San Cayetano
STANOVNIK, Andrés - Homilías - Homilía de monseñor Andrés Stanovnik OFMCap, arzobispo de Corrientes, en la Fiesta de San Cayetano (7 de agosto de 2020)
Hoy es un 7 de agosto extraño, al que no estábamos acostumbrados. Nos gustaría que fuera como era antes, cuando desde muy temprano nos poníamos en camino hacia el Santuario, llevando en nuestro corazón esos enormes deseos de agradecer al Santo su intercesión y cumplir con la promesa que le hicimos. Pero, al mismo tiempo, confiarle tantas necesidades y suplicarle que nos ayude y alivie en tal o cual situación difícil por la que estábamos atravesando. Caminábamos en la fe y la esperanza, sin miedos y seguros de que San Cayetano nos escucharía, él que es el Santo del pan y del trabajo.
En cambio, la pandemia nos ha obligado a tomar distancia y rezarle, por así decir, desde lejos. Pero, debemos saber que, para San Cayetano, como para todos los santos y santas, y todos los hombres y mujeres de bien que ya han partido de este mundo, no hay más distancias. Para ellos, que ya están en íntima comunión de vida con Jesucristo, muerto y resucitado, no existe más ese lejos o cerca. Así lo creemos firmemente cuando en la fe profesamos que creemos en la comunión de los santos. Ellos, con su fe y esperanza en Dios superaron todas las pruebas de la vida, perseverando en el amor a Dios y al prójimo. Las pruebas por las que tuvieron que pasar no los acobardaron, al contrario, apoyados en Jesús, que las superó a todas incluso la muerte, salieron vencedores, fueron verdaderamente hombres y mujeres exitosos en la vida.
¡Qué providencial es la Palabra de Dios que acabamos de proclamar! La primera lectura nos exhorta a confiar en Dios, porque “¿Quién confió en Dios y quedó confundido? Y, ¿quién lo invocó y no fue tenido en cuenta?”. Y concluye con unas palabras de mucho consuelo y esperanza: “Porque el Señor es misericordioso y compasivo, perdona los pecados y salva en el momento de la aflicción” (cf. Eclo 2,7-11). Los que conocemos algo de la vida de San Cayetano sabemos que tuvo que soportar muchos momentos de prueba y aflicción, pero no se derrumbó, porque confió en Dios. Esa confianza lo mantuvo fiel a la oración y a la caridad, dos remedios infalibles para no perderse en la vida: rezar y servir al prójimo en los más pobres y enfermos, como lo hizo nuestro santo. Él nos enseña que la persona que le dedica tiempo a Dios y al prójimo, es bendecido, encontrará trabajo, y no le faltará el pan en la mesa ni la paz en su corazón.
Nuestro santo había comprendido muy bien las sabias palabras que escuchamos en el Salmo 111: “Para los buenos brilla una luz en las tinieblas”, y ¿quién es esa luz? La respuesta la leemos a continuación allí mismo: “Es el Bondadoso, El Compasivo y el Justo”, bellísimas calificaciones que se refieren al Dios en quien creemos, quien nos ha creado por amor, y quien también con amor nos cuida y sostiene para no vacilar, porque, leemos también allí que el justo no tendrá que temer malas noticias, porque su corazón está firme en el Señor. Su ánimo está seguro. Fijémonos que ese estado de seguridad y de paz se va cultivando cuando -y seguimos citando el Salmo- en su casa, se refiere a la casa de aquel que confía en Dios, habrá abundancia y riqueza, su generosidad permanecerá para siempre, porque Él da abundantemente a los pobres. En resumen, el amor al prójimo, hecho de gestos concretos y diarios, es el que aumenta la confianza y el amor a Dios y nos abre el corazón para sentir que Él nos ama y nos protege de todo mal. Así lo vivió San Cayetano a quien hoy contemplamos como ejemplo e inspiración para nuestra vida.
Vayamos ahora al Evangelio de hoy y pensemos cómo lo habría recibido nuestro santo patrono cuando lo escuchaba; y pensemos también qué nos dice esa palabra a nosotros en este tiempo de pandemia y el que viene después que pase este mal. Ante todo, Jesús invita a no tener miedo y lo hace con palabras llenas de amor y de ternura: “No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino”. Y enseguida añade el requisito para poder confiar y sentirse seguros: “Vendan sus bienes y denlos como limosna”. Tal vez podríamos decir también así: “Compartan sus bienes”, porque es el modo más seguro de no perderlos y, además, de acrecentarlos. Y un poco más adelante se nos invita a “acumular un tesoro inagotable en el cielo”, para lo cual el mejor camino es compartir los bienes, porque donde se comparte no se acerca “el ladrón ni destruye la polilla”, como nos asegura Jesús en el Evangelio que acabamos de proclamar.
El mejor escenario para el ladrón es allí donde se acumula para pocos, porque en ese lugar se encuentra entre iguales. El egoísmo corroe cualquier convivencia. El mejor anticuerpo para vencerlo es aprender a compartir. Allí donde las personas comparten generosamente lo que son y lo que tienen, y son abiertas y están atentas a los más pobres, allí no entra el virus del egoísmo. El Evangelio de hoy concluye con una máxima infalible: “Allí donde tengas su tesoro, tendrán también su corazón”. Esto nos interpela a preguntarnos dónde tenemos puesto el nuestro. También aquí la vida ejemplar de San Cayetano nos anima a enderezar el camino de nuestra vida: liberémonos de buscar seguridades acumulando bienes materiales, y tomemos la firme decisión de encaminar lo que somos y tenemos hacia el bien de los demás, que es el modo más eficaz para que los bienes que tenemos redunden tanto en beneficio propio y como para el bien de todos.
La experiencia de fe, de esperanza y de plenitud a la que nos invita la vida de nuestro Santo, se realiza en la medida en que nos sacrificamos y nos damos a los demás, porque todo lo que hemos recibido, empezando por nuestra persona y siguiendo por las capacidades que Dios nos dio, no son para nosotros mismos, sino para compartirlas con los otros. Y eso se realiza de un modo eminente mediante el trabajo. Trabajando realizamos en gran parte la misión a la que fuimos llamados por Dios. Es muy triste y desolador trabajar solo para uno mismo. El trabajo tiene siempre un sentido comunitario que, si se pierde, se desintegra también la convivencia social.
Por eso, además de agradecer a Dios la intercesión de su amigo san Cayetano el trabajo que tenemos, le suplicamos por muchas personas que lo perdieron por causa del aislamiento; y también por los que no lo tienen y lo buscan afanosamente. No queremos que se instale el vivir sin trabajar, porque ya San Pablo advertía que “el que no quiera trabajar, que tampoco coma” (1Tes 3-10), porque eso atenta contra la dignidad de la persona y perturba la paz de la vida común. El pan y el trabajo van siempre juntos, por eso lo pedimos también en el Padrenuestro: danos hoy nuestro pan de cada día y, al mismo tiempo, que nos perdone nuestras ofensas, con el perdón que nosotros estamos dispuestos a ofrecer a los demás. Porque no se puede comer el pan en la mesa común si entre los comensales falta el perdón. Perdonados, disfrutamos del encuentro y compartimos con alegría el pan. Y esto nos recuerda el Pan de Vida, que tampoco se puede comer si en el corazón no reina la paz del amor y perdón.
Nuestro Santo Patrono fue un enamorado de Cristo, de su Iglesia y de los pobres. Nos encomendamos a su protección con todos nuestros hombres y mujeres que están en primera línea cuidando y sirviendo a la comunidad ante la amenaza del COVID-19. Con los versos del chamamé, le decimos: “San Cayetano, San Cayetano, querido amigo de nuestro Dios, mirá a este pueblo, dale una mano, escucha el ruego de su clamor, necesitamos pan y trabajo, es un derecho de hijos de Dios”. Amén.
Mons. Andrés Stanovnik OFMCap, arzobispo de Corrientes