Ordenación Sacerdotal 2025
GARCÍA CUERVA, Jorge Ignacio - Homilías - Homilía de monseñor Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires (8 de noviembre de 2025)
El salmista reza: Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi vida[1]. Experimenta la presencia de Dios en su vida, y especialmente su misericordia. Vive maravillado de la obra de Dios en él; seguramente es consciente de su fragilidad, y por eso la sorpresa es mayor.
Queridos Maxi, Nano, Alejandro, Víctor y Nico, no dejen de ser agradecidos al Señor por la obra que Él hace en ustedes; no por sus méritos, no por el esfuerzo personal, casi que creyendo que el sacerdocio es un derecho a reclamar, y un deber de Dios de concederlo por la suma de talentos y virtudes. Al contrario, como nos recuerda San Pablo: tengan en cuenta quiénes son los que han sido llamados: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando humanamente, ni son muchos los poderosos ni los nobles. Al contrario, Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes[2].
Tal vez por eso, el Señor lo llamó a Mateo. El evangelio que proclamamos comienza diciendo que Jesús lo vio. ¿Qué habrá visto en ese publicano, pecador, traidor del pueblo judío, recaudador de impuestos y con fama de ?quedarse con algunos vueltos?? Indudablemente la mirada del Señor es distinta, es profunda, es una mirada de amor que percibe todo lo que sucede en el corazón, los miedos, las angustias, las frustraciones; pero también ve las potencialidades de Mateo, sus ganas, su deseo de cambiar, su propósito de ser mejor persona, de no pecar más, aunque vuelva a caer muchas veces.
El Papa León XIV decía hace unos días que los infiernos son también la condición de quien vive la muerte a causa del mal y del pecado. Es también el infierno cotidiano de la soledad, de la vergüenza, del abandono, del cansancio de vivir. Cristo entra en todas estas realidades oscuras para testimoniarnos el amor del Padre. No para juzgar, sino para liberar. No para culpabilizar, sino para salvar. Lo hace sin clamor, de puntillas, como quien entra en una habitación de hospital para ofrecer consuelo y ayuda[3]. Así entró en la vida de Mateo, así entra en la vida de cada uno de nosotros, desciende a nuestros infiernos y nos rescata, porque nos ama y nos salva.
Y entonces Mateo pasa de recaudar a dejarlo todo por Cristo; por eso la primera lectura nos recordaba que ninguno de nosotros vive para sí; vivimos para el Señor[4]. Queridos hermanos, venzan la tentación de ser acumuladores de bienes materiales, acumuladores de seguridades, recaudando proyectos personales y honores artificiales que hacen difícil seguir a Jesús con disponibilidad, livianos de equipaje.
Mateo pasa de estar sentado a ponerse de pie. Se levantó. Como nos decía el Papa Francisco, Al Señor, con la vida cómoda, en el sillón, no se le escucha. Permanecer sentados en la vida crea interferencia con la Palabra de Dios, que es dinámica. (...) Si tú no estás en marcha para hacer algo, para trabajar por los demás, para llevar un testimonio, para hacer el bien, nunca escucharás al Señor. Para escuchar al Señor es necesario estar en marcha, no esperando que en la vida suceda algo de forma mágica[5].
Queridos hermanos, no vivan aferrados a ?las sillas? de las seguridades materiales, o agarrados de ?las sillas? de un cargo, de un título o de un oficio pastoral, porque con el paso del tiempo la costumbre los irá seduciendo y convenciendo que nada puede cambiar, que siempre se hizo así, y entonces dejamos de ser misioneros apasionados por el entusiasmo de comunicar la Buena Noticia[6].
Mateo pasa de estar quieto a seguir a Jesús y a recibirlo en su casa. Se adentra en la aventura de caminar tras los pasos del Maestro, se pone en movimiento, de publicano se convierte en discípulo de Cristo y lo recibe en su vida, en su corazón. Que ustedes también, como peregrinos de esperanza, se renueven siempre en el seguimiento de Jesús Buen Pastor, animando el encuentro con Él en la oración y la celebración eucarística.
La mesa en la que se sientan Jesús y los discípulos es una mesa grande; el evangelio resalta que se sientan muchos publicanos y pecadores. Por favor, elijan sentarse siempre en esa mesa, porque no se olvidan de sus propias fragilidades curadas por la misericordia divina. León XIV nos recuerda: no es ostentando nuestros méritos como nos salvamos, ni ocultando nuestros errores, sino presentándonos honestamente, tal como somos, ante Dios, ante nosotros mismos y ante los demás, pidiendo perdón y confiando en la gracia del Señor[7].
Esta dinámica espiritual nos hace más humanos, más normales, y aunque parezca contradictorio, nos pone en el camino de la santidad.
Los fariseos también están en la casa, pero no se sientan a la mesa. Se sienten superiores, más dignos, merecedores tal vez, de una mesa vip con comensales famosos, cumplidores de la ley, religiosos perfectos. Queridos Alejandro, Maxi, Nano, Nicolás y Víctor, no sean sacerdotes farisaicos que miran desde arriba, que levantan el dedo acusador para marcarle a los demás sus debilidades. Los fariseos se creen sanos, no necesitados del médico Jesús; nada les viene bien, no pueden alegrarse con la alegría de los publicanos y pecadores. Su vida es pura hipocresía; ocultan sus llagas y enfermedades; por esos cuestionan y reprochan la conducta de Jesús: ¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?
Porque Jesús ama sin discriminar a nadie
Porque busca especialmente a los más rotos y alejados
Porque su misericordia es infinita
Porque su mirada es compasiva y ve los deseos más profundos de cambiar
Porque lo hizo con Mateo, porque lo hace conmigo y lo hace con ustedes, y ninguno de nosotros es digno y merecedor de tanto amor.
Que su ministerio sacerdotal sea reflejo del amor de Dios; no se cansen de perdonar en su nombre, que sus corazones sean como esa mesa de la casa de Mateo, corazones donde tengan un lugar especial los pecadores y los publicanos de hoy.
Y, por último, les deseo que puedan vivir las hermosas palabras de San Bernardo de Claraval cuando dice: Luego mi único mérito es la misericordia del Señor (...). Y, aunque tengo conciencia de mis muchos pecados, si creció el pecado, más desbordante fue la gracia. Y, si la misericordia del Señor dura siempre, yo también cantaré eternamente las misericordias del Señor[8].
Mons. Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires
8 de noviembre 2025
Notas:
[1] Salmo 22, 5.
[2] 1 Corintios 1, 26-27.
[3] León XIV, Audiencia, Ciudad del Vaticano 24 de septiembre 2025.
[4] Romanos 14, 7.
[5] Francisco, Discurso a los jóvenes, Plaza Politeama Palermo, 15 de septiembre 2018.
[6] Cfr Francisco, Exhortación apostólica Gaudete et exultate 137-138, Ciudad del Vaticano 19 de marzo 2018.
[7] León XIV, Ángelus, Ciudad del Vaticano 26 de octubre 2025.
[8] San Bernardo, Sobre el libro del Cantar de los cantares, Sermón 61, 3-5: Opera omnia, edición cisterciense, 2 1958.