en Belén; recibir a pastores que alaban a Dios en la noche, recibiendo sus ofrendas; acoger a los magos de Oriente que le ofrecen valiosos regalos; escuchar palabras proféticas y tremendas del anciano Simeón; comprando un par de pichones de palomas para ofrecer en el Templo y presentar al Niño; partir al extranjero, llevado por un anuncio urgente del ángel para salvar al niño de la muerte; estar en tierra extraña, conseguir cómo ganarse el pan y convivir en otra cultura; regresar con una promesa… A la vez, la belleza y la extraordinaria vivencia de sentir que el pequeño lo llama “papá”; y le enseña a leer, a rezar; le enseñó el oficio de carpintero y lo llevó a la sinagoga… Cuántas experiencias hermosas de familia tuvo José. Nos queda grabada la última escena que nos presenta el Evangelio de esa Sagrada Familia. Cuando Jesús tenía doce años, se les extravió. Luego de tres días de buscarlo muy preocupados, lo encuentran en el Templo. María le dice: “Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados”. Jesús les respondió: ¿por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?” Dice Lucas: “ellos no entendieron lo que les decía”. ¿Qué habrá pasado en el corazón de José cuando escuchó la respuesta del adolescente Jesús a su madre María?
La figura de San José brilla en la vida de Iglesia como modelo de santidad, de padre de familia y de trabajador.
Hoy, además, nos convoca un acontecimiento que llena de alegría a la Iglesia de Quilmes, uno de sus hijos, un diácono que luego de la pascua de su esposa Flora y de unos años de profundo discernimiento, pide ser ordenado presbítero: Luis Osvaldo Avagliano.
No es casual que tu ordenación, Luis, sea en el día de San José. Como él has experimentado la belleza del amor de pareja, la vivencia del matrimonio, la dicha de ser papá; la responsabilidad de formar un hogar, gozar de la gestación y nacimiento de tus hijos; la alegría incomparable que, en los primeros balbuceos de un bebé, mirándote a los ojos te diga la palabra más maravillosa: papá. Has sentido en tu corazón y en tus espaldas la responsabilidad de procurar el sustento de la vida familiar con tu trabajo y velar por la educación de ellos; has sufrido también el desgarro de la muerte de tu esposa y de tu nieto querido; también tu consagración a Dios en el diaconado. Cuántas cosas te emparentan con José. Cómo no va estar también José presente en tu vida sacerdotal, y seguir gustando otra experiencia bella para un pobre ser humano, y es que muchas personas se dirijan a vos diciéndote: padre. Sí, para la gente, para nuestro pueblo creyente, para ellos desde hoy serás el Padre Luis.
Todos nos sentimos muy pequeños ante esa palabra: Padre. Que San José sea quien nos ubique cada día, y nos ayude a vivir esa paternidad al modo suyo, sabiendo que hay un solo Padre, el que está en los Cielos, el verdadero Padre de Jesús.
En su carta “Con corazón de padre”, el Papa Francisco nos invita a aprender de la paternidad de San José, proponiéndolo como: Padre amado; padre en la ternura; padre en la obediencia; padre en la acogida; padre en la valentía creativa; padre trabajador y como padre en la sombra.
San José es el padre amado por toda la Iglesia, como su patrono, como el que nos cuida en el peregrinar. El es amado por todos; cuántos llevamos su nombre, cuántos templos y capillas en su honor; cuántas imágenes suyas. El pueblo ama a San José. Es un padre amado. También vos, Luis, dejate querer por la gente. Ellos aman a los sacerdotes, porque les damos a Jesús en la Eucaristía, y porque cuidamos de la familia de Dios.
Sé un sacerdote lleno de ternura. Dios y vos conocés tu fragilidad, tus limitaciones. San José te ayude a aceptar la debilidad con intensa ternura, para poder tener un amor tierno con los que sufren, con los que están “rotos” en su vida, con los que viven agobiados por sus errores y pecados. En el sacramento de la Reconciliación, del cual hoy empiezas a ser ministro y administrador, te encontrarás con la Misericordia de Dios que transformará tu corazón en el de un padre que abraza la verdad y la acaricia con ternura. Como San José, recuerda que “en medio de las tormentas de la vida, no debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de nuestra barca” (PC 2)
Fue José quien inició a Jesús en el camino de la obediencia, porque él mismo supo vivir en obediencia; también te acompañe para hacer todo lo que Dios te pida. “José no es un hombre que se resigna pasivamente. Es un protagonista valiente y fuerte. La acogida es un modo por el que se manifiesta en nuestra vida el don de la fortaleza que nos viene del Espíritu Santo. Sólo el Señor puede darnos la fuerza para acoger la vida tal como es, para hacer sitio incluso a esa parte contradictoria, inesperada y decepcionante de la existencia”. “Lejos de nosotros el pensar que creer significa encontrar soluciones fáciles que consuelan. La fe que Cristo nos enseñó es, en cambio, la que vemos en San José, que no buscó atajos, sino que afrontó ´con ojos abiertos´ lo que le acontecía, asumiendo la responsabilidad en primera persona” (PC 4)
Luis, que seas un padre con valentía creativa, al modo de José, que al no encontrar lugar en Belén para que María diera a luz al Niño, “se instaló en un establo y lo arregló hasta convertirlo en un lugar lo más acogedor posible para el Hijo de Dios que venía al mundo...” Es la misma valentía creativa que encontramos en otro José de nuestra tierra, San José Gabriel del Rosario Brochero, que se las ingenió para que todos los serranos pudieran conocer las delicias de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, para así conocer a Jesús, amarlo y servirlo.
El trabajo es parte de tu vida. Te has ganado el pan para vos y tu familia. Ahora gozás de tu jubilación. Pero no ha terminado el trabajo… Ahora sos de esos que el Pueblo de Dios implora tanto, día y noche, en todo el mundo: “Señor, envía trabajadores para la cosecha”. Al modo de nuestro Padre Obispo Jorge, del Padre Gino, y te tantos sacerdotes de la diócesis, no te canses de servir en la medidas de tus fuerzas a las comunidades a las que seas destinado. La gracia de Dios siempre te acompañará y te fortalecerá.
Nos dice el Papa Francisco: “siempre que nos encontramos en la condición de ejercer la paternidad, debemos recordar que nunca es un ejercicio de posesión, sino ‘signo’ que nos evoca una paternidad superior. En cierto sentido, todos nos encontramos en la condición de José: sombra del único Padre celestial, que ´hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos´; sombra que sigue al Hijo”.
Querido Luis: Aquí están tus hijos. Evidentemente no los podés pensar sin el recuerdo de Flora, misteriosamente presente junto a vos, tu familia y todos nosotros… Ellos hoy te miran y te reconocen como el padre, su papá que siempre conocieron y amaron. Crecieron gracias al pan que traías a la mesa de tu casa, con el sudor de tu frente. Hoy, empezarán a verte y a amarte también como el padre que parte el Pan del Cielo, ya no sólo como un servidor del altar, sino como el que le da a Cristo todo el ser, toda tu persona, para que Él pueda pronunciar en la Asamblea: “Tomen y coman, ésto es mi Cuerpo… Tomen y beban, ésta es mi Sangre”.
Gracias queridos hijos de Luis, ustedes también con su cariño, su amor de hijos, como así también el de sus esposas e hijos, han formado a este hombre que hoy es consagrado sacerdote para siempre. ¡Gracias!
Agradezco a todos los sacerdotes y, a la distancia, al Padre Obispo Marcelo Colombo, que han acompañado en estos últimos años a Luis en su camino de discernimiento.
Gracias a la Comunidad de la Parroquia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, y al P. Eduardo Gómez, que durante estos últimos tiempos le han brindado a Luis su cercanía y acompañamiento; disfrutando también de su ministerio diaconal. ¡Muchas gracias!
Que la Virgen María, esposa de San José, Madre de Jesús, cuide de tu ministerio sacerdotal, y siempre esté a tu lado con su tierno amor de Madre, recordándote como a los siervos de las bodas de Caná: “Hagan todo lo que Él les diga”.
Mons. Carlos José Tissera, obispo de Quilmes