Mensaje cuaresmal al pueblo de Dios, en tiempos de pandemia 2021

FERNÁNDEZ, Luis Alberto - Mensajes - Mensaje de monseñor Luis Alberto Fernández, obispo de Rafaela para la Cuaresma 2021

Introducción


Al querido Pueblo de Dios, que peregrina en la Diócesis de Rafaela.

Con el deseo de suscitar la confianza y la alegría, la esperanza y la paz de las familias, en estos tiempos difíciles de Pandemia, nos abrimos a este “Tiempo del Comienzo de la Cuaresma”, con el «gesto de la imposición de las cenizas»; necesitados y vulnerables, pero conscientes siempre de sabernos amados por nuestro Padre misericordioso, que no olvida a sus hijas e hijos, sino por el contrario, que cuida atentamente y no deja de motivar en cada uno, la Vida Nueva de La Pascua de Jesucristo, lograda para nosotros con su Pasión, Muerte y Gloriosa Resurrección. 

La ceniza simboliza hoy la llegada de una Cuaresma muy particular, dejándonos tocar por el mismo «consuelo de Dios» que sabe, porque lo vive en sus hijos, del actual sufrimiento humano, ante el dolor, la angustia y la tristeza por la que pasa nuestra vida. Nuestro Padre no es indiferente a esto que nos pasa, ni se desentiende o está lejano, sabe que nuestro corazón está desgarrado, roto y sin vida.

Abramos el corazón a la “Palabra Viva de Dios” en esta Cuaresma, «Palabra» que siempre es eficaz, realizando lo que nos dice. Este es un “Tiempo Fuerte de la Liturgia”, es presencia del Invisible, que se hace compañero de camino, para no sólo sufrir con nosotros, sino fundamentalmente para iluminar, animar y fortalecer, porque “Él es compasivo y bondadoso, lento para la ira y rico en perdón misericordioso” (Sal 103,9).

Todos necesitamos ser «misericordiados», y por eso acudimos en Cuaresma a la fuente de agua cristalina y limpia que es la Vida de Jesús, para purificarnos y convertirnos una vez más. Queremos “tocar”, aunque más no sea su manto, como aquella mujer del Evangelio, y ser sanados (Lc. 9,43-48) o dejarnos mirar por Su mirada llena de ternura y compasión, que habrá sentido el apóstol Pedro, cuando lo negó por tercera vez en aquella noche de la Pasión (Lc. 22,54-62). 

1. La Cuaresma


Nos aproxima a la Cruz, nos conduce al centro de la vida de Jesús, que es Su amor hasta el extremo por nosotros, ocasión para adentrarnos en lo más profundo de sus sentimientos y unirnos a la Cruz, como lo hizo la Virgen María. Hoy nosotros unidos a la Cruz le entregamos los dolores y sufrimientos vividos durante la Pandemia y los que aún seguiremos viviendo.

Todo dolor o sufrimiento humano en la Cruz de Cristo, cobra su significado y sentido real para la humanidad, alcanzando la plenitud del llamado a ser sus verdaderos discípulos: “el que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su Cruz cada día y me siga” (Lc. 9,23).

La vida y la muerte son algo que no podemos eludir, nos acompañan siempre. Este de la pandemia es un tiempo que nos conmovió, nos acercó al misterio y puso ante nosotros el riesgo de ver apagarse la vida, nos dio la posibilidad, y para muchos no sólo la posibilidad de sufrir sino de morir, poniendo a prueba nuestra «Fe». 

La Cuaresma llega como un «camino» a realizar, y desde la Fe nos hace vislumbrar un horizonte de esperanza, que no es un camino interminable, sino que lleva a una «plenitud», a “La Pascua de Jesucristo”. También la Cuaresma nos anima ya que dice la Escritura: “En el momento favorable te escuché, y en el día de la salvación te socorrí. Este es el tiempo favorable, este es el día de la Salvación” (2da.Cor. 5,20-6,2)

Estemos atentos, abrámonos a Dios, no cerremos el corazón, San Pablo dice que en su «vulnerabilidad y pequeñez de vida», es cuando más se encontraba con el amor de Dios y, qué bueno lo que nos recordaba el Papa Francisco al comenzar la pandemia en esto de ser necesitados y vulnerables: “Todos estamos en la misma barca”, llamados como humanidad a sentirnos solidarios, hermanos fraternos y amigos, todos hijos de un mismo Padre Dios.

La Cuaresma nos ayuda a despojarnos de la hipocresía, de la altanería individualista. La única «burbuja» a considerar tendría que ser la sanitaria, para cuidarnos del contagio del Covid-19, porque nuestra dignidad humana está llamada a vivir en «convivencia», «en familia», en «unidad y comunión», poniéndonos por arriba de todo partidismo político, ideología o fanatismo de tener «un único pensamiento», que no escucha ni da lugar al que piensa distinto, discriminando, sintiéndose los salvadores de la historia, avergonzando y desorientando a los jóvenes, que a veces prefieren detenerse sólo en lo virtual y llamativo de las redes. Tan distinto es el sueño de Dios, que creó el mundo para ser habitado por todos los seres y llamados a la «realidad maravillosa» de contribuir cada persona con la creación, siendo iluminados por la Fe que trajo Jesús con su Pascua, obrando un mundo nuevo.

La Pasión de Jesús, entrega total de Su vida por nosotros, ofrecida en el Sacrificio de la Cruz, para que la humanidad no ande a la deriva, sino con la fuerza y el entusiasmo de realizar la vida con “techo, con trabajo y con pan”, con “honestidad y en paz”, siendo así felices, venciendo: los egoísmos, celos y atropellos; el narcotráfico, la trata de mujeres, los abusos de niños, los suicidios y venganzas. El estar «unos contra otros», pareciera muchas veces que es nuestro diario vivir…, hasta la misma llegada de las “vacunas” para esta pandemia, nos desafían a ser solidarios con la humanidad.

Por eso en la Cuaresma qué bien nos viene tener como prioridad «la reflexión en el silencio y la oración», como pudimos aprovechar en parte de la pandemia y además, como es tradición del Tiempo Litúrgico Cuaresmal «el ayuno y la limosna», esta última que se concreta con el ya acostumbrado “Gesto Solidario de Cuaresma” de cada año, en nuestra Diócesis.

2. Más allá de nuestros intereses


¡Cuánto vale el dolor ofrecido en el silencio por los enfermos y ancianos que nadie conoce, sólo Dios, así como la ayuda a los más pobres y olvidados de la sociedad!

En estos difíciles tiempos del Covid-19, muchos ofrecieron y ofrecen como Jesús, sus vidas por los demás, en el dolor de la enfermedad, en los lugares de trabajo haciendo con responsabilidad la tarea encomendada, poniendo en riesgo sus vidas, y otros en soledad, ancianos ofreciendo el sacrificio de no poder ver a los nietos, padres no pudiendo acompañar a sus hijos, jóvenes alejados de sus afectos; pero entre todos entretejiendo un nuevo amanecer, dejando de lado apariencias y protagonismos, valorando y descubriendo la virtualidad que también comunica y acerca, mirando antes que nada el bien común y con entrega generosa, humilde y sencilla, cuidando la familia, y tendiendo una mano al que está solo, poniéndonos todos en el lugar del hermano, superando el «ser autorreferenciales». 

La Cuaresma nos ayuda a estar más allá de nuestros propios intereses. Como Jesús queremos vivir La Pascua de una vida nueva, con su fuerza Resucitadora, que nos ayudará a transitar estos tiempos de Pandemia ante el inesperado Covid-19, que se nos presenta como un gran signo misterioso para la humanidad, con designios de muerte. Lo más sublime que tiene el “sentido religioso” del Misterio Pascual de Jesucristo Resucitado, es la Presencia viva en medio de su Pueblo que nos da fuerzas para responder con valentía y audacia, con generosidad y sencillez de vida, respetando la dignidad humana y unidos a toda la humanidad, obrando en fraternidad un mundo nuevo. La Pascua de Jesús, nos ayuda a enfrentar y transformar este tiempo inédito de la historia, donde hasta la ciencia y la técnica se unen para buscar la mejor solución.

Ante las preguntas e inquietudes últimas de la vida, sobre el Principio y Fin de la existencia, sobre el Bien y el mal, está a prueba la humanidad, por eso la Cuaresma es el camino para robustecer los «vínculos», para dejar atrás la incertidumbre de la desconfianza, de lo que separa y avergüenza como Nación, de la denuncia sin pruebas, de la falta de compromiso en especial de quienes tienen la responsabilidad de ser guías y ejemplo para el pueblo. La memoria tiene que ayudarnos a discernir, para descubrir hacia lo que no tenemos que volver y, a “rescatar el alma” que fueron engendrando tantas mujeres y hombres a lo largo de la historia, con los valores del «encuentro, el diálogo y la comunión».

Con mirada de Fe y Esperanza, La Cuaresma pondrá entre nosotros las opciones de vida, que pueden estar arrinconadas u olvidadas, pero nunca muertas o descartadas, porque muestran lo más genuino, inocente y puro: el «genio de un pueblo», como es la capacidad de trabajar con honestidad y sacrificio, defendiendo la niñez y la ancianidad, el vivir en familia, y socorrer al necesitado, con grandes mujeres y hombres que tienen pasión por la verdad y la belleza, y que podemos observar desde la política, los sindicatos, la educación, el comercio y el deporte, a los profesionales con su capacidad específica, a los trabajadores sociales, preocupados por el Bien común, y también lo vemos expresado en la maravillosa vida de las artes, el cine, el teatro y la música con encuentros masivos de jóvenes convocados por la alegría de la amistad, no por las drogas que quitan la vida y dan lugar para delinquir. Luchemos entonces por lograr la mística de una Vida Plena y que a pesar de las pruebas no bajemos los brazos, empeñémonos en gestar entre todos un futuro esperanzador para toda la humanidad.

3. Los dos caminos


La Palabra de Dios en el Salterio pone por título al primer Salmo “Los dos caminos”, comenzando con una Bienaventuranza para el hombre que elige el bien, porque “será como un árbol plantado al borde de las aguas, produciendo fruto a su debido tiempo, sus hojas nunca se marchitan: todo lo que haga le saldrá bien”. En cambio los que eligen el camino del mal, “son como paja que se lleva el viento, pronto se marchitan”. Tenemos ante nosotros la posibilidad de los «dos caminos»: el Bien y el mal. La Cuaresma nos puede ayudar en el discernimiento de cada día. “Feliz el que pone su confianza en el Señor” (Salmo 1). 

Jesús enviado por su Padre al mundo, nos enseñó que “ÉL es el camino, la verdad y la vida”. Lo podemos transitar con la ayuda de la Gracia, creyendo en ÉL y obrando con paciencia, siendo misericordiosos con los demás, con menos palabras y más silencio, escuchando y compartiendo, sin perder la alegría.

En la vida real de cada día, cansados de tantas estadísticas de tiempos difíciles, la Cuaresma nos invita a acudir a Dios, que nos animará a vencer los desencuentros y enfrentamientos en la familia, en el barrio, en la política, en la misma Iglesia, donde a veces hasta el mismo Dios nos parece escondido, lejano, y hasta antiguo y absurdo para las nuevas culturas, que solo parecen ocuparse de juntar gente con curiosidades y negocios que llaman importantes, pero que dejan cada vez más a la gente vacía de humanidad y encuentro, y aceptando como normalidad la violencia, el aborto, la eutanasia, la corrupción, y el abuso de la mujer. Es un mundo con pocos poderosos millonarios, a quienes no les conviene parar la carrera armamentista, mientras se multiplican por millones los desfavorecidos y descartados de la historia.

La Cuaresma pide convertir esta situación en nuestros corazones, retornando al amor en la familia, recurriendo y necesitando del consejo de los mayores y sabios que hacen de la reflexión un pensamiento que busca la verdad y la alegría, la serenidad del orden que no se impone ni avasalla, donde el pueblo vive con justicia social y en libertad, buscando entre todos la unidad con los vecinos, suprimiendo las «grietas», compartiendo hospedaje, y logrando que vayan cicatrizando las heridas del pasado, no para olvidarlas pero sí para que no se tornen vengativas, porque el pueblo entiende también de misericordia y perdón, superando todo odio que excluye y discrimina.

El tiempo de Cuaresma es para pedir auxilio a Dios, porque peor es ser soberbios, no necesitar de nadie, volver a épocas del más fuerte, aceptando solo a los más capaces o prestigiosos, en culturas del mérito y sociedades consumistas, que no pueden esperar a los rezagados, no aceptando que a veces el caminar «lento» es la alegría de los pueblos que no olvidan a nadie, porque aún los mediocres de este mundo, que los sabios y poderosos rechazan, son valiosos a los ojos de Dios.

La Cuaresma nos prepara y nos va haciendo entrar en lo «esencial» de la vida de Jesús, «su Pasión, Muerte y Resurrección», con la consecuencia de vivir ya en este mundo el comienzo de una vida serena, alegre y en paz, comunicando una nueva existencia, que nos llega por la Gracia de los sacramentos y que es capaz de fortalecer el corazón de toda persona de bondad y bien, contribuyendo todos a transformar el mundo.

La Pascua de Cristo, con su triunfo sobre el pecado y la muerte, sigue siendo un llamado de esperanza y confianza que, en libertad, cada persona puede discernir, por eso muchas familias continúan acercando a niñas y niños a la Catequesis de las parroquias, donde el Bautismo sigue siendo una prioridad, porque los abuelos y padres no se olvidan de sus raíces y quieren seguir transmitiéndolas a las futuras generaciones.

La Cuaresma que nos lleva a la Pascua de Cristo, pasa por el sufrimiento, el dolor y la Cruz de cada día, que asumimos con entereza, con mucha humildad y sencillez, que no aparece en primeras planas de los comunicadores sociales, pero que sabemos es lo que verdaderamente hace la historia, cuando tanta gente nos enseña en su vida diaria a no caer en la idolatría del dinero, de la fama, que suele transitar caminos de corrupción, creando esa nueva cultura del «descarte», donde unos pocos suelen vivir del hambre del pueblo, apoyados en ideologías, dividiendo y alejándonos de todos, hasta de la misma fe.

El gozo de La Pascua que Jesús nos dio Resucitando, es la Presencia que necesita nuestro mundo, que no se impone por la fuerza física de palabras ideológicas, sino de la «obra más grande» que tiene su origen en la ternura misericordiosa del amor del Padre, que nos llega a través de la Gracia derramada por Su Hijo, vivida por la Iglesia a lo largo de los siglos, hoy ya dos milenios entre «luces y sombras» como es la experiencia de la vida humana, que con la Fe, se mantiene y puede seguir mostrando a la humanidad, que el amor vence al odio, el bien vence al mal, y que es incontrastable la certeza de la llamada a una nueva humanidad, que quiere seguir viviendo en libertad, en el bien y la verdad, en la belleza del encuentro, llamados todos a ser hermanos, hijos del mismo Padre Dios.

4. Los Sesenta años de la Diócesis


Queridos hermanos, la Cuaresma también nos encuentra este año 2021, celebrando los Sesenta Años de la Creación de nuestra Diócesis de Rafaela, por el recordado y querido “Papa bueno, San Juan XXIII”.

En este tiempo inédito de la pandemia, también nos acompañan los santos, y no solo los “de la puerta de al lado” como dice el Papa Francisco, sino también estos grandes ejemplos, testigos veraces del amor misericordioso de Dios que no abandona. Los santos caminan a nuestro lado, animándonos y sosteniéndonos en medio del dolor y el sufrimiento, cuando llevamos a cuesta la pesada Cruz del aislamiento en casa, unidos a los vulnerables, en especial la gente mayor y los niños, que viven y sufren las consecuencias sicológicas por la falta de vínculos, por los efectos del encerramiento; encontramos muchos que no han podido todavía volver a sus trabajos, y otros que lo han perdido. 

Los santos también nos ayudan a rezar, a no perder la confianza y saber esperar, haciendo el bien, que aleja todo mal y es lo único capaz de construir un mundo nuevo, en libertad y paz, mientras esperamos la inmunidad del rebaño con las vacunas, que traerán el alivio a la sufriente humanidad.

Así queremos vivir estos 60 años de la Diócesis, con bondad y ternura, con cordialidad y “trabajo pastoral”, siguiendo los pasos que nos van proponiendo desde el área de la “Pastoral Diocesana”: Las comunidades parroquiales, los Colegios, los Movimientos Laicales, la Vida Consagrada, las distintas áreas pastorales, y fundamentalmente los jóvenes, que siempre llenan de entusiasmo y alegría el corazón de la Diócesis; todos desde lo que han podido y puedan realizar, sin «ansiedades», con toda la fuerza del compromiso que exige la Nueva Evangelización, como verdaderos Discípulos-Misioneros y, que no puede detenerse. La Vida del Dios Viviente no se detiene, sigue obrando siempre en la historia de sus hijos.

También les pido, poner en sus intenciones la bondad de Dios, que nos permitirá vivir a lo largo de este Tiempo Cuaresmal y Pascual, la «Ordenación» de diez (10) hombres casados que van a recibir el “Orden Sagrado” del Diaconado Permanente, poniéndose cada uno de ellos al servicio ministerial de las respectivas comunidades parroquiales en la Diócesis.

5. Conclusión


“El año de San José”
Al terminar este Mensaje Cuaresmal, deseo compartir con ustedes la alegría junto a toda la Iglesia, de que este «bendito año 2021», el Papa Francisco lo haya dedicado a “SAN JOSE”, al haberse cumplido 150 años, desde que el beato Pio IX, el 8 de Diciembre de 1870, lo declarara Patrono Universal de la Iglesia Católica. 

San José es nuestro “Co-Patrono de la Diócesis”, junto a la “Santísima Virgen de Guadalupe”, por el pedido que en 1961 le hiciera el primer Obispo de Rafaela Mons. Vicente Zazpe, al Santo Padre San Juan XXIII.

Hagamos nuestras las palabras del Papa Francisco: “…quisiéramos, como dice Jesús, que la boca hable de lo que está lleno el corazón” (Mateo 12,34), (Carta Apostólica del Papa Francisco “Patris Corde” del 08/12/2020).

“José vio progresar a Jesús día tras día «en sabiduría, en estatura y en Gracia, ante Dios y los hombres (Lc. 2,52). Como hizo el Señor con Israel, así él “le enseñó a caminar, y lo tomaba en sus brazos: era para él como el padre que alza a un niño hasta sus mejillas, y se inclina hacia él para darle de comer” (Os. 11,3-4).

Pidamos hermanos que San José nos ayude a todos en la Diócesis, a crecer en sabiduría, estatura y gracia, acompañándonos junto a María de Guadalupe, a tener el espíritu de padres capaces en familia, en este tiempo difícil, mirando a los ojos de los hermanos con cordialidad y reconociéndonos como lo más valioso y bello que Dios ha puesto a nuestro lado, sintiendo a cada uno como alguien que me pertenece, sintiéndolo de mi propia familia.

El mal nos quiere hacer creer que los otros son enemigos, rivales, haciéndonos vivir en la tristeza, la distancia y el desencuentro como Nación. San José llevado por el Espíritu, supo sacar de su humilde sencillez y pobreza lo más grande que tiene el corazón humano, la ternura, la comprensión, el diálogo y el encuentro con todos, aceptando sus fragilidades y vulnerabilidades, nos enseñó a no quedar en la desconfianza ni en la duda, sino a posibilitar la cercanía, como antídoto a la mirada vengativa y acusadora del hermano.

Esta es la nueva creación, a la que nos invita el Señor a través de San José, el padre que ayudó a crecer, supo acompañar, y como él nos mostró con su ejemplo, hoy nosotros también queremos vivir de ese modo.

La nobleza del corazón de San José, el varón justo, nos abre a la trascendencia, para que no dejemos de asombrarnos de lo hermoso de la religiosidad, que sabe reconocer con pobreza de espíritu, la cercanía y amistad de Dios, que nos invita a ser mujeres y hombres, respetuosos de los demás, serviciales y delicados ante cada persona, templo del Espíritu Santo donde habita Dios, a no encerrarnos cediendo a las tentaciones y, cayendo con vergüenza en el pecado. 

Que ante lo incomprensible y enigmático, ayudados por San José, optemos por la dignidad humana que tiene toda persona. También el amor de Dios ayudó a San José a no difamar la dignidad de María Virgen y Madre, cuidando tanto de ella como del Niño Jesús recién nacido.

En la vida a veces nos ocurren cosas que no entendemos su total significado, y nos decepcionamos y rebelamos, porque nos apoyamos solo en nosotros mismos; San José no se resignó pasivamente, fue un protagonista valiente y fuerte. Tenemos que aprender de San José, ante los misterios de la vida que suelen atemorizarnos, sepamos mirar más alto y saber recibir con humildad y responsabilidad, lo que nos reconcilia con la propia historia, porque dando manotazos al viento no se avanza, ni se ayuda a superar nuestras expectativas humanas. La vida espiritual de San José, no nos muestra una vida que explica –dice el Papa Francisco– sino que «acoge». 

Ser abiertos a los demás, «escuchar, acoger», es un modo por el que se manifiesta en nuestra vida el don de la «fortaleza», que nos viene del Espíritu Santo. Por eso San José es padre de la «valentía creativa». A ello estamos hoy todos llamados, en estos momentos duros y difíciles, de incertidumbres, angustias y dudas de «fe y esperanza».

Cuando las dificultades nos abruman y la dignidad humana está en juego, no es momento de hacernos «profetas de calamidades, ni del fin del mundo», ni es tiempo para escabullirnos y escondernos de la historia, bajando los brazos, menos aún para levantar el dedo acusador y descalificador de los otros, o peor, echándole la culpa a Dios de todo lo que pasa.

San José vivió tiempos donde todo parecía venírsele abajo, acabando con los sueños y anhelos de un hogar con su esposa, formando una familia; todo se derrumbaba y hasta Dios ya no hacia milagros, parecía lejano de la vida humana.

Lo que a veces olvidamos es que fundamentalmente Dios obra los Milagros a través de la vida sencilla, de los acontecimientos y de las personas que nos rodean.

San José fue el hombre por medio del cual, Dios se ocupó de los primeros pasos de la historia de nuestra «Redención». Él era el verdadero «milagro» con el que Dios salvó al Niño y a su madre. El cielo intervino confiando en la valentía creadora de este sencillo y humilde carpintero, hombre de trabajo, que llegando a Belén con María, y no encontrando lugar para que diera a luz, se instaló en un establo y lo arregló hasta convertirlo en un hogar acogedor, lleno de amor, transformando esa dramática noche en la más bella noche de Navidad.

A esto estamos todos convocados en la historia de la humanidad, donde hasta hace poco predominaba la arrogancia de una cultura consumista, fascinada por la ciencia y la técnica, con la expectativa de las nuevas virtualidades, más comunicada que nunca y sin poder salir del individualismo y la soledad, pero en medio de la pandemia hoy deseamos construir una Vida Nueva creyendo en Dios, ayudando a los más pobres, y sobretodo, al estilo de San José, rezando, trabajando y confiando, viviendo con sentido de Fiesta, “hermanos de toda la humanidad”.

Mons. Luis Alberto Fernández, obispo de Rafaela
Miércoles de Ceniza, 17 de febrero de 2021.