Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y homenaje a Manuel Belgrano
MARTÍN, Eduardo Eliseo - Homilías - Homilía de monseñor Eduardo Eliseo Martín, arzobispo de Rosario, en la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús (Capilla del arzobispado, 19 de junio de 2020)
Queridos hermanos y hermanas que nos siguen por las redes sociales:
Celebramos hoy con gran gozo, la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y este año lo hacemos en las vísperas del 20 de junio, el día de la Bandera, en que conmemoramos el fallecimiento del Gral. Belgrano, el creador de la insignia Patria en las barrancas del Paraná, aquí, en nuestra querida ciudad de Rosario. Es un gran honor y una gran responsabilidad para los rosarinos, que hemos de renovar año a año, la fidelidad a Dios y a nuestra Patria. Por eso decimos, en el canto de Aurora: “Esta bandera que me ha dado Dios”.
La primera lectura del Libro del Deuteronomio, nos presenta y nos recuerda la elección del pueblo por parte de Dios, de ser un pueblo consagrado a Dios, es decir, un pueblo dedicado a Dios, un pueblo elegido, un pueblo que ha sido tomado de entre otros pueblos. Y la razón es el amor. No es porque Israel fuera un gran pueblo, numeroso, ni porque fueran mejores, al contrario, dirá la Escritura, “un pueblo de dura cerviz”. Allí, se va manifestando esa entraña misericordiosa de Dios hacia los hombres, a través de la paciencia, el amor, la misericordia y los va conduciendo hacia la Tierra Prometida.
Esto, que Dios hace, es preparación para la venida de Jesús. Esta venida de Jesús es la plenitud. Jesús entrega su vida por amor a nosotros, por amor a la humanidad, para redimirnos y para salvarnos. El con su sangre derramada, sangre que brota de su Corazón, nos compró para Dios, su Padre. Sí, queridos hermanos y hermanas, somos pueblo de Dios, le pertenecemos. Fuimos comprados a un precio carísimo, la sangre de su amado Hijo. Así, se manifiesta el infinito amor, la infinita misericordia, la infinita paciencia de Dios por cada uno de nosotros.
La segunda lectura, nos dice el Apóstol San Juan, que Dios es amor y que por lo tanto estamos llamados a amarnos los unos a los otros, pero que el amor primero no es el nuestro sino que el amor primero es el amor de Dios: “el amor no consiste en que nosotros amemos a Dios, sino en que Dios nos amó primero”. Dios nos envia a su Hijo para el perdón, Dios nos primerea, como dice el Papa Francisco. El amor de Dios está antes, es primero. Entonces, nosotros estamos llamados a responder con amor ese amor: “ámense los unos a los otros”. Por eso, es fundamental en nuestra vida cristiana, conocer el amor de Dios, como nos dice San Juan. Me viene a la mente, la escena de Jesús con la Samaritana, cuando JEsús le pide de beber y el le dice: “sí conocieras el don de Dios y quien te dice dame de beber, tu le pedirías a ÉL”. San Pablo nos dirá que Cristo habite por la fe en sus corazones para comprender y conocer el amor de Cristo que excede todo conocimiento. Es tan grande que nos traspasa, nos excede. Esta es una gracia que podemos pedir al Señor, conocer su amor para vivir en su amor.
Nosotros, somos parte de este pueblo de Dios, de este pueblo elegido, en el cual justamente aprendemos a experimentar la misericordia de Dios, el perdón incansable de Él, ese amor que permanece para siempre. Y así, a veces trabajosamente, vamos aprendiendo que es el amor de Dios, y vamos caminando y mendigando la gracia para que nuestro corazón se haga cada vez más semejante al Corazón de Jesús. En otras palabras, que crezcamos en la mansedumbre y en la paciencia, como nos dice el Señor hoy en el Evangelio. Jesús, a nosotros, caminantes y peregrinos, afectados por esta pandemia, a veces con miedos, a veces con incertidumbre, a veces angustiados por lo que vendrá en el orden del trabajo, en la economía, hoy Jesús nos dice: vengan a mi.
Jesús nos quiere enseñar a ser humildes y mansos para encontrar el alivio para seguir el camino con esperanza, con la seguridad de que está entre nosotros, se ha hecho compañero de nuestro camino y no nos abandona y nos sostiene en todas las circunstancias.
¿Y cómo se aprende a conocer a Dios que es amor? Amando. De algún modo somos invitados nuevamente al amor fraterno, al amor a los más pobres, a los que sufren y en la medida de ese amor iremos conociendo más qué es el amor de Dios. Ciertamente se necesita una condición, que dijimos antes, la humildad, la sencillez de corazón, para conocer a Dios. Jesús nos lo dice en el Evangelio. Es decir, para conocer a Dios y su amor, se necesita un corazón humilde. Dios se muestra a los humildes y se resiste a los soberbios. Pidamos esta gracia también.
Esta fiesta del Sagrado Corazón, como dije al principio, la celebramos en las vísperas del Día de la Bandera. Este año, muy especial, por los 200 años del fallecimiento del Gral Belgrano, que también, llevaba el nombre del Corazón de Jesús. El se llamaba Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús. Nació y murió en el mes de junio, mes dedicado al Sagrado Corazón de Jesús.
Manuel Belgrano era un hombre de profunda fe y piedad, un hombre humilde y de gran firmeza que buscaba incluir a todos y que promovía grandemente la educación, por nombrar algunas de sus cualidades más destacadas. Creo que en los tiempos que corren, nuestra Patria necesita hombres de la talla de Belgrano, dirigentes que sean personas profundamente religiosas, en el sentido de ser personas que juegan su vida delante de Dios y no delante de las mayorías, o delante de las corrientes de opinión o de las ideologías de moda. Una persona religiosa se sabe que depende en última instancia, de Dios y a Él se somete, de lo contrario, los poderosos, los que tienen poder, se convierten en pequeños dioses.
Belgrano manifestó su religiosidad dando testimonio delante de sus soldados invocando a Dios y a la Virgen MAría, a quien nombró generala de los ejércitos y lo manifestó con sus virtudes humanas y cristianas.
El papa Francisco, cuando era Cardenal Bergoglio, citando a Sarmiento, en un mensaje a los educadores decia: “sin embargo ha sido uno de los poquísimos que no tiene que pedir perdón a la posteridad y a la severa crítica de la historia. Su muerte oscura, es todavía un garante de que fue un ciudadano íntegro, patriota intachable. Agrega el Cardenal: De muy pocos exitosos de nuestra historia nacional podría decirse lo mismo…”
Belgrano, en cambio fue un hombre humilde, que nunca se atribuyó sus éxitos, sino a Dios y a la intercesión de la Virgen de la Merced. También manifestó su humildad cuando expresó: “mucho me falta para ser un verdadero Padre de la Patria, me contentaría con ser un buen hijo de ella”.
Manifestó también una firmeza extraordinaria, sobre todo con sus tropas, para que estuvieran a la altura del ideal por el cual luchaban, haciendo desterrar distintos tipos de vicios.
En su elogio fúnebre, Fray Cayetano Rodríguez decía: “Presidían en sus tropas el orden, la moralidad, el decoro…Atravesaban las provincias como unos viajeros modestos y prudentes, que saben respetar los derechos del suelo donde pisan…” Belgrano puso firmeza y rigor para que sus tropas fueran dignas en su ideal.
Como gran promotor de la educación, que es sembrar en las almas. Buscaba una educación integral de todas las dimensiones de la persona humana. Cuando hizo un reglamento para las escuelas que iba a construir con lo que le habían dado por las batallas de Salta y Tucumán, decía: enseñar a leer y escribir, enseñar los fundamentos de la religión cristiana, los primeros rudimentos sobre el origen de la sociedad, los derechos del hombre en la sociedad y sus obligaciones. Buscaba una formación integral, donde estaba también la educación religiosa, que hoy en la educación pública se ha obviado, como si el ser humano fuera solamente un ser biopsicosocial, sin la dimensión espiritual. También buscaba incluir, cuando hacen la escuela de dibujo en Buenos Aires, pide que haya becas para los más pobres. También pide por la educación de la mujer, en un tiempo donde esto era impensado y donde estaban postergadas. También hablaba para incluir a los aborígenes, respetando su idioma y tradiciones.
Vemos en Belgrano un hombre íntegro, un testigo de la fe, un hombre de Dios, un hombre de la Patria.
Pidamos a Dios, que haga en los corazones de nuestros dirigentes, en nuestros corazones que se configuren con el Corazón de Cristo, un corazón de amor, un corazón justo, un corazón humilde para ser buenos dirigentes y ciudadanos para caminar juntos y salir adelantes con la esperanza de que el amor de Dios nunca nos abandona. Amén.
Mons. Eduardo E. Martín, arzobispo de Rosario